Una revolución aplastada
Federer, de 32 años, y Djokovic, de 27, se citan en la final y prolongan el dominio de ‘los cuatro fantásticos’ al vencer a Raonic y Dimitrov, los aspirantes, de 23 años
Así se apaga una revuelta, así se aplasta una revolución. Roger Federer (6-4, 6-4 y 6-4 a Milos Raonic) y Novak Djokovic (6-4, 3-6, 7-6 y 7-6 a Grigor Dimitrov) disputarán mañana (15.00, C+) la final de Wimbledon. Los dos favoritos pararon en seco a los aspirantes, ambos de 23 años, que llegaron a la cita anunciando a los cuatro vientos que había llegado el momento del cambio de guardia. “No se puede correr contra el tiempo. Son humanos”, había dicho el canadiense. “Estamos sedientos [de triunfos]. Queremos demostrarles a los favoritos que ya estamos a la vuelta de la esquina”, le había continuado el búlgaro. Cuando los dos jóvenes fueron a doblar la calle, les pegaron un portazo; cuando miraron el reloj, las manecillas seguían señalando la misma hora de siempre; cuando quisieron pensar en la final, ya estaban eliminados.
El tenis nunca ha vivido una etapa con menos alternativas. Si la grandeza de un tenista se mide por su actuación en los escenarios de mayor prestigio, jamás hubo jugadores de tanta clase conviviendo al mismo tiempo. Se llaman Rafael Nadal, Novak Djokovic, Roger Federer y Andy Murray, pero les dicen el Big Four y los cuatro fantásticos. La etiqueta, sacada de un cómic de superhéroes de la Marvel, tiene base estadística. En las últimas diez temporadas, solo tres tenistas que no pertenecen a ese grupo de elite han conseguido celebrar Copas de la máxima categoría: Marat Safin en el Abierto de Australia 2005, Juan Martin del Potro en el Abierto de EE UU 2009 y Stan Wawrinka en el Abierto de Australia 2014. El resto de trofeos, todos, uno detrás de otro, ha ido engordando el palmarés de los cuatro rivales. Eso es una barbaridad estadística que nunca ha vivido el tenis: Federer (diecisiete grandes), Nadal (14), Djokovic (seis) y Murray (dos) se han repartido 36 de los 39 torneos del Grand Slam en juego desde 2005, además de las dos últimas medallas olímpicas. De 2009 a 2013, han celebrado 40 de los 45 Masters 1.000 posibles y cuatro de las cinco Copas de Maestros disputadas. El resto de tenistas, por ahora, ha sido sometido casi siempre a protagonizar el papel del talentoso Dimitrov: amenazar en los periódicos y caer en la pista.
“Pero su momento va a llegar”, dijo Pat Cash, el campeón de 1987. “Estos chicos están llegando. Ya no es tan fácil romper la barrera [de la elite] como lo era antes, pero lo harán. Está llegando una nueva raza. Kyrgios, Raonic, Dimitrov... son jugadores magníficos con el tiempo por delante”, subrayó, antes de señalar a la tendencia a uniformizar la velocidad de pistas y pelotas como la explicación a que el tenis viva una época de dominio tan aplastante. “Al Big Four le queda uno o dos años. Lo hacen todo bien. Se les permite jugar igual en todos los sitios, también en la hierba, que ya no les obliga a cambiar de estilo”, sigue. “Ésa es la diferencia entre el césped de ahora y el de mis días. Por eso ahora los jugadores pueden venir directamente desde Roland Garros [tierra] y jugar bien aquí”.
La biología, como dice Cash, es implacable. En agosto, Federer, que no competía una final grande desde la de Londres 2012, cumplirá 33 años. Nadal tiene 28. Djokovic y Murray 27. El avance del tiempo es ineludible. A todos los campeones les llega su hora. El cuarteto, sin embargo, suele romper las reglas que tradicionalmente gobiernan su deporte y se hace notar siempre en los grandes porque la larga distancia de los cinco sets les da margen de reacción. Federer y Djokovic se enfrentarán por el título. El suizo domina 18-16 el cara a cara. Tiene una oportunidad de oro para extender su récord de grandes. Compite en su jardín. Que con casi 33 años pelee por la Copa demuestra que separa a los cuatro fantásticos del resto. En un deporte que consume como un caníbal las reservas físicas y emocionales de los competidores, obligados a jugar once meses al año en cinco continentes, su apetito es insaciable.
Nole, a una victoria del número uno
Si Novak Djokovic gana su próximo partido, tendrá doble premio: ganar Wimbledon y recuperar el número uno mundial, que perdió en septiembre de 2013 a manos de Rafael Nadal. Justo en Londres, donde su madre Dijana proclamó el inicio de su reinado después de que celebrara el título en 2011 (“Olvídense de Federer y de Nadal. Comienza la Era de Djokovic”), el serbio tiene la oportunidad de volver a ocupar el trono y de romper una racha dolorosa que tortura su cabeza y su cuerpo hasta cuando habla con la prensa: el campeón de seis torneos del Grand Slam ha perdido cinco de las últimas seis finales grandes que ha disputado.
“No puedo estar contento con eso, lógicamente”, dijo el número dos mundial. “Debí haber ganado alguno de esos partidos. Ha sido toda una experiencia. Un proceso de aprendizaje para comprender e identificar dónde está el problema y solucionarlo”, añadió. “Es una cuestión mental, de calma, de saber mantener la compostura”.
El serbio, que se casará la próxima semana y será padre próximamente, no gana un título del máximo prestigio desde el Abierto de Australia de 2013. Entre las ocasiones perdidas por Nole hay varias muy destacadas. En la lucha por la Copa del Abierto de EEUU 2012, contra Andy Murray, igualó dos sets de desventaja para desfondarse en el decisivo. En la final del último grande disputado en Nueva York, el serbio ganó la segunda manga y tuvo un 0-40 ante Rafael Nadal que le dejaba el título en las manos. Y en el partido decisivo de este año en Roland Garros permitió que el español le remontara por primera vez desde 2009.
“Pero todo eso solo puede motivarme”, aseguró Djokovic. “Siempre me ha gustado sobreanalizar todo, lo que hago bien y lo que hago mal. Ese ha sido el planteamiento que he tenido desde niño y lo que me ha traído hasta aquí. Quiero deshacer lo que ha pasado en esas finales perdidas”. En Londres, donde se agachó para pegarle un mordisco a la hierba en 2011, cuando ganó el título, Djokovic busca reencontrar su camino.
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