El último tango de Maradona
Hace hoy exactamente 20 años, El Pelusa disputó su último partido con la albiceleste tras dar positivo en un control antidopaje efectuado tras el Argentina-Nigeria del Mundial de 1994
Siempre excesivo, tanto en la bonanza como en la desdicha, el epílogo de Diego Armando Maradona con su selección desató el llanto de Argentina. Tótem del fútbol mundial y entronizado por muchos como mejor jugador de todos los tiempos, el 25 de junio de 1994, hace exactamente 20 años, lució por última vez la camiseta de la albiceleste. Fue en el Foxboro Stadium de Boston, ante 50.000 almas. El rival, Nigeria, que pisaba por primera vez el torneo. Aquel día, el equipo dirigido por Alfio Basile remontó el gol inicial de los africanos con una actuación estelar de El Diez y dos punzadas de Caniggia. Al término del duelo, en medio de los festejos de los argentinos, se coló una imagen desconcertante. La enfermera Ingrid María engarzó a Maradona del costado y se lo llevó a la enfermería para pasar un control antidopaje. Cinco días después, entre el runrún que apuntaba a un posible positivo de El Pelusa, la sospecha se tradujo en lágrimas. Desde entonces, Argentina, que hoy vuelve a medirse curiosamente a Nigeria, no ha celebrado un solo trofeo.
“Nos lo confirmó Basile, en una reunión que se produjo a una hora totalmente atípica. Estábamos descansando, nos levantó y nos comunicó lo que ocurría”, relata Luis Islas, el portero de aquella selección. “Después fuimos individual y colectivamente a la habitación de Diego. Él nos decía que no, que era imposible. Lloraba, estaba muy mal, completamente roto”, agrega el exguardameta, fichado en 1988 por el Atlético y cedido al Logroñés.
Los análisis elaborados en un laboratorio de Los Ángeles detectaron en la orina de Maradona un cóctel de drogas procedente de la efedrina, prohibida por la FIFA y en otros deportes. En total, cinco sustancias con efectos estimulantes. La efedrina, un antihistamínico de uso común que en grandes dosis puede otorgar ventaja competitiva, y cuatro derivadas: norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefedrina.
Fuimos a su habitación y nos decía que no, que era imposible. Estaba roto, con mucho enojo" Luis Islas, portero de Argentinaen el Mundial de Estados Unidos 94
Fuera de forma, después de desfilar por el Sevilla y el Newell’s tras su esplendoroso paso por Nápoles, el mito argentino había contratado los servicios del preparador físico Daniel Cerrini para llegar a punto a su cuarto Mundial. En el primer partido de la fase de grupos, Maradona se exhibió en la goleada frente a Grecia, a la que le endosó su último tanto con un zurdazo delicioso. Después, contra Nigeria, precisamente el equipo contra el que debutó como seleccionador en 2010, volvió a deleitar con su amalgama de toques. “No era el del 86, pero estaba fino”, precisa Islas.
“Muchos de los que estuvimos ese día crecimos viéndole jugar”, interviene Emmanuel Amunike, la daga izquierda de esa Nigeria. “El fútbol me brindó la oportunidad de medirme a él. Intimidaba muchísimo. Sus propios compañeros le tenían un respeto especial”, añade. “No teníamos miedo ni complejos, pero alguien como él siempre te condiciona. Se le veía un punto más lento, pero conservaba un toque increíble”, recuerda otro nigeriano, Finidi, estiloso extremo del Ajax.
La FIFA, a la que desde algunos sectores se le acusaba de una conspiración contra El Pelusa teledirigida por su presidente de entonces, João Havelange, fue implacable. Después de un contranálisis le impuso 15 meses de sanción al futbolista y obligó al mandatario de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Julio Grondona, a retirarle de forma inmediata del torneo. Se desató un fuego cruzado entre los médicos, el futbolista y los dirigentes.
Nos apuntaron cuando vieron quiénes éramos. Nos sacaron del camino, éramos peligrosos" Alfio Basile, seleccionador argentino en el Mundial 94
Desde que se anunció el positivo hasta que se confirmó la suspensión pasaron cinco días. “Me cortaron las piernas y encima no me dejan defenderme. ¿Por qué habló el doctor Ugalde? ¿Por qué no cerró la boca? ¿No se da cuenta que la máquina se pudo equivocar? Pero no, no les importa, me dejan solo. Quiero tener el derecho a defenderme porque no me drogué. Cuando lo hice fui y le dije a la jueza: ‘¿Qué hay que pagar?’ Pero ahora no lo entiendo, porque no tienen argumentos”, se defendió El Diez, que alegó que tan solo había consumido un medicamento contra la gripe. “¿Vieron a algún otro jugador al que le fueran a buscar para llevarlo al antidoping? Y fui, fui como un pelotudo... Llegué al Mundial limpio como nunca. Jugué con el alma, con el corazón. Todos saben que para jugar no hace falta la efedrina”, argumentaba entre sollozos.
Basile, desconcertado ante una situación que torpedeó el buen clima que envolvía a su plantilla, se posicionó del lado del mito. “Nadie me explicó lo de la efedrina y todo ese despelote. Aquellos que creían que Maradona y Argentina no existían, nos apuntaron cuando vieron quiénes éramos. Nos sacaron del camino porque éramos peligrosos”, denunció el preparador.
No era el primer caso de dopaje en un Mundial. Existía un precedente, el de Ramón María Calderé. En México 86, ese campeonato en el que Maradona dibujó acciones inolvidables y alzó la Copa del Mundo, el español dio positivo por efedrina. Sin embargo, no fue sancionado porque el médico, Jorge Guillén, hizo constar previamente que tomaba ese producto.
Llegué limpio como nunca. Todos saben que para jugar bien no hace falta la efedrina” Diego Armando Maradona
Una vez que salió a la luz el positivo, Argentina se descompuso como un castillo de naipes expuesto a un vendaval. “Se produjo un desequilibrio muy grande en una estructura de trabajo muy prolija. Todo cambió. Tuvimos que viajar, cambiar de sede.... Dañó mucho a Maradona, pero también a todo el plantel. Se generó un gran estrés y nos afectó muchísimo en lo anímico”, detalla Islas. “Teníamos un equipo muy rico: Redondo, Caniggia, Batistuta, Simeone… y por supuesto Diego. No tengo duda alguna de que si no hubiese pasado aquel episodio, habríamos ganado esa Copa del Mundo”, agrega el exportero, que lamenta el trato diferenciado que recibía su compañero: “Ahora que soy entrenador, puedo decir que hay un montón de cosas que no las hubiera consentido. Las habitaciones eran normalmente de dos, pero Diego tenía una en exclusiva para él, por ejemplo. Jamás habría pensado en lo del doping. Yo era deportista y tiraba con agua y chocolate, no más. La culpa no fue de Grondona ni de los médicos, que me imagino que no estarían al tanto de lo que consumía Diego. La culpa fue de él, por tomar lo que no debía. La responsabilidad fue estrictamente suya”.
Con la estrella camino de Buenos Aires, la selección argentina se derrumbó. Cayó ante Bulgaria (2-0) en el tercer partido y en los octavos fue apeada por Rumanía (3-2). En aquel exótico torneo de Estados Unidos, hace 20 años, se pudo disfrutar del último tango de El Diez. Con 91 partidos, 34 goles y un Mundial en el bolsillo, se despedía para siempre de Argentina. “No quiero dramatizar, pero me cortaron las piernas. A mí, a mi familia, a los que están a mi lado. Nos sacaron la ilusión y creo que me sacaron del fútbol definitivamente. Tengo los brazos caídos, el alma destrozada”, manifestó en la rueda de prensa que precedió al vuelo de retorno. Su país, sacudido y conmocionado, lloraba la marcha del genio forjado en las calles de Villa Fiorito.
VÍDEO: El Argentina-Nigeria del Mundial de 1994.
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