La gran caída de Estados Unidos
Canadá suma su cuarto oro consecutivo en el hockey femenino tras forzar la prórroga cuando perdía por 2-0 a falta de 4 minutos
Faltaban 54,6 segundos para terminar los 20 minutos del tercer periodo y la hora de juego total en la final del hockey sobre hielo femenino. Estados Unidos ganaba por 2-1 y llevaba camino de tomarse todas las revanchas. Pero Canadá, a la desesperada, empató. Poulin terminó la avalancha cuando todo parecía perdido apenas cuatro minutos antes con un 2-0 en contra. Entonces, Jenner logró el 2-1 y hasta Canadá tuvo después la fortuna de que el poste evitara el 3-1 definitivo cuando jugaba sin guardameta, con una jugadora más de campo. Estados Unidos parecía haber superado la mayor potencia y agresividad rivales, pero no supo defender su ventaja y aunque empezó con ocasiones en la prórroga tras sacudirse el golpe de la igualada, encajó el “gol de oro” decisivo a los ocho minutos. De nuevo fue Poulin, la verdugo. Canadá sumó su cuarto oro consecutivo y Estados Unidos perdió todas sus revanchas. Fue la gran caída, como había sucedido el día antes en el bobsleigh. Las canadienses remontaron en la última manga y dejaron sin el oro a Lauryn Williams, la atleta polivalente.
No fue la NHL del torneo de los hombres, pero lo pareció. Tenía el morbo de los grandes momentos, como sucederá hoy en el choque entre ambos países en las semifinales. Canadá ganó el duelo en la cumbre femenina, la cima sólo accesible para ambos, porque el resto del mundo va aún por llanuras muy alejadas. Estados Unidos se llevó el primer título en el debut femenino del hockey en Nagano 98 y se las prometía muy felices. Pero allí empezó una larga travesía bajo el yugo canadiense. Tres títulos seguidos en Salk Lake City 2002, Turín 2006 y en su casa, Vancouver 2010. Imparables, aunque Estados Unidos se había tomado una revancha sonada en el último Mundial disputado en Ottawa. Una victoria a domicilio que prometía un posible cambio. Pero Canadá volvió a ganar en la primera fase de Sochi, 3-2, y fue todo un presagio. Aún quedaba la final para el gran desquite, pero tampoco pudo ser. Canadá renovó su reválida olímpica, la que vale por todos los títulos restantes.
La presión moral era más estadounidense, con mayor necesidad el oro, pero en el juego se repartió el dominio. Fue de ida y vuelta. Al final, 31 tiros de Canadá frente a 29 de Estados Unidos, que domó casi todo el partido con mayor velocidad los choques de sus rivales e incluso fue más acertada al marcar su capitana Duggan en el segundo periodo y Carpenter a los dos minutos del tercero. Parecía la sentencia y largos minutos lo fue, Pero todo dio la vuelta, un giro total.
Williams, en la historia menor por 10 centésimas
Al equipo de hockey le sucedió como a la pareja de bob a dos femenina. Elena Mayers y la atleta Lauryn Williams, oro en el relevo de 4 x 100 metros de Londres 2012, perdieron el título en la última manga, algo que no suele suceder habitualmente. Los campeones se mantienen o van a mejor, nunca a peor. Pero las estadounidenses, líderes desde la primera bajada, empezaron a cometer errores y hacer tiempos peores en las siguientes. Llegaron a la definitiva con apenas 11 centésimas de ventaja, pues las canadienses Kaillie Humphries y Heather Moyse, que defendían su oro de hace cuatro años en casa, hicieron ya el mejor registro. Los fallos de Mayers fueron de bulto y perdió centésimas preciosas en dos toques groseros contra las paredes. Su ventaja se esfumó y se invirtió. Por 10 centésimas. Otra dolorosa caída.
El segundo equipo de Estados Unidos fue bronce y para la anécdota quedó la presencia en el tercero de otro de los “fichajes”, Lolo Jones, la doble campeona mundial de 60 metros vallas, y cuarta en los 100 de Londres 2012. Empujó menos y, encima, su piloto era peor, pues se fue al undécimo puesto desde el primer momento. Acabó llorando y pidiendo disculpas, mientras la extrovertida vallista la consolaba y se mostraba orgullosa de haberla tenido como compañera. Aunque por dentro pensara que por algo estaba en el peor bob y que bastante suerte había tenido con ser también olímpica invernal y ser seleccionada pese a las críticas. El ambiente en el grupo no fue precisamente paradisiaco. Siempre se discutió por qué la habían elegido y otra aspirante declaró sin tapujos que había perdido el tiempo preparándose en lugar de hacerse publicidad “made in Lolo Jones”. Ingenua.
Un superviviente de la segunda gran guerra
Lauryn Williams, con sólo seis meses de entrenamiento en los bobs, hizo de sobra. Rapidez y potencia para empujar en las salidas. Falló su piloto, que fue bronce en Vancouver haciendo de Williams. La velocista se quedó sin igualar el viejo récord histórico de un tipo particular. Su compatriota Eddie Eagan eligió también el bobsleigh y ganó el oro con el de cuatro en los primeros Juegos invernales disputados en Estados Unidos, y en Lake Placid, en 1932 (se repetirían después en 1980). No venía del atletismo. Eagan había sido oro 12 años antes como boxeador. Ganó el título de los semipesados en Amberes, 1920, y fue el primer púgil estadounidense que logró un título aficionado en el Reino Unido. Su ídolo era Frank Merriwell, el personaje de ficción de las novelas de la época y modelo para muchos jóvenes. Murió en 1947 a los 70 años. Sus tres compañeros del bob no sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, pero sí él, el coronel Eagan, doble oro singular.
Curiosamente, el sueco Gillis Grafstrom, primer gran vencedor olímpico en patinaje artístico con sus tres oros, tuvo el burocrático honor de ser el ficticio primer ganador de verano e invierno. El sucesor de su ilustre compatriota Ulrich Salchow (que dio nombre a uno de los saltos triples clásicos) ganó en Amberes, 1920, cuatro años antes de abrirse los Juegos invernales. En la primera edición veraniega tras la Primera Guerra Mundial se incluyó el patinaje en el programa, como en Londres, 1908. Salchow, 12 años después, ya sólo fue cuarto. Grafstrom ganó después en Chamonix, 1924, primera edición oficial invernal y también en la siguiente de Saint Moritz (Suiza), en 1928.
Williams, en cualquier caso, sí ha entrado en la selecta lista real de atletas polivalentes que han subido a los podios en ambos Juegos. Otros tres lo habían conseguido antes. El danés Jacob Tullin ganó los saltos de Chamonix y 12 años después la plata en la última vez que se navegó en el barco de 8 metros en aguas de Kiel, donde se disputó la vela de Berlín 1936.
Más tarde, sólo lo han logrado patinadoras de velocidad, las más laureadas, y la alternativa más habitual con el ciclismo, como los atletas y el bobsleigh. La alemana Christina Rothenburger sumó dos oros, una plata y un bronce en los 500 y 1.000 metros entre Sarajevo 84 y Albertville 92, con la RDA. Fue una de las grandes de la gran mentira alemana oriental, aunque nunca dio positivo, como tantos otros, pese a la confesión pública general. En medio, en 1988, después de un oro y una plata en Calgary 88, ganó la velocidad del ciclismo en pista. Pudo cumplir en Seúl también el sueño de su marido y entrenador, Ernst Luding, que la había convencido en alternar los deportes pese a las reticencias de las procelosas jerarquías de la RDA. Incluso ganó la primera manga a la ilustre estonia Erika Salumae, que lograría también el oro en Barcelona 92. Pero la entonces aún soviética se impuso en las dos siguientes.
La estadounidense Sheila Young fue medallista olímpica en patinaje, pero sólo en los Mundiales de ciclismo, no en los Juegos. La doble olímpica más reciente fue Clara Hughes, que ganó las medallas al revés. La canadiense, más fondista, fue primero doble bronce en Atlanta 96 en el ciclismo de carretera y en la contrarreloj individual. Diez años después empezó a sumar en el patinaje un oro, una plata y dos bronces en los 5.000 y la persecución por equipos entre Turín y Vancouver.
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