Y, finalmente, Valverde se apagó
Pésima contrarreloj del murciano, que terminará cuarto la carrera, a un paso de un podio en el que los franceses Péraud y Pinot acompañarán al triunfador Nibali
Evidentemente, para los escépticos, para los agnósticos, que, en relación con Alejandro Valverde parecen ser tantos como con respecto al catolicismo y sus símbolos, la culpa la tuvieron las medallas, el peso de tantas vírgenes, Fuensanta, Arrixaca, a saber, encadenas con oro y plata al cuello del ciclista, la merma que sufriría el coeficiente de penetración aerodinámica, y del maillot especialmente diseñado para la prueba, del corredor, que antes de salir, en la rampa, por si acaso, se santigua. Para los sabios, que solo ven de lejos y opinan con la clasificación final en la mano, el problema fue de desarrollo: adónde va Valverde con un 56, exclaman escandalizados, sin saber con qué piñones ha movido el gran plato, sin saber que ha sido el propio ciclista quien, tras ver una vez más el trazado de la prueba, ha decidido usarlo, como lo usó hace un mes en Ponferrada para ganar el campeonato de España que le permite correr con la bandera en el pecho, donde chocan y tintinean las medallas. Para los que le conocen, el problema de Valverde no son ni las vírgenes ni el plato: el problema de Valverde es Valverde, la imprevisibilidad del ciclista, su gusto por la sorpresa.
Para los que le conocen, el problema de Valverde es Valverde, su gusto por la sorpresa
Horas antes de correr una de las peores contrarreloj de su vida, precisamente el día en el que más se jugaba, al levantarse de la cama y después de desayunar, a los que le preguntaban cómo estaba, el murciano, como siempre, como todos los días, les respondió: “Me siento muy bien, tengo buenas piernas”. Así decía también los días de los Alpes y de los Pirineos en los que terminaba sufriendo la ley de Nibali y también la de los franceses que tanto le buscaban las cosquillas, Pinot, Péraud, Bardet. Así que quienes le oyeron la respuesta pensaron: bueno, a ver qué Valverde nos sale.
Se lanza Valverde a la conquista del podio, el segundo puesto, a 15s, el tercero, a 2s, y tiene 54 kilómetros por delante para hacerlo, y los que le siguen en el coche del equipo, los directores Eusebio Unzue y José Luis Arrieta, se miran y sonríen. El ciclista anda y anda deprisa, y mueve con agilidad y ritmo el desarrollo. “Y así nos duró ocho, nueve kilómetros, pero fue salir de la carretera general y entrar en la local, y adiós alegría”, dice Unzue. “Se ha apagado, así de repente, sin más”. Y como en los viejos tiempos del ciclismo español, lo que se plantó en las montañas se perdió en la contrarreloj.
Mientras el ganador esperado, Tony Martin, corre como si tuviera pegado el culotte al sillín —pero no, porque a veces, en los descensos, se sienta con la entrepierna sobre la barra de la bici— o como si el sillín fue de papel de lija, pues no se mueve ni un milímetro; mientras los rivales por el podio, el joven-viejo Péraud, de pedaleo vivaz, y Pinot, más fuerte, se muestran seguros, Valverde titubea y pierde. Puede recordar en las ingratas rectas a las que no ve el final los momentos duros que ha superado durante el Tour tan largo: la caída que le dejó grogui, y ni sabía dónde estaba, antes del pavés de Roubaix, cuando tuvo que correr 70 kilómetros con la bici de Rojas, él, que tan detallista es con los milímetros a los que está fijada la altura del sillín; el día del Izoard, que subió pájara por haber descuidado la alimentación a la hora del desayuno, y luego tuvo que sufrir en Risoul, y no llegó con Nibali porque se le rompió el cambio; los días de los Pirineos en los que veía cómo sus fuerzas se iban acabando según los puertos crecían en altura, y heroicamente, con la ayuda de los jóvenes del equipo o solo, lograba defender su posición, o no perderlo todo. Pero en el momento en el que tiene la oportunidad de recuperarse de todo y terminar segundo un Tour, por fin en el podio del Tour, siente que no puede más. “Las piernas no han respondido”, dijo el murciano, que terminó el día como lo había empezado, cuarto, pero más lejos, pues terminó la etapa 28º, y cedió 2m 1s a Peraud, quien ganó la batalla de los franceses, 1m 16s a Pinot, tercero en el podio de París finalmente.
“Duró nueve kilómetros. Fue salir de la carretera general y adiós alegría”, dice Unzue
Desde 1984, cuando el segundo Tour de Fignon, con más de 10m sobre Hinault, no había dos franceses en el podio final de un Tour, y desde entonces y tras la victoria de Hinault en el 85, solo Bernard, en el 87, Fignon, en el 89, y Virenque, en el 96 y en el 97, habían logrado terminar entre los tres primeros. Por eso en Francia hablan de renovación y futuro, por fin; por eso Péraud, de 37 años, se emocionó como un niño durante su conferencia de prensa, y se echó a llorar.
Después de Valverde, de 34 años, el mejor español de un Tour lacio —no hubo victorias de etapa españolas siquiera, solo lucha por objetivos menores tras el abandono de Contador— fue el habitual Haimar Zubeldia, de 37 años, quien en su 13º Tour (el español que más ha corrido) y tras una contrarreloj tan segura como él, remontó dos plazas, la de los pobres holandeses Mollema y Ten Dam, y terminó octavo. “Es que soy un hombre Tour”, dijo el guipuzcoano del Trek, una afirmación que nadie puede poner en duda.
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