Medidas, miedos y Fernando Martín
01/12 Lunes
Ya estamos en Diciembre. Eso dice el calendario, porque lleva ya tiempo siéndolo por las calles, donde se nos recuerda por activa y por pasiva que la Navidad ya ha llegado, lo que llena de gozo a unos cuantos y a otros no tanto. Escucho al Gran Wyoming con Gemma Nierga promocionando su reciente y siempre recomendable libro No estamos solos, y el gran Txetxu reconoce que le da mil patadas el ambiente navideño, por lo que tiene la costumbre pirarse durante las vacaciones a países que pasen de estas celebraciones. Le envidio por tener esa necesaria combinación de tiempo y dinero para evadirse física y mentalmente de la locura consumista y emocional que nos ataca año tras año.
El viernes fue el Black Friday que desgraciadamente dio paso al Black Sunday, marcado por la muerte de un ¿aficionado? del Dépor a manos de componentes del Frente Atlético. Como no podía ser de otra forma, los análisis se suceden, se señalan responsables e irresponsables y se anuncian medidas contundentes. Por mucho que Ramón Sánchez Ocaña nos intentase convencer durante años que "más vale prevenir", la reacción sigue mandando sobre la previsión y sólo después de desgracias como la ocurrida nos ponemos las pilas.
Mientras este asunto ocupa gran parte del espacio mediático, Rafa Nadal anuncia, como se anuncian las cosas en estos tiempos, por Facebook y Twitter, que ha vuelto a entrenar. Una vez más, y van unas cuantas, Rafa debe recorrer de aquí al Open de Australia, primera cita de enjundia en el calendario tenístico, un camino con cuatro etapas: Sanar, jugar, competir, ganar. Cada una tiene sus tiempos, y como bien sabe Nadal por otras ocasiones similares, no existen atajos. Primero deberá dejar atrás sus problemas físicos para volver a sentirse apto, luego poco a poco alcanzar el nivel suficiente en su juego que le permita ser competitivo y finalmente buscar esos grandes triunfos que, a la altura en la que se encuentra de su carrera, son los que dan sentido a sus esfuerzos. Deberá ser paso a paso, sin prisa pero sin pausa, pero si hay alguien que se sabe este camino de memoria es Rafa Nadal.
02/12 Martes
El miedo siempre ha sido un arma muy eficaz y socorrida en política desde tiempo inmemorial. Cuando se acaban otros argumentos, se echa mano sin pudor alguno al ¡cuidado con esos que son peligrosos! Para buena parte de diferentes sectores políticos, económicos y mediáticos, la posibilidad de que Podemos gobierne este país dentro de un año nos tiene que producir terror, y se afanan en explicarlo por activa y por pasiva. Tan desastroso sería, nos dicen, que hasta el PP se está planteando una alianza con el PSOE para después de las elecciones con tal de que la coleta de Pablo Iglesias no nos marque el camino, lo que sin duda nos llevaría a la ruina. Podría haber otra explicación a este posible matrimonio contra natura. Podría salir Cospedal y decir: "Miren ustedes, como parece ser que nos la vamos a pegar y vamos a perder el poder, con esta excusa de Podemos pues nos juntamos con esos a los que hemos puesto a parir durante años, con esos a los que hemos aplicado el rodillo ante cualquier sugerencia, a esos de los que hemos dicho que no podrían gobernar ni una comunidad de vecinos, y por lo menos algo de mando en plaza podremos mantener". No creo que lo lleguemos a escuchar, y lo entiendo. Lo del miedo es más fácil de defender.
En otro orden de cosas, el Atlético de Madrid ha comunicado la expulsión del Frente Atlético. Aunque sea con años de retraso, bienvenida sea. Por su parte, el Dépor ha anunciado el cierre de la grada de los Riazor Blues por dos partidos, extraña medida sobre todo cuando su presidente dice a la vez que no va a haber más Riazor Blues en su campo. Como del tema está ya casi todo dicho, sólo falta comprobar si esta oleada de indignación y compromiso para terminar con estos grupos se mantiene en el tiempo y no se queda en un efecto cava. Y recordar que cuando hablamos de los clubes como responsables (no únicos, por supuesto) de esta problemática, bien sea por acción u omisión, esto incluye a entrenadores y jugadores, que también deberían tomar parte en el asunto. Siempre me ha revuelto los ácidos estomacales estos reconocimientos en forma de declaración, aplauso o acercamiento a la zona del campo donde se encontraban estas bandas. Y no te digo el día en el que después de su último partido en el Madrid, un representante de los Ultras Sur saltó al campo, llegó hasta el banquillo y regaló una placa a Mr. Cicuta sin que nadie ni nada se lo impidiese. Eso no ocurrió en los ochenta, donde unos cuantos de estos colectivos hasta tenían despacho en los estadios, sino hace un año y medio. La tolerancia cero también les atañe a ellos, técnicos y jugadores.
03/12 Miércoles
En el vigesimoquinto aniversario de la muerte de Fernando Martin, me llegan un montón de invitaciones para hablar de su figura y significado, lo que supongo les ocurrirá a gente como Corbalán, Llorente o Fernando Romay. Tuvimos la suerte compartir una parte importante de nuestras vidas con él, lo que nos convierte en supuestos FernandoMartinólogos. Digo lo de supuestos pues Fernando era un tipo tan complejo que siempre tuve la sensación de, a pesar de las muchas horas que pasamos juntos, no llegar a conocerle bien del todo. Nunca descubrí si lo que le gustaba era jugar a baloncesto o competir, que son dos cosas distintas, si la fama le agobiaba o disfrutaba, aunque lo negase, de la atención que generaba, si lo de la NBA fue un éxito o un fracaso para él, si su carácter reservado surgía de la timidez o de la desconfianza.
Las dudas permanecen con el tiempo, lo mismo que las certezas, que también son muchas. Fernando supuso un antes y un después en unas cuantas cosas. Transformó con su llegada al Real Madrid clásico y jerárquico de los 70, y a partir de su fichaje muchas cosas cambiaron. Supuso el impulso definitivo a la selección española para que alcanzásemos cotas hasta entonces nunca logradas. Puso un pie en la luna al ser el primer español en jugar en la NBA. En aquellos ochenta donde el deporte español sentó las primeras bases para la revolución que se produciría a partir de los Juegos de Barcelona, Fernando resultó pieza básica. Y también fue el primer baloncestista que traspasó las barreras de su deporte y atrajo la atención de otros universos. Como si todo esto no fuera suficiente, su desgraciada desaparición completó un aura mítica que se mantiene un cuarto de siglo después.
He escrito mucho sobre Fernando durante estos veinticinco años. Desde aquel primer artículo que nunca hubiese querido tener que hacer pocas horas después del accidente hasta el capítulo que le dedico en mi último libro, pasando por otros cuantos a cuenta de diversas cuestiones como su gusto por llegar donde nadie lo había hecho antes, su capacidad competitiva o la inevitable comparación con Pau. Ha sido tanto que tengo la sensación de que me queda poco por contar. Pero seguramente lo tendré que seguir haciendo, pues si algo han demostrado estos cinco lustros, es que tanto su vigencia como la grandeza de sus logros sigue intacta. En el recuerdo de los que le conocimos y en la memoria colectiva de este país.
Vuelvo a ver su cara y escucho su voz en el programa que le dedicó Teledeporte hace cinco años y que emiten de nuevo con motivo de este aniversario. Reconozco sus gestos, silencios y respuestas rara vez extensas, pues son como las recuerdo, y una vez más no puedo evitar preguntarme qué hubiese sido de su vida si en lugar de coger el coche aquella tarde hubiese decidido echarse una siesta en su casa.
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