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¿Y ahora?

Las protestas, las elecciones, todo se había aparcado en Brasil por la celebración del Mundial del que es anfitrión

Fernandinho se desespera contra la red tras un gol de Alemania.Foto: atlas | Vídeo: Atlas / EFE
Antonio Jiménez Barca

Tras el quinto gol, una chica joven vestida con la camiseta amarilla de Brasil dejó de mirar la televisión que tenía enfrente; después se acercó a la pantalla de la izquierda para comprobar si emitía lo mismo y cerciorarse de que lo que veía no se trataba de un error o de un mal sueño. En el barrio de la marcha de la ciudad, Vila Madalena, donde jornada tras jornada, con intensidad creciente, se iban congregando cada vez más seguidores con ganas de fiesta, la gente comenzó a irse en el descanso, dejando los bares vacíos, las calles solas. El presentador de la televisión, en el descanso, incrédulo más que desolado, sólo acertó a decir: "Qué humillación ¿no?". Las cámaras repetían, insistentemente, la escena de un niño llorando, la de los jugadores llorando. Una y otra vez. Una y otra vez. ¿Y ahora?

Brasil entró en este Mundial algo enfurruñado, desconfiado, sin tenerlas todas consigo. Las protestas y las manifestaciones que sacudieron el país hace un año demostraron que ya no bastaba con lo que había y que los tópicos brasileños (el fútbol, la samba, el Carnaval....) ya no eran suficientes. La gente, joven, universitaria, de una nueva clase media emergente, reclamaba mejores hospitales, mejores institutos, una policía menos reaccionaria y brutal... Y se quejaba de que se hubiera gastado tanto en estadios para jugar al fútbol. Una de las frases más coreadas entonces era "Não vai ter copa" (no habrá Mundial ), preconizando que las protestas continuarían hasta impedir que comenzara el Campeonato.

Las cámaras repetían, la escena de un niño llorando, la de los jugadores llorando

El mismo día de la inauguración, hubo manifestaciones en São Paulo, en Río, en otras ciudades, hubo contenedores incendiados, cargas policiales, detenidos y manifestaciones. Los taxistas, las dependientas, los camareros o los oficinistas seguían quejándose y aseguraban que se había gastado mucho dinero, pero también añadían que verían el primer partido. Y el partido, Brasil-Croacia, se celebró. Dilma Rousseff, la presidenta de Brasil, del PT, fue silbada e insultada por la inmensa mayoría del público, casi todos de clase media-alta.

Pero el Mundial arrancó, la pelota echó a rodar, Brasil avanzaba, a trompicones pero avanzaba, y la gente comenzó a olvidarse de las protestas. El ex presidente Luis Inácio Lula da Silva, participante en muchas manifestaciones en sus tiempos de sindicalista pero seguidor furibundo de la selección, aseguraba que había un tiempo para las protestas y otro para el Mundial. Y la gente parecía darle la razón. Cada vez hubo más banderas brasileñas en las calles, cada vez más coches llevaban los capós adornados, cada vez hubo más gentes en los bares, más personas con la camiseta amarilla. Los taxistas, las dependientas, los camareros y los oficinistas ya estaban más convencidos. Y ya parecía un Mundial como los otros, aún más, porque se celebraba en Brasil: una fiesta y una obsesión que sólo cuando se vive aquí se percibe en toda su pujanza. Una mujer universitaria de unos cuarenta años respondió así a la pregunta de por qué se tomaban tan a pecho lo del fútbol de su selección: "Porque es algo en lo que siempre hemos sido los mejores".

"Tengo miedo de abrir la nevera y encontrarme un gol de Alemania"

¿Y ahora?

Ahora el encanto ha desaparecido de golpe. Con una paliza histórica, con una goleada inesperada e inimaginable. Ahora la realidad se impone. Y la sombra de las protestas y las manifestaciones y el malestar que quedaron narcotizadas mientras la pelota rodaba a favor del equipo, surge de nuevo. Hay, sin embargo, quien recurre al humor. Un seguidor de Brasil aseguraba en el primer tiempo: "Tengo miedo de abrir la nevera y encontrarme un gol de Alemania". También Lula aseguraba en esa misma entrevista hace una semana que el resultado del campeonato del mundo no influiría en las elecciones presidenciales de octubre. Pero seguro que no pensaba, como nadie, en un 7-1.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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