Un español en la final de Turín
Un Sevilla eufórico y un Valencia iluminado por Alcácer se enfrentan para medirse al ganador del Benfica-Juve
Eufóricos ambos, el Sevilla tras liquidar al Oporto (4-1) y el Valencia tras arrasar al Basilea (5-0), se disputan una plaza para la final de la Liga Europa, el 14 de mayo en el Juventus Stadium de Turín. Allí podrían encontrarse con el propietario del campo, La Juve, si esta es capaz de superar al Benfica. La semifinal española se celebra el 24 de abril en el Sánchez Pizjuán y el 1 de mayo en Mestalla. Los sevillistas pretenden desplazarse en masa a Valencia para ese choque de vuelta.
El momento es especialmente dulce para el Sevilla, impulsado por la maestría de Rakitic y el potencial atacante de Gameiro y Bacca. El cuadro de Unai Emery, entrenador en Mestalla entre 2008 y 2012, le ha enseñado la popa en la Liga al Valencia, a 12 puntos de los de Nervión. Sus enfrentamientos directos, sin embargo, han favorecido este curso a los valencianistas: un empate sin goles en el Pizjuán; una victoria local en Mestalla (3-1). Los valencianos, además, se llevaron 12 de las 17 eliminatorias entre ellos.
Emery se marchó de Mestalla sin el reconocimiento popular de sus tres terceros puestos y, ya en la última cita de la pasada Liga como técnico sevillista, privó a su exequipo del cuarto puesto a favor de la Real Sociedad. Hay un afán de revancha. El Valencia ganó la UEFA en 2004 y el Sevilla, en 2006 y 2007. Nunca antes se habían visto las caras en una competición europea.
Los sevillistas pretenden viajar en masa a Valencia para el choque de vuelta
El conjunto de Pizzi, octavo en la competición doméstica, casi sin opciones de entrar en Europa, se ha agarrado a la antigua UEFA como el náufrago a un trozo de madera. A un mes de ser vendido a un inversor extranjero, el club todavía confía en alzarse con el título para participar como campeón el próximo curso. Confía para ello en Paco Alcácer, una figura inesperada.
"Al fin y al cabo...". El chico repetía nervioso esta muletilla en la sucesión de entrevistas concedidas a las radios en la noche del jueves, la de su consagración como futbolista de élite, capaz, a los 20 años, de echarse el equipo a la espalda para someter al Basilea, que partía con tres goles de ventaja, a un tiroteo de goles (tres suyos y otros dos de Vargas y Bernat). Ya es el segundo máximo anotador de la Liga Europa, con siete, tan solo por detrás del también español Jonathan Soriano, del Salzburgo, con nueve.
Tras empezar la temporada como último de la fila, recambio de Helder Postiga y de Pabón, Alcácer ha irrumpido con una fuerza como no se recuerda en Mestalla desde la aparición de Silva. "No pude fallar eso, eso no lo falla un delantero", se lamentaba ayer por un mano a mano errado ante el meta suizo Sommer la noche anterior. Sus allegados le reprochan tanta autoexigencia. Y le echaron cariñosamente la bronca por haber corrido tanto en el partido del jueves. Acabó reventado, con los huesos y los músculos molidos porque en la segunda parte de la prórroga seguía defendiendo y ayudando a los defensas con la fe de un fanático. Ante una carga de esfuerzo inédita para él, respondió con entereza.
Alcácer, héroe de la remontada de cuartos, es la figura inesperada del Valencia
"Su obsesión es el trabajo, 24 horas al día, lo único que le molestan son los vagos, dentro y fuera del campo", cuenta un amigo. Su otra obsesión es dedicarle goles a su padre, fallecido el 13 de agosto de 2011 cuando salía de Mestalla, pocos minutos después de ver a su hijo marcar ante el Roma en un amistoso. Agricultor de profesión, el padre murió de un infarto a los 46 años. "Siempre pienso en él cuando marco", dice el muchacho, que ayer compartía la tarde con sus amigos de siempre en su ciudad de Torrent, a nueve kilómetros de Valencia, donde vive con su novia. "Nada me va a cambiar. Voy a seguir paseando a mi perro por las calles de mi pueblo", proclama.
Como premio, sus compañeros le firmaron el balón en el vestuario local de Mestalla el jueves. Habían sido tres goles como tres soles. El primero, tras un control majestuoso con el pecho; el segundo, un violento zurdazo tras lamer el larguero; y el tercero, un remate de primeras al primer palo, su especialidad.
"Tiene los intangibles de los goleadores", explica un técnico de la caseta. "El olfato para fabricar espacios, anticiparse y marcar los desmarques", añade. Eso, marcar los desmarques, fue una constante ante el Basilea. "Por aquí, por aquí, envíamela allí", parecía decirles con las manos a sus compañeros, en un dominio escénico sorprendente para un delantero tan joven, goleador en todas las categorías de la selección española. Nuevo héroe de Mestalla.
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