El Barça pierde el pase
El equipo azulgrana contabiliza 100 envíos menos por partido que hace dos años al tiempo que los centrocampistas, frontera invisible para el juego, apenas dan asistencias de gol
A cada ocasión que puede, Luis Enrique subraya que el Barça no puede perder su estilo, que eso le hizo el más grande años atrás. Pero el equipo es un sosias de mala calidad, lejos de mezclar y triangular como antaño, siempre con la verticalidad como una seña de identidad que desde el club se niegan a aceptar, por más que se sisee desde los despachos que al Barça le falta mucho, sobre todo balón. Penalidad para los centrocampistas, que han pasado de ser una frontera innegociable para la confección del juego a otra invisible, con más conducciones que pases, apenas participativa, menos resolutiva.
Hace dos temporadas, en el año récord de Tito Vilanova (100 puntos), el Barça perdió intensidad en los campos de entrenamiento y en la cancha, pero no negoció con su modus operandi al sumar una media de 747 pases por encuentro. Un año después, ya con Gerardo Martino en el banquillo, el equipo negó la mayor en boca de Xavi. “No sabemos jugar a la contra”. Pero el equipo vivía del robo y el desplazamiento en largo automático, al menos hasta que no se supo que el técnico haría mutis por el foro al acabar el curso, cuando se recobró el toque, pero no la eficacia. Entonces, cifraron los pases en 654 por partido. Guarismos casi calcados a los de Luis Enrique: 653.
Caída en picado
►Pases por partido. Hace dos años, el equipo azulgrana sumó 746,6 por encuentro, reducidos a 653,7 con Tata Martino y a los actuales 652,9 con Luis Enrique.
► La media flaquea. Busquets, con Vilanova, contabilizó 75,3 pases por duelo, el año pasado hizo 73,6 y ahora 63,1. La misma secuencia se da con Xavi (96,2, 83,2 y 51,6) y con Iniesta (72,3, 63,3 y 65,5). Rafinha y Rakitic, sin embargo, mejoran: el brasileño logró 37,3 en el Celta y ahora está en 38,7; y el croata materializó 51,2 en el Sevilla para quedarse ahora en 67,9.
► Asistencias de gol. De todos los medios del equipo, sólo Rakitic y Busquets suman un pase definitivo, ambos en el duelo inicial ante el Elche.
Este Barça ya no busca esa transición fulminante, sobre todo porque ahora ejecuta el acoso en campo ajeno, bien arriba. Así, o resuelve tras el robo, o busca el juego vertical desde atrás. Bien porque Piqué está atado al banquillo después de charlar por el móvil en la Supercopa de Catalunya y no hay salida limpia del balón; bien porque los medios ya no reciben sino que buscan las segundas jugadas. Y, con el balón en los pies, tampoco hay esa pausa. El ejemplo se dio ante el Almería, con Rakitic y Rafinha —dos fichajes pedidos por Luis Enrique—, que prefieren conducir a remover. Los números no engañan. Hace dos años, Xavi daba 96 pases por duelo, se quedó en 83 el año pasado y ahora apenas alcanza los 52. Busquets, en dos temporadas, ha pasado de 75 a 63. E Iniesta, de 72 a 66. Rafinha alcanza 39 y Rakitic, 68.
La carencia se agrava si se atiende a los pases de gol desde la segunda línea. El año pasado no hubo nadie mejor que Cesc (Chelsea) en esa suerte, con 13 caramelos, bien secundado por un Iniesta que contabilizó siete. En este curso, sin embargo, sólo hay dos pases de gol desde la medular, ambos en el partido inaugural ante el Elche, uno de Busquets y otro de Rakitic. El resto está en blanco. Más o menos como en los goles, ya que sólo Rakitic (2) y Xavi (1) suman en la estadística.
Dice Guardiola, técnico del Bayern de Múnich, que el domingo reclamó paciencia hasta que se asiente el estilo Luis Enrique, que la circulación en forma de U —estilo balonmano— se define por pases vacíos. Pero también defiende en el libro Herr Pep: “La posesión de la pelota es únicamente una herramienta para ordenarte y desordenar al rival. Si no hay una secuencia de 15 pases previos, es imposible hacer bien la transición entre ataque y defensa”. Y eso en el Barça no se ve, de modo que tampoco es raro ver a Messi junto a Busquets, hastiado de no tocar balón, necesitado de expresar su fútbol. Y desde la medular se empecina en hacer esos eslálones que tanto éxito reportan, pero que también cuestan disgustos como ante el Chelsea en 2012 o el pasado fin de semana frente al Almería. Menos toque, más riesgos.
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