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Columna
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Porqué algunos le vamos a USA

A pesar de la hostilidad de algunos políticos, existen inmigrantes en Estados Unidos que en esta Copa del Mundo, le van a la roja, blanca y azul

Benny nació en El Salvador, pero ha vivido en el área metropolitana de la capital estadounidense por más de veinte años. Trabaja detrás de la barra de una de las cantinas más visitadas del centro del Distrito de Columbia, hogar de varios individuos poderosísimos a los que nadie aconsejó nunca que dejaran los egos en la puerta. Benny los llama a todos por su nombre y conoce sus tragos predilectos de memoria: los sirve fuertes, acompañados de un rato de plática y una sonrisa. Su español no es el de antes; ha sido afectado con las inflexiones de quien ha tenido que aprender inglés a la fuerza para ganarse la vida.

Por su inglés, los muchos clientes que visitan el bar para aprovechar los gigantes televisores que transmiten la Copa Mundial saben que no es de la zona. Pero Benny, como yo y millones de inmigrantes en ciertas zonas de los Estados Unidos, le va al equipo de fútbol de USA y grita con la misma esperanza y al unísono con muchos aficionados estadounidenses la azucarada porra del “I believe that we will win!”- “Yo creo que vamos ganar”, durante cada partido. Y decimos el “podemos” y nos lo creemos, incluso a pesar de que legalmente, para muchos de nosotros, el “nosotros” es ficticio.

Le vamos a la roja, blanca y azul, y no porque seamos malinchistas, hayamos vendido la patria o nos hayamos olvidado de nuestros orígenes. Las notas del himno nacional salvadoreño siempre me sacarán lágrimas, recitar las poesías de mis raíces me quiebra la voz de manera infalible, sigo llamándole fútbol a lo que aquí todo el mundo impunemente llama soccer y culpo a la nostalgia por la pequeña fortuna que he dejado en pupusas mucho más caras y menos sabrosas, que las que acostumbrara comer.

Y empero, le voy a Estados Unidos porque, aunque no totalmente su gobierno, mucha de su gente me ha acogido a mí y a muchos como yo, dejando que nos entretejamos con los hilos de sus comunidades. Cada vez con mayor frecuencia nos han permitido aprender de sus sistemas educativos y debatir dentro de sus aulas en calidad de pares. Han disfrutado de nuestras comidas típicas y demostrado interés en nuestras culturas, historias y diferencias.

Nos han llamado colegas en lugar de vernos como la competencia que podría poner sus oportunidades laborales en peligro. Han consumido nuestros servicios, algunos de los cuales han permitido a muchísimas mujeres, gracias al cuidado de niños que ahora pueden costear, integrar el mercado laboral para comenzar a cerrar los aún existentes abismos de género en los mercados laborales.

No son los estadounidenses con los que celebramos las gambetas de Dempsey quienes nos ven como amenazas a la seguridad nacional. Precisamente porque saben que nadie le hace daño a lo que aprecia, es que con nosotros han emprendido a lo largo de los años innumerables proyectos que van desde la construcción de sociedades anónimas a la constitución de familias.

Los que nos abrazan en el bar cuando las gargantas se desgañitan con los gritos de gol no son los mismos que para pescar votos predican mercados libres para todo menos para la gente que no les gusta. Solo esos que negarían la magia existente en el proceso de orden espontáneo que lleva a las amalgamas culturales nos preguntarían donde nacimos antes de iniciar con nosotros una transacción voluntaria de mutuo beneficio, sea esta comercial, social o emocional.

Son estos negadores los que quieren convertir nuestra presencia en este país en un asunto de seguridad, ignorando su verdadero trasfondo económico resultante de la maximización racional de utilidades por parte del capital, tanto humano como económico. Estos negadores limitan la creación de valor por medio de la construcción de paredes, tanto de concreto como de papel, restringiendo la flexibilidad laboral y debilitando la capacidad de los Estados Unidos de competir en un mundo globalizado.

Y quizás nos creemos el “nosotros” implícito en el canto de “creo que vamos a ganar” porque el equipo de fútbol de Estados Unidos es una representación visual de la audiencia que brincando, los apoya en los estadios y frente a los televisores: un grupo que de la manera más armoniosa mezcla a individuos cuyas familias nacieron en Estados Unidos y a individuos cuyas familias escogieron los Estados Unidos como el país donde querían trabajar, amar, constituir familias y construir comunidades, ya sea de manera temporal o permanente.

Y sin embargo muchos, a pesar de los tragos que cada semana les sirve Benny, continúan ciegos ante estos maravillosos contrastes, y consideran “amnistía” el vía crucis legal que muchos inmigrantes merecedores deben atravesar para ser dignos de quedarse, para seguir engrasando las tuercas de la economía estadounidense. Esta ceguera hace que algunos prefieran crear una crisis humanitaria a través del abuso de la fuerza estatal, que permitir que miles de niños se reúnan de nuevo con sus familias.

Pero esta ceguera no nos ofende: estas visiones que alimenta el extremismo político y en algunos casos la ignorancia, son anuladas con creces por los corazones abiertos que en cada vez más ciudades nos siguen acogiendo como propios. Es por ellos que muchos de nosotros han encontrado en esta, una casa lejos de la nuestra y que millones más continuarán exponiendo el pellejo a cambio de oportunidades. ¡Adelante USA!

Cristina López Guevara es abogada salvadoreña con maestría en políticas públicas de Georgetown University.

Twitter: @crislopezg

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