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Brasil reniega de su identidad

El juego de La Canarinha responde a la idea de Scolari y a los problemas de la cantera

Neymar celebra uno de los goles en la tanda de penaltis ante Chile
Neymar celebra uno de los goles en la tanda de penaltis ante ChilePaul Gilham (Getty Images)

Primero se pierde la memoria, que es el refugio de los valores históricos que han ido conformando una identidad durante generaciones. Después se reniega paulatinamente del riesgo y el atrevimiento que van intrínsecamente ligados a cualquier juego. El siguiente paso en el proceso degenerativo es rendir culto a lo accesorio: el sacrificio, la determinación, o incluso el factor emotivo de 70.000 gargantas vociferando un himno mientras los jugadores riegan el césped de lágrimas. Y por fin, se acaba entregando el sello de una camiseta legendaria al pizarrón, a la mercadotecnia y a la perpetua esperanza de que un extraordinario y joven jugador tire de las ilusiones de todo un país. La selección brasileña es hoy un pálido reflejo de la leyenda que fue. Un monumento a la mediocridad teñido de amarillo ante la atónita mirada de una torcida conmocionada porque Brasil tiene serios problemas para ganar y juega como un equipo cualquiera.

Más allá de la descomunal presión que sufre la familia Scolari, el fútbol brasileño padece serios problemas estructurales que también explican el presente estado de frustración. Esta vez no hubo debate sobre la convocatoria. Ninguna figura se quedó fuera de la lista, como le ocurrió a Romário con Zagallo en 1998.

Ahora en la Liga brasileña hay dinero, vuelven viejas glorias y no hay tanta prisa entre los jóvenes por emigrar, pero el nivel competitivo del torneo dista mucho del de las grandes Ligas europeas. Sin ir más lejos, Brasil no ha producido en los últimos años goleadores que decidan partidos mientras la crítica se ceba con la escasa productividad de Fred y Jo. Al calor del título mundial de 1994, Brasil se entregó a un tacticismo desmedido y a un exceso de precauciones cuyo mayor síntoma es la presencia en la selección de muchos volantes defensivos de perfil vigoroso, muy del gusto de Scolari, que ve en ellos un rasgo de modernidad y equilibrio. Hace 12 años, en vísperas del debut de Brasil ante Turquía en el Mundial 2002, Scolari perdió a su gran talismán, el centrocampista Emerson, por una lesión en un hombro producida en el último entrenamiento previo. El técnico tuvo que replantear todo el entramado táctico del equipo ante la ausencia de su volante defensivo preferido.

Al calor del título mundial de 1994, Brasil se entregó a un tacticismo desmedido

Esa figura, conocida en Brasil como cabeça de área tuvo en el gran Mauro Silva a su principal referente. Un tipo inteligente con similar capacidad para robar la pelota y entregarla limpia al compañero mejor situado. A su sombra proliferaron en los clubes brasileños y en la selección volantes del más diverso pelaje. El problema es que no se podía clonar al exjugador del Deportivo, y muchas de las fotocopias salían borrosas. Hoy en las categorías inferiores de la CBF abundan los centrocampistas de corte agigantado, con tendencia al choque, el despliegue kilométrico y la conducción, y con evidentes problemas para generar un juego elaborado.

Mientras que España o Alemania apostaron por un modelo formativo que privilegiaba la técnica y el conocimiento integral del juego, muchos técnicos de la CBF auspiciaron un prototipo de futbolista atlético. Lo ejemplificaba esta semana el gran Tostão, uno de los héroes de la selección del 70, en su columna del diario Folha de São Paulo hablando del perfil del centrocampista Paulinho: “Como el Corinthians no tenía ningún jugador excepcional y Paulinho marcó varios goles decisivos, fue tratado como un crack. En la Copa Confederaciones también le fue bien. Pero con la pérdida de prestigio del Tottenham Paulinho perdió la confianza, ese sentimiento mágico que en tiempo variable transforma un buen jugador en un crack. Cuanto mayor es la expectativa, mayor es la frustración. Vi decenas de carreras así. No hay misterio”.

El fútbol formativo no incide en la aparición de jugadores del perfil de Neymar

El fútbol formativo brasileño no incide tanto en la aparición de jugadores como Neymar, porque la pasión futbolera en el país es tan inmensa que los genios surgen por generación espontánea. Pero la cadena de montaje en la que se ha convertido la cantera de la CBF, poco amiga de proyectos integrales duraderos, sí es una causa directa de lo que hoy ofrece la selección de Scolari. Un técnico que en el Palmeiras del 99 apostaba por César Sampaio, hace unos meses lo hacía por Hernanes, ayer por Paulinho, Ramires o Luiz Gustavo y mañana por cualquier otro que le asegure vigor y ardor guerrero. Ese es el tipo de centrocampistas que ahora fomenta el país que alumbró a Zizinho, Didí, Gerson, Toninho Cerezo y tantos otros. Mientras buenos jugadores como Oscar o Willian saltan al Mineirão superados por la presión ambiental, rebeldes atrevidos como el pequeño extremo Bernard se comen las uñas en el banquillo. Mientras, Neymar mira la pelota volar desde la zaga y su seleccionador invoca la intensidad defensiva y el juego directo pregonados por Simeone en el Atlético como modelo a seguir.

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