Mourinho, 6; Wenger, 0
En fútbol, como en todo en la vida, hay derrotas y derrotas. Las hay que duelen pero te pueden servir para aprender, para levantarte y seguir el camino sabiendo qué has de hacer para que no te vuelva a pasar. Pero las hay también de una amargura infinita, que hacen que la cabeza te dé vueltas y te veas en el centro del universo, pero no como héroe y creador, sino como el elemento central, casi único, del origen de la humillación que has sufrido.
Algo muy parecido a eso debió de sufrir Arsène Wenger el sábado al ver que su Arsenal salía destruido de Stamford Bridge (6-0), después de que el Chelsea de José Mourinho le sometiera a una sesión de tortura que tuvo solo un elemento de piedad para los gunners: fue una muerte rápida, muy rápida. Seguramente, demasiado rápida incluso: 2-0 cuando aún no se había cumplido el minuto ocho; 3-0 al poco del cuarto de hora; 4-0 antes del descanso...
Para el profesor, como le llaman al francés con más retintín que admiración, fue terriblemente doloroso porque fue sometido a esa humillación por un colega con el que nunca se ha llevado bien y que hace muy pocas semanas había tenido la poca consideración de llamarle a él “especialista en derrotas”. En ese sentido, nunca el especialista había llegado tan alto. Aunque estas cosas suelen tener más importancia en la prensa que en la vida, la paliza terrible de Stamford Bridge llegó justo cuando se cumplía el partido número 1.000 de Wenger en el Arsenal. Indicio de que quizá su trayectoria está cerca del final. No solo porque el triunfo en la Liga está muy difícil, sino porque parece una quimera después de haber sido barrido por dos de sus tres rivales directos y en ambos casos con muerte rápida (el Liverpool ganó en febrero en Anfield 5-1, con 4-0 a los 20 minutos).
Este año, la decepción del Arsenal ha llegado a principios de primavera. Para Wenger, puede ser la ocasión de decir adiós
Ni siquiera las ausencias pueden ser excusa para Wenger. Es verdad que por unas razones u otras no estaban Özil, Walcott, Wilshere y Ramsey. Pero, a pesar de las restricciones financieras que el Arsenal se ha impuesto a sí mismo con todo sentido común para que la construcción del Emirates no hipotecara su futuro, la endeblez de la plantilla, la insoportable blandura del banquillo, es fundamentalmente responsabilidad suya. Algo ha fallado, además del dinero, para que se hayan marchado en los últimos años jugadores del calibre de Van Persie, Cesc, Nasri, Adebayor y hasta de Clichy, que siguen jugando en equipos de primera categoría. Otros, como Henry y Vieira, se fueron habiendo dejado ya casi todo su fútbol en el Arsenal. Otros, como Flamini, tuvieron viaje de ida y vuelta pero ya nunca fueron lo mismo.
Es casi imposible que el Arsenal no gane este año la Copa de Inglaterra, en la que le espera en semifinales un equipo de Segunda, el Wigan (aunque campeón y torturador del City tanto en la final del año pasado como en la pasada eliminatoria) y en la final a un modesto de la Premier (el Hull) o a un equipo aún mucho más modesto, el Sheffield United, en la mitad de la tabla del tercer nivel del fútbol inglés. Para la hinchada del Arsenal, ganar su primer título en 10 temporadas va a ser muy magro consuelo porque este año se habían hecho ilusiones: normalmente ya estaban descartados a finales de otoño; este año, la decepción ha llegado a principios de primavera. Para Wenger, puede ser la ocasión de decir adiós.
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