Caicedo se pone las botas
El delantero del Espanyol, que ya fue el héroe de la Copa, supera al Celta sobre la bocina
Desgastados por el esfuerzo y la prosperidad copera, Espanyol y Celta se midieron en un duelo bien plomizo, raquítico en cuanto a ritmo y fútbol. Parecía una involuntaria pero reconfortante tregua liguera con la repartición de puntos; el Tratado de Cornellà. Hasta que Caicedo, de nuevo, pisó el césped y engatilló sobre la bocina un balón huérfano en el área. Segundo capítulo de la catarsis colectiva impulsada por el delantero ecuatoriano, suplente y héroe de nuevo.
Aunque nunca le puso reparos al estilo, tampoco pegas al trabajo, el Espanyol se enquistó al inicio del curso en una idea utópica que pasaba por mimar al balón cuando su pie aconsejaba lo contrario. Sin alegrías que degustar, realista como es el técnico —y también una afición con callo para los sobresaltos—, viró la propuesta a tiempo para abrocharse en el área y salir escopeteados a la contra, siempre pendientes del sensacional gancho de Sergio García, bien secundado por Stuani y Caicedo. Es una oferta minimalista porque no hay fútbol de aliño ni mezclas que quiten el hipo. Pero es también una vía efectiva que le ha devuelto la confianza y hasta la fe, expresada en la victoria copera ante el Valencia. Frente al Celta, consecuente con su nuevo y añejo fútbol, el Espanyol persistió en las contras, también en los pelotazos. Edén para Caicedo, que en 2015 se está poniendo las botas.
ESPANYOL, 1 – CELTA, 0
Espanyol: Casilla; Arbilla, Álvaro, Héctor Moreno, Fuentes; Lucas Vázquez, Cañas, Abraham, Salva Sevilla (Montañés. m. 70); Sergio García (Víctor Sánchez, m. 92) y Stuani (Caicedo, m. 76). No utilizados: Pau; Víctor Álvarez, Javi López y Colotto.
Celta: Sergio; Jonny, Cabral, Fontàs, A. Fernández; Augusto Fernández, Radoja, Krohn-Dehli (Sergi Gómez, m. 84); Orellana, Larrivey y Nolito. No utilizados: Rubén Blanco; Planas, Borja Fernández, Borja Iglesias, Bongonda y Santi Mina.
Gol: 1-0. M. 90. Caicedo.
Árbitro: Prieto Iglesias. Mostró la cartulina amarilla a Arbilla, Cañas, Fontàs, Álvaro, Krohn-Dehli y Nolito.
Power8 Stadium. 12.710 espectadores.
Hordas blanquiazules (más que nada porque siempre llegó con al menos cinco jugadores al área rival), fútbol pirata por el abordaje, transiciones fulgurantes que tenían la exigencia de acabar la jugada bien o (casi siempre) mal para evitar la contra rival. Tarea entonces para Cañas, siempre atornillado en el eje porque tiene un sexto sentido para adivinar la rampa hacia el gol contraria, excelente en el corte y en la falta táctica. A su lado estuvo Abraham, futbolista con más toque que brega, pero escaso de la llegada y mordiente que ofrece Víctor Sánchez. Que jugara Abraham, sin embargo, fue un premio por la buena eliminatoria copera que realizó. Caramelo que Sergio González le negó al héroe Caicedo, que entonces tocó dos balones y los enchufó a gol. Ocurre que ha perdido el puesto en favor de Stuani, otrora el revulsivo. Pero el uruguayo no da la talla desde el inicio y se da en la punta un vacío que el propio Caicedo se ha esmerado en subrayar y desacreditar, con cinco goles en los últimos cinco encuentros disputados en casa.
Menos propuso el Celta, desnortado en el Power8 Stadium, tan valiente porque siempre quiso jugar el balón como torpe porque nunca supo qué hacer con él. Sólo Krohn-Dehli le dio un poco de sentido al juego, pases horizontales para buscar una rendija que nunca llegó; y sólo Nolito trató de rebelarse a la desidia, inquieto en su costado, bien atado por Arbilla y sobre todo las ayudas de los centrales, recuperado como está para la causa Héctor Moreno. Toda una tortura para Larrivey, que regresaba tras cuatro partidos de sanción, mal acusado —porque fue Augusto Fernández— de tildar de ladrón al colegiado. Aunque en una de esas, Nolito tiró el desmarque y asistió al delantero argentino, incapaz de superar a Casilla en el mano a mano. Y en otra, control y remate mal definido con la zurda y bien atajado por Casilla.
No parecía una noche de acción, sino romántica y hasta pastosa. De poco servían las plásticas bicicletas de Lucas Vázquez o el larguero de Sergio García. Pero a Caicedo le va la marcha y, de sopetón, cuando todos pensaban que la bandera blanca era lo mejor, el delantero remachó un balón muerto en el área después de un centro lateral y reventó la red. Se repetía la historia, el final feliz del Espanyol.
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