Ni honra ni pasión
El problema de España no ha sido perder sino no levantar cabeza, no dejar ni un gesto de grandeza, claudicar sin un acto de rebeldía, sin ninguna energía ni arrebato
El juguete se ha roto en España. Ha pasado la pelota del tic-tac al toc-toc de forma tan previsible como irremediable, motivo suficiente para que afloren de nuevo las dudas y pidan turno los resultadistas, como si tuvieran la fórmula del éxito, incapaces de recordar que si España ha sido importante en el fútbol fue por el estilo y no precisamente por la furia. A La Roja le aguarda una digestión muy difícil de la derrota si se la compara con el Barça.
Ya se sabía de la dificultad de poder competir con garantías en Río de Janeiro. Los internacionales españoles han sido muy exigidos por sus clubes durante una temporada que acabó con los títulos del Atlético, Sevilla y Madrid. También se conocía del mal momento de forma de algunos futbolistas del Barcelona, que desde hace un tiempo se olvidaron de la cultura del esfuerzo, como si se pudiera jugar siempre al fútbol de memoria.
No hay que olvidar tampoco que los iconos del equipo han cumplido años. Xavi, el jugador que simboliza la manera de entender el fútbol en la selección, ya tiene 34. Casillas, el capitán que ha marcado la diferencia con sus paradas, ya no da victorias a sus 33 años. Y a los 32, Xabi Alonso expresa el desgaste físico y psicológico de los campeones ya saciados de títulos, sintetizado en su denuncia: “Nos faltó hambre”.
Los resultadistas pedirán la vez como si lo de los estilistas hubiera sido un paréntesis
No ha funcionado el plan futbolístico, denunciado en los dos partidos por la pérdida reiterada del balón, la falta de seguridad defensiva y desequilibrio en ataque, ni tampoco ha habido revulsivos, tal que los malos hubieran contagiado a los buenos, unos y otros sin finura ni agresividad. No se puede jugar como pretende España si los jugadores no están muy bien de piernas y cabeza, contrariamente a quienes piensan que el tiqui-taca es un juego de engaños, de toque y pase, como si los esfuerzos fueran limitados.
Un buen conocedor del Camp Nou explicaba con precisión cómo se desploma un equipo de famosos: un día se deja de entrenar y se gana; al segundo se salta la dieta y se sigue ganando; al tercero se sale de noche y de nuevo se canta victoria; y al cuarto se pierde sin que el futbolista sepa si ha sido por abandonarse en el campo de prácticas, por la alimentación, por no cuidarse o porque el rival era mejor. No quiere entender que la derrota es producto de la suma de los distintos factores.
La rutina y la inercia, la administración y la gestión, han devorado a la pasión, y sin chispa no hay vida, tampoco en el fútbol. Alcanza con mirar a los jugadores para saber de su voracidad. Ya advirtió Del Bosque que no había fuego en los ojos de sus chicos más ilustres —solo fue capaz de ver el brillo en Koke, suplente— y tampoco consiguió encenderlos con la convocatoria de nuevos internacionales como Diego Costa. Del mismo modo, tampoco se acertó con la concentración invernal de Curitiba.
España nunca ha estado a gusto en Brasil y ha sido víctima de un ataque de melancolía que ha precipitado un epitafio hasta cierto punto anunciado desde su salida de Madrid. Había la sensación de que la selección española aspiraba sobre todo a una derrota digna o pretendía tener una gran excusa para no ganar la Copa. Revalidar el título no parecía muy probable ni posible por la entidad de los rivales y las propias limitaciones de España.
La rutina, la administración y la gestión, han devorado a la pasión, y sin chispa no hay vida, tampoco en el fútbol
Así que el seleccionador, los jugadores, los aficionados y la crítica cerraron los ojos y se entregaron a la búsqueda de una despedida honrosa, acorde con el cartel de los internacionales que se habían ganado el derecho a decir adiós, intocables como campeones. Hay situaciones que no tienen más vuelta de hoja, pocas como la de España en Brasil. El problema, sin embargo, no ha sido perder, sino no levantar cabeza, no dejar ni un gesto de grandeza, claudicar sin un acto de rebeldía, sin ninguna energía ni arrebato.
La claudicación hará muy difícil sobrellevar el duelo hasta el partido contra Australia, el último antes del exilio definitivo. No será fácil defender por tanto el estilo como concepto ante quienes se remiten a los detalles y especialmente al marcador. Aunque previsible, el final ha sido tan tremendo que incluso se especula con la posibilidad de la renuncia del seleccionador. Habrá que respetar la decisión de Del Bosque más que obligarle a que siga, y menos como si fuera un favor, ni que sea por respeto a su obra gigantesca, plasmada en su excelente gestión de los egos más que en el trabajo táctico.
Si la revolución futbolística de España comenzó con Luis Aragonés, Del Bosque cuadró el éxito: la victoria se consigue a partir de jugar bien con los mejores futbolistas, sin ningún ataque de protagonismo ni ganas de trascender, simplemente con un liderazgo bien entendido. Ahora llega la etapa de la renovación y ya no hace falta tener cintura sino cabeza y determinación. Los resultadistas pedirán la vez de nuevo como si lo de los estilistas hubiera sido un paréntesis en el fútbol.
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