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Furia brasileña frente a samba española

El Mundial que arranca hoy permitirá examinar el cruce de estilos entre sus dos principales aspirantes, la mítica Canarinha y su heredera La Roja

José Sámano
David Luiz, Scolari y Neymar.
David Luiz, Scolari y Neymar. VANDERLEI ALMEIDA (AFP)

Si todo Mundial es un depósito de pasiones, el que arranca hoy en São Paulo tiene un punto más de excelencia. Se trata de Brasil, la mejor cepa en la historia del fútbol. Fue aquí donde el juego se hizo arte, donde se acunaron los mejores trovadores, nada de ídolos plastificados. Es la tierra de Leónidas, aquel goleador tan voraz que hasta marcaba descalzo. Es la patria de Pelé, un rey totémico al que le cabía todo un campo en las botas y la reserva de Garrincha, que contaba chistes con la pelota. Es el país de añadas como las de Rivelino y Carlos Alberto, Zico y Sócrates, Romario y Ronaldo… Brasil es el archivo del tesoro del fútbol, la apoteosis. Por todo ello, en honor a su imperecedera epopeya, se merecía que el balón hiciera un viaje de regreso al lugar donde siempre se le trató mejor, donde encontró su espacio más recreativo, donde le llamaban menina. Pese a todo, infiel como es a menudo, fue en Brasil donde la pelota hizo llorar como nunca jamás. Sucedió hace 64 años, por su culpa y la de un pelotón de rebeldes uruguayos acaudillados por Obdulio Varela que momificaron Maracaná. Una pesadilla que hoy sería aún más insoportable para los anfitriones.

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Tras aquel monumental berrinche, emergió un Brasil celestial, la pura mística del fútbol. Ahora, los tiempos son otros y, de forma inopinada, a la selección más campeona de todas las campeonas le ha dado un repentino ataque resultadista y ha capado las señas que le encumbraron, el rasgo diferenciador que la divinizó. Del triple pivote al cuadrado mágico y otros logaritmos. Ha perdido la gracia y se ha convertido en un regimiento al servicio de Scolari y su visión prosaica del fútbol. Con el seleccionador brasileño la creatividad está bajo sospecha. Bajo su gobierno, Brasil ha recibido un tratamiento de choque, se ha europeizado, fruto del paso de Felipão por aquel continente. El resultado por encima de todo, sea lo que sea, los colmillos bien afilados y el fundamentalismo de los corsés tácticos, el doble pivote, el cuadro mágico y otros logaritmos.

Con Scolari, la creatividad está bajo sospecha; se ha perdido la magia

Hoy, en su factoría se reproducen centuriones como Thiago Silva, David Luiz, Luiz Gustavo, Fred… Buenos futbolistas, pero más dispuestos para las barricadas que para el ingenio, asunto exclusivo de Neymar, el último eslabón de La Canarinha más fetén. Con todo, por esa vía, la de la furia sin miramientos, Brasil parte como máxima favorita. A los de Scolari no les respalda tanto su pasado, del que han derrapado, como su extraordinaria demostración de poderío en la Confederaciones, en la que se desplegó con un fervor encomiable. Pero el Campeonato del Mundo no es un apeadero como aquella Copa de hace un año, sino el santo grial. Ahora, tendrá que soportar una enorme presión, tanto por la losa de su enciclopédica historia como por los revuelos civiles que de nuevo puedan tomar el fútbol como objeto de protesta social. En su primera cita, ante Croacia en el partido inaugural de esta noche (22.00, Telecinco y GolT), se verá su medida. Los croatas no son precisamente un equipo de descamisados. Es la selección de Modric y Rakitic, que son alguien en la clase alta del fútbol.

Diego Costa.
Diego Costa.

En su cruce de camino, Brasil se ha encontrado con España, que hoy es la selección con más samba. Al margen de lo que dicte el torneo, tras la contrarreforma de la furia iniciada en 2008, la selección de Del Bosque es hoy una idea y en su equipaje lleva el balón, el toque y el rondo. Un equipo que se ampara con la pelota y al que el seleccionador ha querido dar continuidad con algunos nuevos reclutas, caso de Azpilicueta, Koke y Diego Costa, que apuntan a tener peso en el campeonato. El caso del hispanobrasileño, más allá de su doble futbolidad, es el más singular. Tiene algo de forastero dentro de un equipo que siempre ha falseado a los arietes y que con su vocación por tirar pases hasta el delirio acaba por olvidarse de dar alguno a la red contraria. En el caso español, los goles no son hijos del juego y esta es su principal asignatura pendiente. Es ahí donde cuela Diego Costa si logra coger la onda de una selección en la que debiera ser el recurso final, no un actor principal de la arquitectura del juego. Su adaptación no será sencilla. El rojiblanco necesita aire para desenvolverse y en este grupo sentirá que son sus propios compañeros quienes le encierran en sus corrillos con el balón ante rivales enclaustrados en su área. Si quiere horizonte, cuanto más se aleje de la pelota, mejor.

La trama de Costa y otras como la de este Brasil tuneado por Scolari se resolverán desde hoy. Por fin, hay fútbol, y en un país en el que siempre fue una oda a la felicidad de sus gentes. Hoy no está del todo claro que se mantenga la bienaventuranza entre el fútbol y su festivo pueblo. Otra de las grandes intrigas en este Mundial. Quizá, la mayor. Para Brasil, es mucho lo que hay en juego, en el campo y en la calle.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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