Griezmann, el volcán imprevisible
El delantero del Atlético reivindica en Bilbao su espíritu goleador
Probablemente nada definió mejor a Antoine Griezmann que el partido disputado el domingo en San Mamés. El futbolista capaz de pasar de la intrascendencia al protagonismo más estruendoso y viceversa. Quizás son los genes del genio, las circunstancias de los partidos, el espíritu de depredador que solo ataca cuando la presa es segura.
A Griezmann (Macon, Francia; 23 años) siempre se le ha exigido más de lo que podía dar y se le ha perdonado menos de lo que había que perdonarle. Simeone le ha avisado desde que ha llegado al Atlético. Su papel estelar en la Real se convertía a las órdenes del Cholo en meritoriaje permanente. Griezmann nunca se ha caracterizado por su espíritu defensivo y eso en un equipo del Cholo Simeone es pecado mortal. El técnico le viene avisando con collejas paternales. “Necesitamos la velocidad de Griezmann”, dijo antes del partido de Bilbao, donde no podía contar con Mandzukic. Un mensaje repetido por el técnico argentino que premia y castiga su calidad y su indolencia.
El hat-trick de San Mamés retrató su juego: en la primera mitad fue un particular dedicado a inquietar los despejes del portero (bien es cierto que poco asistido por sus compañeros) y en la segunda parte, fue un cuchillo en la mantequilla, a poco que un resbalón, un desajuste, una carrera, le pusiera en ventaja hacia el gol. Si Griezmann te gana un metro es como si te gana un maratón.
El francés se enfrenta a su principal reto: rendir en un equipo donde no es la estrella
Nada dolió más en San Mamés que el delantero francés, por su pasado realista, hiciera tres goles en la nueva Catedral, demasiado profanada últimamente. “Ya jode”, decía un espectador al abandonar el estadio, “que nos haga tres goles Griezmann y el otro, Raúl García”, otro futbolista por el que San Mamés siente una inquina permanente.
En el Atlético, el delantero francés se enfrenta a su principal reto. Responder en un equipo en el que no parte como estrella indiscutible. En la Real Sociedad, a la que llegó de Macon, en la vinícola Borgoña, a los 13 años, con un futuro espléndido al amparo de su velocidad, de su zurda, de su más que eficiente derecha y un notable remate de cabeza. Aparentemente lo tenía todo para triunfar. Pero le traicionaba el subconsciente. Pagó sus escarceos con la selección sub-21 francesa con una sanción, hilvanó en la Real partidos majestuosos con desatenciones notables, la imagen de Carlos Vela le superaba. Griezmann dibujaba a brochazos preciosos, mientras el mexicano dispone de un trazo fino que igual vale para un dibujo que para una acuarela. No es que Griezmann viviera la sombra de Vela, pero la sombra de Vela era muy alargada.
Y llegó el Atlético y al segundo intento se lo llevó, no sin que antes la locuacidad de Griezmann le causara algunas desavenencias cuando, en Francia, afirmó su deseo de fichar por el equipo colchonero. Daba la impresión de que Griezmann reflejaba en su pelo la personalidad; algo cambiante y sorprendente. Hoy el pelo blanco, con cresta, sin cresta, rubio, largo, corto; hoy, la Real, el Atlético, que si el PSG. Un futbolista inquieto, eléctrico dentro y fuera del campo, que acabó incrustado en las huestes de Simeone donde le esperaban el éxito y el sacrificio en la misma esquina.
Simeone lo citó para Bilbao. Ahí está el campo ajeno en el que quieres triunfar, ahí está tu oportunidad, hoy que no contamos con el killer especializado (Mandzukic), y necesitamos correr más que controlar. En el descanso, calentaban con más intensidad dos futbolistas del Atlético y más de uno pensó que ocupado en incordiar los despejes del portero. Pero los volcanes tienen ideas propias. Y acabó marcando tres goles, soltando su lava en San Mamés. En el fondo, Griezmann ha sido siempre un goleador. La temporada pasada hizo 16 goles con la Real y la anterior 10. Los tres conseguidos en Bilbao elevan su cuenta a nueve (seis en Liga) y le han reivindicado en el Atlético, pero al delantero francés siempre hay que atarle en corto para evitar sus periodos de desconcierto.
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