Messi, Balón de Oro sin brillo
El 10 cierra un año decepcionante y con el sorprendente premio al mejor jugador Tras el partido se fue solo, cabizbajo
Tenía 10 guerreros a su servicio en la cancha y 25.000 gargantas rendidas en las gradas. Fuera del estadio, otros 50.000 compatriotas esperaban la fiesta de sus vidas. Entró al campo sonriente, el primero, como corresponde al capitán. Los primeros minutos evidenciaron lo que ya se sabe: Messi es el único liberado del equipo. Ni tenía que presionar en defensa, ni ponerse en las barreras. Ni un esfuerzo de más que le distrajera de su tarea principal: frotar la lámpara de su propio genio. Desde su primera jugada relevante, en el minuto 6, eligió la banda derecha: Höwedes le parecía una presa más sencilla que el curtido Lahm. Su internada encendió al estadio, que emitía un rumor cada vez que el astro tocaba la pelota.
En el minuto 9 volvió a desbordar al lateral, pero no encontró rematador. La velocidad en carrera no iba a ser un problema. Después, de nuevo, a caminar, tranquilo, esperando que su legión de soldados recuperase la pelota. De facto ya había alcanzado el status de Maradona. Sólo le faltaba un Mundial, el Mundial, para hacerlo oficial.
No era un partido cualquiera y Messi aceleró 30 metros hacia atrás cuando Schweinsteiger le robó un balón, como cualquier otro futbolista, hasta forzar el saque de banda. Cuando Alemania atacaba quedaba cabizbajo, como de costumbre, en ese mundo restringido en el que, según dicen los que le conocen, vive la mayor parte del tiempo.
Cuando Alemania atacaba quedaba en ese mundo restringido en el que, según dicen los que le conocen, el 10 vive la mayor parte del tiempo
En Maracaná, tan cerca de su máxima ambición en la vida, era quizá la única manera de sacudirse una expectación insuperable. Cuando se activaba, La Pulga recordaba la electricidad de sus mejores temporadas. Retrocedía hasta su campo, en espera del balón suelto que le permitiese otra jugada del siglo en otra final contra Alemania.
El tremendo error de Kroos que desperdició Higuaín en el 19 confirmó definitivamente que Argentina no era Brasil. Messi parecía cómodo y enchufado. “Para un partido así no hace falta motivar a los chicos”, había dicho Sabella, su seleccionador, la víspera. Explosivo, intentó sorprender en un saque rápido de falta.
Fueron los mejores minutos de Argentina, a la que le anularon justamente un gol de Higuaín que nació de una espléndida apertura de Messi hacia Lavezzi con el exterior. En una interrupción intercambió confidencias con el juez de línea; aparentaba sentirse a gusto. Cuando Alemania recobró el pulso en los minutos finales volvió a pastar al medio campo, como antes. Pero agarró otra pelota por la derecha en el 39 y tuvo su primera oportunidad clara. Höwedes tenía tarjeta amarilla. Schweinsteiger se afanaba en las coberturas. Argentina había jugado la mejor media hora de su campeonato particular. Hace unos días en Belo Horizonte, para entonces, habían caído ya cinco goles.
Tras el descanso (Agüero por Lavezzi) Argentina dio un paso al frente. Nada más empezar, un pase al hueco y un disparo ajustado del 10 hicieron rugir al público. Estaba a sus anchas, por detrás de Agüero e Higuaín, haciendo honor a su dorsal.
A la temporada le quedaban 45 minutos: tocaba poner fin a la dosificación. Empezó a tocarla, a ofrecerse, a desmarcarse. Messi esperaba el balón de su vida. En el minuto 74 buscó por primera vez su gol arquetípico, en la frontal, driblando a varios alemanes hasta encontrar un espacio para su zurda. Los hinchas argentinos coreaban su nombre. Tres después rozó la magia de nuevo en otra jugada similar. Agüero empezaba a calentar: podía ser el socio de calidad necesario en un equipo que sacrifica el toque por la entrega. Fue un espejismo: El Kun no ha llegado bien a Brasil y los aficionados acabaron preguntándose por qué había salido Lavezzi.
Durante 100 minutos, La Pulga fue el jugador más desequilibrante del partido, pero le faltó un gol
En la prórroga el partido amenazó durante unos minutos con descoserse. Alemania agobiaba y Argentina corría a la sorpresa. Por primera vez en el partido le recriminó a un compañero (su amigo Agüero) un mal pase en un franco contragolpe. Después una imprecisión a Palacio. Ya no hablaba en las pausas. La tensión era enorme. Pareció meterse de nuevo en su mundo.
Tras el breve refresco del descanso volvió a desconectarse del juego y Alemania conservó la posesión. Argentina parecía estar ya en reserva (había tenido un día menos de descanso). Tras el gol de Götze, solo en el centro del campo con el balón, dio impresión de cansancio. Durante 100 minutos fue el jugador más desequilibrante del partido, pero le faltó un gol.
En el 120 se inventó una buena falta, algo escorada. La mandó a las nubes y miró al cielo. 80.000 argentinos anularon sus celebraciones en Río. Messi volvió al centro del campo, solo, sin lágrimas, cabizbajo, los brazos en jarras. No se le podía ni hablar, aunque luego recibiera, sorprendentemente, el Balón de Oro al mejor jugador del Mundial. Se fue sin título.
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