El mercado no despega a Madrid y Atlético
Madridistas y rojiblancos prolongan el pulso del último curso y dejan el título en el aire
No es el Santo Grial, pero la Supercopa ha dejado de ser un torneo de garrafón, máxime si se miden dos colosos, como suele ser habitual. Además, esta edición tiene un elixir universal, con los dos finalistas de la Copa de Europa, que de nuevo dejaron un partido crudo, muy igualado, sin respiro para nadie. Tres meses después de su sonado envite en Lisboa, nada ha cambiado en el encriptado de cada equipo, por más que hayan asaltado la banca veraniega. De entrada, el Madrid solo presentó a Kroos, que asumió un papel administrativo junto a Modric y Alonso. Durante más de una hora, el alemán tomó la senda de Di María y no tuvo el pulso del argentino, que cogió vuelo en el mejor momento madridista, ya en el segundo acto. El Atlético fue un calco del Atlético campeón: solidaridad, solidaridad y solidaridad. Y, si es necesario, el socorro de Raúl García y la explotación de las jugadas a balón parado. Suficiente para igualar la crecida del Madrid con el gol de James.
Hasta la puesta en escena del colombiano, el paso adelante de Kroos y el revuelo de Di María, el Atlético tuvo cosido el duelo. El Madrid tiene dos plantillas de lujo, pero Di María no es el mejor sobrante, es un microondas de primera. Lo sabe la hinchada, que le recibió con serpentinas. Pero el caso está en el palco, es ahí donde se juegan las lentejas. Con el argentino y James el Madrid encontró la chispa que antes no tuvo, cuando se limitó a lo funcionarial.
Con el Fideo en la sala de embarque, el primer Kroos ofreció otra cosa, cartesiano, pulcro, de esos que con la pelota en los pies puede poner el tiempo entre paréntesis, pero no tiene los decibelios de Di María, lo que echó de menos el Madrid, muy previsible en todo en la primera hora. Buena culpa tuvo el Atlético, que tampoco engaña este curso. Lo mismo da que lleguen Moyà, Siqueira, Saúl y Manzukic. El formato está por encima. En Chamartín se mostró como el conjunto mancomunado del último curso. Un adversario sacamuelas para cualquiera. Es una piña de futbolistas afanosos, bucaneros que echan la cerradura de forma gregaria en todas las zonas del campo. Ni una concesión. Ganársela es un suplicio hasta para el campeón de Europa, al que no autorizó ni una fogata cerca de su portería en todo el primer tiempo. Ya se sabe, el Atlético se siente fortalecido cuando neutraliza al rival, ese es su gobierno. Lo suyo es dominar los espacios, no la pelota, la que concede como señuelo al contrario. Para Simeone, el balón no es un lubricante y ha inculcado a sus chicos el gozo por el quite, se llamen Costa o Mandzukic, Filipe o Siqueira, Arda o Saúl. Otros intérpretes, la misma partitura.
Con su regimiento al frente, el Atlético puso el candado al Madrid, que tardó un mundo en adivinar alguna rendija. Por el mérito colchonero y por su obcecación en librar batallas individuales, con Cristiano y Bale a su bola, como forasteros ante no menos de tres o cuatro alguaciles rojiblancos. Sin James, Di María o Isco de entrada, el grupo madridista se encomendó a sus dos solistas de los extremos. Un chollo para el Atlético, que no se desordena ni a tiros. No hubo centrocampista blanco que invadiera a la defensa visitante por sorpresa. Hasta el segundo acto, Kroos y Modric fueron lineales a Alonso, y los laterales, Carvajal y Marcelo, nada ventilaron. Así, ni migas dejó el Madrid cerca de Moyá en todo el primer tramo. Incluso el Atlético incordió algo más a Casillas, siempre a partir de algún birle de balón. Pero en dos ocasiones, Mandzukic estuvo blando, con más colmillo para las guerrillas. El reputado goleador croata fue un parvulario ante Casillas, que tuvo sosiego en su vuelta como titularísimo. El aislamiento de Mandzukic en ataque fue un mensaje de Simeone, que, incluso con Griezmann en nómina, prefirió tener al francés a la sombra y reclutar a un quinto centrocampista: Raúl García. No sería extraño que sea la norma en los retos de altura.
Los cambios mejoraron más al Madrid, que metió otra velocidad, con sus futbolistas más aliados, con mayor picante para el robo
El Atlético siempre tuvo el partido en el puño hasta el arreón madridista pasada la hora. Otra vez evidenció que su capacidad para negar a los mejores es su mayor virtud. A su modo logró que apenas hubiera incidencias hasta el minuto 70, cuando Bale, a balón parado, puso en aprietos a Moyà, cuyo despeje llegó franco a Kroos, que puso la pelota en las nubes. Para entonces ya no estaba Cristiano, relevado al descanso por molestias en la pierna izquierda. Ancelotti había echado el lazo a James, que agitó algo el cotarro, auxiliado por Kroos, mucho más suelto. Simeone se sintió más aliviado y sin CR dio carrete a Griezmann por Saúl.
Los cambios mejoraron más al Madrid, que metió otra velocidad, con sus futbolistas más aliados, con mayor picante para el robo, con más empeño en las jugadas de rebote, con el balón en tránsito, de toque en toque, sin la parsimonia inicial. En el mejor momento, embocó James. El Madrid se veía en órbita, y más cuando reclamó con razón una mano de Mario Suárez, pero no conviene desdeñar a este Atlético, que no necesita del fútbol versallesco para salir airoso. Con el balón parado es una veta extraordinaria. Para eso tiene tan presente a gente como Raúl García, un intendente sin ruido hasta que el juego vuela. Así, a lo Raúl García, cazó el empate tras un córner que cogió al Madrid en tanga. El Atlético está donde estaba. El Madrid aún se busca. En el Manzanares, el viernes, habrá nuevas pistas.
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