Aquella Intercontinental del Atlético
Con frecuencia me preguntan cómo pudo el Atlético ganar una Intercontinental sin haber ganado la Copa de Europa. Ahora que estamos aún bajo los ecos del Mundialito quizá sea momento para explicarlo.
El Atlético empezó la temporada 74-75 bajo la depresión de aquel gol de Schwarzenbeck, que les arrebató la Copa de Europa en los últimos instantes de la prórroga. El shock del Atlético permitió que el Bayern ganara el desempate por 4-0.
Al empezar la nueva temporada, se produjo un hecho que vino a ahondar en el complejo: en el Teresa Herrera, tenía ganada la semifinal al Borussia cuando en el último minuto marcó Heynckes. En los penaltis cayó el Atlético. En la consolación, con el Barça, ocurrió lo mismo: gol de Sotil a última hora, penaltis y el Atlético que queda cuarto sin perder ningún partido.
Así, alicaído, el Atlético entró en la Liga con paso inseguro. El brillante equipo del año anterior, segundo en la Liga y cuasicampeón de Europa, se había convertido en una medianía, con resultados desiguales. Finalmente, el 25 de noviembre, tras un 2-2 ante el Sporting en el Calderón y gran bronca, la directiva cesa a Juan Carlos Lorenzo (el que había llevado al Atlético hasta la final europea) y le sustituye Luis Aragonés, jugador hasta ese mismo día. Luis pasa de golpe a hablar de usted a sus compañeros de la víspera. Lorenzo se lamentará de su salida:
—Es más fácil prescindir de uno que de 25.
A todo eso, el Bayern de Múnich estaba dando largas a la hora de poner fecha para la Copa Intercontinental, que debía disputar, a ida y vuelta, con el Independiente argentino. La razón estaba en la dureza creciente que estaban mostrando los equipos sudamericanos, particularmente los argentinos. El partido de América de esta Copa fue escandaloso en las ediciones de 1967 (Racing-Celtic), 1968 (Estudiantes-Manchester) y 1969 (Estudiantes-Milan). Cómo sería la cosa que al término de este último partido (televisado a Europa y que vimos con horror) tres jugadores de Estudiantes fueron encarcelados por orden expresa del dictador argentino de turno, Héctor Onganía. El cargo contra ellos (Poletti, Manera y Aguirre Suárez) era haber avergonzado a la nación con su conducta. Bilardo, que jugaba en el equipo, viajó hasta Bariloche, donde estaban presos (a 1.567 kilómetros de Buenos Aires) en solidaridad con los encarcelados e hizo una huelga de hambre en la puerta de la prisión.
Aquello puso en problemas la Copa. El Ajax renunció en 1971 y 73, siendo sustituido por el Panathinaikos y la Juventus, respectivamente. La Juventus participó con la exigencia de que se disputara a partido único, en Roma. El Independiente, campeón también aquel año de la Libertadores, había aceptado… y había ganado.
Así, urgido por la UEFA, que a su vez recibía las exigencias de la CONMEBOL, el Bayern acabó por renunciar. Para entonces habíamos entrado en 1975. El Atlético fue invitado y aceptó. Reina me comenta con gracia:
—¡Si nosotros casi teníamos más argentinos que ellos! ¿Qué íbamos a temer?
Y era cierto: el Atlético de ese tiempo era muy argentino y arrastraba cierta leyenda feroz. Esa leyenda se acrecentó con los expulsados de Glasgow, justo en la Copa de Europa del gol de Schwarzenbeck.
La ida fue en Avellaneda, Buenos Aires, el miércoles 12 de marzo. El Atlético voló la noche del domingo 9, tras su partido de Liga. Entre los aficionados no faltaron quienes torcieron el morro ante esta aventura, que podía crear fatiga y complicar más un curso de por sí difícil.
En Avellaneda, el Atlético encontró, como era de esperar, una pasión hostil, 60.000 espectadores volcados, porque este enfrentamiento América-Europa siempre significó más allá que acá. A los enviados especiales les impresionan los continuos cánticos: “Dale Rojo, dale Rojo, somos los dueños de América del Sur” (Independiente viste de rojo). “Aplauda, aplauda, no deje de aplaudir, los goles del peruano que acá van a venir” (por Percy Rojas, el número nueve, peruano). “Y ya lo ve, y ya lo ve, ahora dicen que Bochini es el hijo de Pelé” (Bochini era el violinista del equipo). “Esta noche se van, esta noche se van, de la cancha del Rojo con unos cuantos goles de más…”.
En los 70 muy pocos europeos se atrevían a cruzar el charco y jugarse el físico
Luis dispuso un equipo muy prudente: Reina, Heredia de cierre tras una defensa de cuatro con Melo, Benegas, Eusebio y Capón, tres medios, que eran Irureta, Adelardo y Alberto, y Ayala y Gárate en punta. En el Independiente, Bochini y Bertoni eran los artistas de la compañía. Entre el resto había mucho forajido. López le hizo una entrada a Gárate que tembló la tierra. Pero el Atlético ya sabía de antemano cómo iba a ser la cosa y tenía con quiénes responder. El partido fue áspero y de poco juego. El árbitro holandés Corver se las apañó, dentro de lo que pudo. Marcó Balbuena en el minuto 38, en buena jugada de Bertoni. Tras el descanso ingresó Becerra por Alberto, pasó Heredia a la media y el Atlético atacó más. Acabó así, 1-0. No era mal resultado. Ya contaban los goles, así que ganando por dos el Atlético sería campeón.
La vuelta es el 10 de abril, miércoles también. El Atlético ha ganado el domingo 5-2 al Valencia, está reaccionando, va a mejor. Hay ebullición antes del partido. Luis concentra el mismo domingo por la noche a los jugadores en El Escorial y ya al llegar le avisa a Pacheco, meta suplente, de que va a jugar. No ha visto bien a Reina. Esa será la sorpresa de la alineación.
El Calderón presenta a las nueve de la noche del miércoles un aspecto vibrante y colorido. No es el tono de una gran noche, es un tono de noche única. Para darle más magia, es el partido número 500 del capitán, Adelardo, que recibe una placa antes del partido. Y a jugar.
Luis saca esa noche histórica a: Pacheco; Melo, Eusebio, Heredia, Capón; Adelardo, Alberto, Irureta; Aguilar, Gárate y Ayala. Aguilar era un extremo joven y rápido, fichado poco antes del Rayo Vallecano. Luis juega la baza de la velocidad. En el minuto 69 saldrá Salcedo por Alberto, para refrescar. Arbitra el chileno Robles.
Y funciona. 2-0, goles de Irureta y Ayala. El primero, en el minuto 22, en preciosa jugada de Gárate y un forzado cabezazo de Irureta, casi más hombro que cabeza. Y en el 85, cuando se olía la prórroga, una falta sobre el área de Independiente, unos rebotes y al final Ayala mete un punterazo cruzado entre un bosque de piernas. Dos a cero.
Adelardo alza la copa, él es alzado a su vez por Capón. El gol de Schwarzenbeck ya duele menos. Pacheco, titular inesperado, lo vive con un gozo especial. Estuvo en el Atlético 12 años, con fuertes competidores: Rodri, San Román, Zubiarrain, Reina, Pepe Navarro, Aguinaga… Pero, siempre paciente y bien entrenado, encontró huecos para estar presente como titular en dos alirones (uno de ellos en el Bernabéu), el partido número 1.000 del Atlético, y esta Intercontinental.
Quién sabe. Quizá Luis le eligió para esa noche por cábala. Tratándose de Luis…
La edición del año siguiente no se celebraría. La de 1978, tampoco. La Copa Intercontinental se salvó porque a partir de 1980 pasó a disputarse a partido único en campo neutral, Tokio. Y es que a finales de los 60 y en todos los 70 hubo muy pocos europeos que se atrevieran a cruzar el charco y jugarse el físico. El Atlético lo hizo, y obtuvo su premio. Un premio mayor.
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