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Próxima estación: Messi

Argentina no ha encontrado otro argumento que confiar en su genio

Messi participa en un entrenamiento de Argentina.
Messi participa en un entrenamiento de Argentina.EFE

Messi. Lionel. Lio. El enano que frotó la lámpara. El genio que ilumina. La solución de una ecuación imposible. Todo es Messi en Argentina, por más que Sabella se empeñe en relatar las virtudes de Rojo, de Di María, inagotable según él, mejor cuanto más sudor cae sobre el césped, de Romero, un portero dubitativo, de Gago, ausente como un paréntesis vacío en el centro el campo, de Mascherano, agobiado, zapatero remendón de los huecos de sus compañeros. Y, sin embargo, Argentina ha ganado todos sus partidos, todos por un gol de diferencia, todos por la intermediación o la acción de Messi, con el sudor frío de Rojo o la electricidad de Di María.

Pero Argentina no ha jugado ningún buen partido, las críticas se suceden en un país que adora la crítica permanente del fútbol (Maradona aparte) y la sensación de que todo empieza y acaba en Messi, una selección que juega para Messi y su taller de ingenios lo que produce al mismo tiempo sensaciones tranquilizantes e inquietantes. Argentina transmite la sensación de que todos esperan en la parada de un autobús que conduce Messi: si se retrasa, Argentina se para.

Bélgica no es el mejor viajero en una parada de taxis. Si puede, te marca el recorrido y acostumbra a poner el atasco, si es preciso. La baja de Rojo, un trotacampos, que ante Nigeria ofreció su mejor versión, le permite a Sabella agilizar variaciones sobre su partitura original. Puede reforzar el centro del campo, para alentar a Mascherano o empujar en ataque para que Messi, Lionel Lio, el enano de la lámpara, se siente acompañado.

El asunto sin resolver (aunque Basanta se antoja el sustituto natural de Rojo) no le impide a Sabella asumir el reto que adjetiva la grandeza histórica de Argentina. "Si no quedamos entre los cuatro primeros, será una gran frustración", algo que no sucede desde hace 24 años. Una frase que adquiere su valor máximo cuando La Albiceleste ofrece una versión tan humilde como eficaz. "Aunque hemos ganado los cuatro partidos, aún no jugamos lo que podemos". Esa es la esperanza de un equipo que ha encontrado su astro, pero no su firmamento, lo que le llena de dudas ante un rival que tiende a convertir los partidos en crucigramas. Por el aire flota Vanderbergh, el que amargó el partido inaugural a Argentina en España 82, cuando llegaba como campeona del Mundo y con Maradona emergente. Y flotan los dos goles de Maradona en el Mundial de México, cuatro años después, en semifinales.

Hay amuletos donde elegir, pero, de momento, el único que funciona es el de Messi, ese que transforma la rutina argentina (medio campo vacío, desasosiego) en fuegos nada artificiales. Enfrente tendrá a un malabarista (Hazard) y a un forzudo (Lukaku). Argentina sueña con que el autobús pare en la estación de destino. Bélgica prefiere dar conversación al conductor para que pase de largo.

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