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FUERA DE JUEGO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La canción que irrita a Brasil

Antonio Jiménez Barca
Aficionados argentinos con la careta del Papa Francisco y de Leo Messi
Aficionados argentinos con la careta del Papa Francisco y de Leo MessiSilvia Izquierdo (AP)

En el metro, camino del estadio Itaquerão, donde dentro de media hora se disputa la segunda semifinal, entre Holanda y Argentina. Un grupo de hinchas argentinos, vestidos todos con la camiseta de Messi, comienzan, a voz en grito, con la irritante canción de moda, ya saben, la concebida para tocar las narices (no sólo las narices) a los brasileños en su propio terreno: “Brasiiiiil deciiiíme qué se sienteeeee, al teneeeeer en casa a tu papá”.

No ha pasado ni un día desde el funesto 7-1 que ha dejado al país devastado. Algunos brasileños, sentados en los asientos del vagón, miran educadamente por la ventana el paisaje gris y lluvioso de São Paulo de esta tarde o su propio reflejo en el cristal mojado; otros miran para los argentinos y sonríen con una media sonrisa que puede significar cualquier cosa. Pero nadie contesta, nadie responde. Después de varias estaciones, es un hincha holandés de unos sesenta años el que, en un portugués pedregoso pero comprensible, canta la contra-canción concebida hace días para contrarrestar a la argentina, que alude al número de copas del Mundo de Brasil (5) frente al de Argentina (2). Entre que la canción es menos pegadiza que la argentina, que el holandés, la verdad, tiene poca gracia, y que la hinchada local tiene pocas ganas de fiesta, el intento fracasa, el holandés retrocede a una esquina del vagón y los argentinos, sonrientes, vuelven a la carga machaconamente: “Brasiiil, deciiiiiime qué se sienteeeeeee”.

La hinchada argentina la canta todo el tiempo: “Brasiiiiil deciiiíme qué se sienteeeee, al teneeeeer en casa a tu papá”.

Un periodista de São Paulo explicaba hace unos días que nada podría ser peor para el orgullo del país, ahora herido, que el hecho de que sus vecinos del sur ganaran el Mundial en el estadio de Maracaná el domingo. Si eso pasa, la misma presidenta brasileña, Dilma Rousseff, entregará la copa mágica a Messi. “Hablarán de eso toda la vida, imagínese”, añadía el periodista.

En el estadio Itaquerão, en cualquier minuto del partido entre Argentina y Holanda. La hinchada argentina no languidece, no para, no desfallece. Cantan la cancioncilla de marras, pero también muchas otras. Aplauden, gritan, se levantan, enarbolan las camisetas como si les fuera la vida en ello, y tal vez les va la vida en ello. Son atronadores, alegres, incansables. Confían. En varias partes del estadio, los seguidores holandeses, menores en número, menos ruidosos también, tratan de hacerse notar. Pero fracasan.

A la salida del estadio, con el pasaporte de la final en el alma, los argentinos caminan en dirección al metro. Algunos hablan con los aficionados brasileños, amigablemente, otros sonríen a los holandeses, se encojen de hombros, como diciendo, “el fútbol es así, hermano”. Un hombre de unos 40 años con la camiseta de Messi asegura, doctamente: “Alemania será más difícil”.

A la salida del metro, camino de casa, uno, solo, contagiado por la euforia argentina, se da cuenta de que sin querer va tarareando en voz baja: “Brasiiiil, deciiiime qué se sienteeeeee”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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