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Nadal desnorta a Ferrer

Tras perder el primer set, el mallorquín le propina un 10-0 al alicantino, gana 4-6, 6-4, 6-0 y 6-1 y llega a semifinales

Juan José Mateo
Nadal, en el partido ante Ferrer
Nadal, en el partido ante FerrerGONZALO FUENTES (REUTERS)

Así pierde la brújula un tenista, así cae 6-4, 4-6, 0-6 y 1-6 David Ferrer ante Rafael Nadal en cuartos de final de Roland Garros. De error en error, el alicantino, que suma el primer set, encaja un 0-10 que le condena irremediablemente y catapulta al mallorquín hasta las semifinales, donde el viernes le espera Andy Murray. Al número cinco se le indigesta la reacción del número uno y sufre un ataque de pánico cuando el mallorquín abre brecha en el marcador y le niega tres bolas de break con 6-4 y 2-3. Se arropa con mantas la gente en la grada, tanto frío hace, y mientras aúlla el viento Ferrer se queda congelado. “¡He perdido el norte!”, se grita mientras su rival celebra un 13-1.

Las palabras del derrotado y de su entrenador resumen un encuentro de los que no dejan cicatriz porque quedan para siempre como una herida abierta.

"Ha sido el mejor día de la espalda”, cuenta el mallorquín, que saca a 175 km/h de media

“No he estado a la altura. He estado fatal”, dijo Ferrer. “Mi actitud no se corresponde a la de un top-10. Me vine abajo. Bajé los brazos. Pido perdón a los que han pagado una entrada”. En la bocana de los vestuarios, José Altur, su técnico, tampoco pone paños calientes, porque nadie puede matizar los 50 errores no forzados que comete su pupilo cuando el partido no le sonríe y le obliga a ser fuerte. “Empezó muy bien, a la perfección, tuvo oportunidades en el 2-3 del segundo set, las jugó con miedo, y a partir de ese momento se quedó con el miedo en el cuerpo”, opinó el entrenador. “Vio que delante tenía un muro. Ha perdido el norte. Dejó de jugar donde tocaba, creo que pensó que no podía y a partir de ahí no pudo salir de esa rueda”

Ferrer, ante Nadal
Ferrer, ante NadalMichel Euler (AP)

“Al principio, David estaba jugando a una intensidad más alta que yo”, valoró Nadal. “Cometí muchísimos errores con mi revés, y es difícil de entender. Me bloqueé mentalmente”, fotografió. “Luego, empecé a jugar con mi derecha, me relajé después de ganar el segundo set y David empezó a hacer más errores de los que suele. Algo paso ahí… pero incluso con sus errores, yo estaba haciendo mejor las cosas y tenía el control con mi derecha”.

Esto es lo que ocurre. El pulso se disputa según las leyes de la Suzanne Lenglen. Desplazados a la segunda pista en importancia, Nadal y Ferrer afrontan el duelo sabiendo que hay menos metros para defenderse, que no tienen los fondos de la central para guarecerse. El día ha sido lluvioso en París, la espera ha sido larguísima, y la arena está pesada, húmeda, como si la hubieran sacado de una playa. Cuesta mover la pelota. Toca pelear con la raqueta, el alma y el corazón cada punto, porque ni Nadal ni Ferrer pisan el albero con buenas sensaciones.

Los dos rivales se lanzan al abordaje. Sabe Ferrer que a Nadal le duele la espalda, y que quizás el mallorquín no saque con sus velocidades de siempre. Sabe Nadal que Ferrer no es un titán al servicio, que él también puede ser un corsario y vivir esos juegos con el cuchillo entre los dientes. En el arranque, los dos amigos se intercambian roturas. Pronto queda claro qué estadística gobernará el encuentro. Quien gane más puntos al segundo saque se llevará el duelo. Quien mejor aproveche esos peloteos lanzados con dudas y miedo, no vaya a caer una doble falta, será quien levante los brazos. En la primera manga, Ferrer suma el 54% de esos intercambios sobre el saque de Nadal, y lógicamente se lleva el parcial. En el segundo, el mallorquín solo le permite anotarse el 17%, asalta el 42% de los suyos y logra un cambio de tendencia que le premia con el empate.

Es la hora de los gigantes. Ferrer, sin embargo, ya no es el mismo desde que pierde las bolas de break que le habrían permitido volver a discutir de tú a tú la segunda manga. Es una desconexión como nunca se ha visto en su carrera. Se le paran las piernas, se le dispara el brazo y se le rompe la cabeza. Cada peloteo es ganador de Nadal o fallo de Ferrer. La conclusión es ineludible. Ya no es Nadal contra Ferrer. Es Nadal contra la noche, que amenaza con llegar a tiempo de suspender el partido. Es Nadal corriendo con el sol, pidiéndole que no se vaya, porque no quiere tener que jugar tres días seguidos.

El número uno se aplica con una intensidad estremecedora. Eléctrico de piernas, moviéndose con chispa, saca a unos estimables 175 kilómetros por hora de media — “El día que mejor he estado de la espalda”—. Su tenis es apasionado. Nadal sabe que Ferrer siempre vuelve. Nadal sabe que el sol se marcha, y acelera para acabar junto con en el día.

Cae la noche en París cuando el número uno levanta los brazos. Al ganar, mantiene viva la posibilidad de dejar Francia como el número uno, para lo que necesita celebrar el título (si no, el trono lo ocupará Novak Djokovic, que en semifinales se enfrentará al letón Ernests Gulbis). Ferrer arrancó como un tiro. Nadal le mojó la pólvora y el ánimo con su pasión competitiva. En París, el rey sigue muy vivo.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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