Marcelo se libra del álbum fatídico
El lateral madridista es el primer brasileño en marcar en propia puerta en un Mundial, en el tanto que adelantó a Croacia
Los vagones de la línea de metro que finaliza en Itaquerao, en las faldas de la colina sobre la que levanta el moderno Arena São Paulo, conformaban un gusano amarillo radiante, aunque silencioso. La hinchada brasileña atestaba los trenes con rostros de impaciencia ante un trayecto que desde el centro de la ciudad suponen 40 minutos, la mayor parte entre los miles de rascacielos que dibujan un paisaje de secuoyas de ladrillo habitables. De vez en cuando, alguna trompeta y algún grito agudo de Brasil rompía esa atmósfera extraña, rota solo cuando los hinchas se empezaban a ver cerca del estadio, ya sin sombras de edificios alargados y salpicado a su alrededor de construcciones más bajas y modestas.
En los aledaños del estadio, el ambiente sí justificaba que jugaba Brasil. Miles de camisetas amarillas desfilaban hacia el estadio preparadas para una fiesta y una victoria que Luiz Felipe Scolari pretendía que se fraguara en los primeros minutos de juego. Durante toda la semana el seleccionador brasileño había insistido a sus jugadores en un inicio volcánico. Pretendía un arranque con el mismo tipo de descarga racial y ofensiva que en la Copa Confederaciones llevó a Brasil a marcar la mayoría de sus goles antes de que su cumpliera el primer cuarto de hora. En la intención ambiciosa de Scolari también estaba fundir a la grada con sus futbolistas desde el primer momento. Está muy convencido Felipão de que la grada puede ayudar a sus futbolistas a generar un ambiente insoportable para sus rivales. En cada charla ha resaltado la importancia de marcar pronto.
Nadie celebró más el gol de Neymar que el defensa, rescatado por el delantero
Aparecieron todos sobre el campo para el calentamiento señalando al cielo con el dedo índice, invocando una ayuda divina. Tronó el estadio, que ya no dejó de emitir un ruido estruendoso hasta que un centro raso de Olic desde la izquierda se cruzó con la fatal presencia de Marcelo. No vio el balón el lateral madridista y con el impulso de su propia carrera vio como su pierna derecha le introducía en la historia negra de Brasil. El infortunio le convirtió en el primer jugador brasileño que marca un gol en propia puerta en una Copa del Mundo. El rostro y la mirada se le tensaron, en medio de un silencio que duró poco, pero evocó esos viejos fantasmas que tanto atormentan al fútbol brasileño.
Petrificado, Marcelo recibió el consuelo de Julio César, que le pasó la mano por su ensortijada cabellera. Aún mantenía un rictus de desesperación mientras caminaba hacia su posición conversando con David Luiz. Parecía ser consciente de que ese gol, si no había remontada, le metería en el mismo álbum de cromos malditos de la canarinha que inauguró Barbosa. Sus propios compañeros le vieron poco cuando subió al ataque y se difuminó ese lateral descarado y anárquico en ataque por el peso del error.
Nadie celebró el gol del empate de Neymar más que Marcelo. Corrió de un costado al otro del campo para festejar ese disparo raso y dañino. Recuperó entonces la sonrisa que le había acompañado durante los días previos al partido.
En la concentración de Teresópolis, Marcelo es uno de los grandes animadores en los entrenamientos y en las habitaciones. Sus compañeros le buscan y le rodean en corrillos en los que hace reír hasta al mismo Scolari. Su actuación en la final de la Liga de Campeones, con gol incluido, había elevado su rol de jugador de peso en el vestuario.
Su error en el gol de Croacia aterró a un país que no se esperaba un comienzo de ese tipo
Ya festejó como si fuera un gol el penalti a Fred y volvió a emprender una carrera eufórica para volver abrazar a Neymar. Aliviado, atendió la llamada de Scolari, que le insistió, que ya en ventaja, guardara su posición y no se aventurara al ataque. Sin embargo, envalentonado, no pudo reprimirse en un par de ocasiones. Quizá buscaba redimirse de un error que aterró a un país entero ante el que se arrodilló cuando Óscar acertó con ese punterazo, también ajustado. Terminado el partido, y de nuevo, con el eco de fondo de protestas a la presidenta Dilma Rousseff, clavó las rodillas en la hierba.
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