¿Qué fue de Messi?
Demasiadas incógnitas para quien acaba de firmar el contrato de los siglos y ha pasado sin migas en los momentos culminantes de su equipo
Como el fútbol es de otro planeta, eso creen muchos de sus advenedizos rectores, su lógica se aplica en Marte. Ocurre hasta con el marciano más maravilloso que ha existido en el pateo de la pelota. Es Messi, convertido en el futbolista mejor pagado del nunca jamás justo en el peor momento de su divina carrera. ¿Por lo que fue o por lo que quizá vuelva a ser sin que nadie de los que le van a pagar el pastizal explique por qué ya no es quien llegó a ser o por qué intuyen que resucitará? En ningún caso lo podrán justificar por lo que ahora mismo simboliza, que no es otra cosa que todos los males de un grupo a la deriva, que hace tiempo que tachó lo de la cultura del esfuerzo. “Si sigo nos haremos daño”, dijo un prócer azulgrana que antes se las había tenido tiesas con la farándula de Ronaldinho, Deco y Eto’o. Messi era mucho MESSI.
Nunca hubo exégetas de Messi, al que la mediosfera idolatró con motivos sobrados por lo que deslumbraba sobre el césped. Fuera de la moqueta, Leo ni siquiera es una vedette, es alguien al que se deben interpretar sus silencios, sus vómitos. Él no es permeable y a su alrededor solo hay quien tirita: no sea que arquee una ceja de más o descuelgue la barbilla de forma periscópica. Prohibido preguntar, prohibido indagar, prohibido todo.
A Messi se le descodifica, no se le conoce. Es Messi, el mejor, y con eso basta. Pues ha llegado el momento en el que ya no es suficiente, porque el rosarino se ha ido y, como nadie le sentó en el diván, no se sabe a dónde, ni por qué, ni si alguna vez Leo se reencontrará con Messi. Hoy están separados, ya juegue contra el Getafe, el Elche o el Atlético. No arranca, va tieso, y lo mismo le corta las alas un central de primera que de tercera. Messi aún es bueno, claro, pero no es MESSI, y de eso se trata. Se ha ido del área, una selva en la que era un portento, para encapotarse en zonas más templadas donde quiere maquillarse como un pasador notable. Parece que sus piernas quieran volar por un lado ante la resistencia de un cuerpo sin forro y una cabeza en otra órbita. Da señales de que cuando quiere no puede, porque se fundió de tanta nana que le cantaron, de tantos rondos sin otra sustancia física que alguna carrerilla de cadete a la carta.
Leo siempre necesitó que le esculpieran el cuerpo y que en el campo le instruyeran. Sabe de qué es capaz él, pero nunca fue el mejor analista de lo que requiere el equipo. Nadie se ha atrevido ni con lo uno ni con lo otro. Con los ídolos ya se sabe quién tiene todas las de perder.
Con su nueva nómina se podría pensar que el asunto estaba cerrado, que Messi se había sacudido el fantasma ante el espejo de Neymar. ¿Y si quizá no fuera una cuestión económica, que también, sino física? El dinero no hace sudar de forma repentina. Porque es Messi, nadie más, quien se ha puesto el listón. Del Messi de los veintitantos millones se espera que sea MESSI. El nivel lo puso él, que fue de otro planeta desde los 17 años. ¿Y si está demasiado enfurruñado con el Barça, víctima de su desapego con Hacienda o más engominado de lo que debiera por las chácharas de su padre y todo el clan? De ser verdad tal desapego, el chico podría haber renovado su carrera en Catar o alguna petrolera rusa.
El punto final del tinglado no es fácil. Le espera el Mundial, con toda Argentina con el microscopio a punto. ¿Si por Brasil vuelve el Messi con piernas y cintura de lagartija la fanaticada culé cuya factura paga su club se sentiría ultrajada y pitorreada? ¿Y si el que trota por los campos brasileños es el mismo que se ha convertido en el gran forbes de los veintitantos millones anuales? Entonces solo cabría esperar que Luis Enrique, ese iron man de los banquillos con disciplina de Rambo, le hiciera subir cada día a las siete de la mañana a Montjuïc corre que corre con la lengua disecada. ¿Lo aceptaría el astro, podría aunque quisiera ser un marine de primera?
Demasiadas incógnitas para quien acaba de firmar el contrato de los siglos y ha pasado sin migas en los momentos culminantes de su equipo. Messi, Leo, Lio, cualquiera de los tres, puede que crea haberse ganado un curso con el abanico. Si los suyos se lo permiten, adelante. La cuestión es otra. ¿Ha sido una dejación voluntaria o forzada por una maquinaria física que un día descuidó su delicado metabolismo y ya no hay quien la ponga en hora? Tras una década en la cumbre, el legado de Messi es tan museístico que merece mucho la pena ver el resultado final de la intriga. Messi fue tanto que, culés o no culés, le añorarán de por vida. Y ojalá vuelva. El fútbol le necesita, le debe una espera más que a nadie.
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