El sueño de un pastor de yaks
Mingma Sherpa, primer nepalés en conquistar los 14 ochomiles del planeta, superó una vida de extrema pobreza para convertirse en un influyente héroe local
Un niño de 12 años trata de aislarse del frío, tapando su cuerpo fibroso con algo parecido a lo que aquí, en Europa, llamamos manta. El joven Mingma Sherpa pone entonces toda su atención en escuchar las noticias que vuelan desde un rudimentario aparato de radio. Tiene sueño y está cansado, también excitado. Fuera de la diminuta y endeble construcción en la que descansa junto a otros pastores de su edad se encuentran los yaks y las vacas de su aldea, en unos pastos a 4.000 metros sobre el nivel del mar. Su padre acaba de morir y es el mayor de ocho hermanos. Su madre precisa ayuda: así ha pasado de la edad de los juegos a la del rudo trabajo. Sin transición. Los días pasan veloces, clónicos, pero las noches, gracias a la radio, pueden ser mágicas.
Mingma espera tener noticias de sus héroes de montaña, de Babu Chiri Sherpa, su primera referencia, el hombre de los récords en el Everest (lo escaló 10 veces, permaneció 21 horas en su cima y batió el récord de velocidad en su ascensión), el sherpa más famoso que ha dado Nepal tras el legendario Tenzing Norgay, primer conquistador del Everest junto a Sir Edmund Hillary (1953).
Ahora, Mingma Sherpa es una referencia en su país: en 2011 se convirtió en el primer nepalés en escalar las 14 montañas más elevadas del planeta, demostrando que el pueblo sherpa podía ofrecer no solo porteadores sino excelentes himalayistas. Su gesta fue un bálsamo de orgullo y moral para un país que vive en gran medida de sus montañas. Mingma se muestra sorprendido, como si fuese otro y no él el protagonista de ésta historia. “Ni siquiera soñaba con escalar montañas cuando era un niño. Vivíamos como en Europa se vivía hace 100 años… me parecía imposible, por eso me sorprende aún lo que he logrado, paso a paso, con paciencia…”, dice, con gesto ensimismado.
De visita en Bilbao, luce un aspecto saludable a sus 35 años: de hecho ha ganado peso y resulta difícil asociar su imagen a la de un escalador. Ahora reside junto a su mujer y su hija en Katmandú, atendiendo su empresa de trekking y expediciones que emplea a 300 sherpas. Es un fructífero hombre de negocios que se encuentra cada vez más alejado de su pasado reciente de himalayista. “Ahora ya no estoy tan fuerte, ni en mis piernas ni en mi cabeza, así que apenas escalo alguna montaña de 6.000 metros y poco más… Es duro saber que a cada paso te la juegas, saber que un resbalón puede ser definitivo. A la larga, tanta exposición agota mentalmente, por eso ahora me cuesta volver a la montaña…”, razona.
Con 12 años, murió su padre y trabajó para cuidar de siete hermanos menores
Mingma era un joven con prisa y las ideas muy claras. Un tipo capaz de ver más allá de la realidad del trabajador sherpa, un tipo con ambición que no deseaba solo vivir holgadamente acarreando fardos montaña arriba y abajo.
Con 15 años, Mingma empezó a cargar fardos de 25 kilos sobre sus estrechos hombros, acarreando la impedimenta a los campos base. No escaló su primera montaña hasta cumplir los 19, un pico de 6.000 metros técnicamente sencillo. Con 22, en 2000, fue reclutado como porteador de altura para trabajar en el Manaslu (8.156m): se plantó en la cima.
“Entonces trabajaba para cualquiera, pero el dinero no era la motivación principal: lo que realmente deseaba era escalar montañas, así que alguna vez ponía dinero de mi bolsillo para entrar en una expedición”, recuerda Mingma. Tenía un plan: llegar más lejos que ningún otro sherpa, lograr aquello que perseguían los escaladores occidentales: hacerse con los 14 ochomiles. Podía perder dinero a corto plazo, pero estaba seguro de recuperarlo… si sobrevivía al reto.
Los sherpas son carne de cañón en el Himalaya. Mueren en una proporción muy superior a la de sus clientes occidentales, fruto de una constante exposición a los peligros objetivos de la montaña. “La inmensa mayoría de los accidentes se deben a aludes de nieve o rocas, caídas de seracs, grietas, etc. Yo he escalado los 14 ochomiles y he salido indemne pero nadie me dice que si mañana voy al Aneto no voy a recibir el impacto de una roca que cae...”, expone.
Un sherpa aprende a escalar montañas por imitación e intuición. La supervivencia es una cuestión de fortuna y un trabajo autodidacta: “Me resulta duro reconocer esto, pero nadie me enseñó nada, no me han dado ni una sola hora de instrucción técnica en mi vida…, ni de cramponaje, ni de uso del piolet, nada. Es algo malo. Pero por mucho que aprendamos seguiremos llevando el peso montaña arriba. Es nuestro oficio”, observa Mingma.
La pujanza del negocio de la montaña en Nepal, y especialmente en el Everest, ha revelado un problema de convivencia entre sherpas y escaladores occidentales, una coexistencia que se quebró meses atrás cuando Simone Moro, Ueli Steck y Jonathan Griffith estuvieron cerca de ser linchados en el campo 2 de la montaña más elevada del planeta. Mingma ha reflexionado mucho acerca del incidente y ve la necesidad de que ambas partes se entiendan. “Es un trabajo en equipo, de amistad”, dice, y se explica: “Soy amigo de Moro y respeto mucho sus aptitudes humanas y alpinísticas. Considero que ambas partes son culpables de lo que sucedió: se equivocaron al discutir agriamente… los sherpas llevamos muy mal los insultos: hay ciertas palabras que no podemos escuchar sin reaccionar. Un sherpa tiene prohibido proferir ciertos insultos que en Europa no son tan graves. Por eso todo se calentó tanto… Hubo sherpas que trataron de ayudar a Simone, y eso no se ha dicho. Si todos hubiesen querido atacarles, estarían muertos. No se puede meter en el mismo saco a todos los sherpas… El sherpa es un trabajador y merece el máximo respeto”, recuerda.
Ahora tiene una empresa de ‘trekking’ y expediciones con 300 empleados
Los sherpas consideran que el Everest les pertenece, lo que choca con la idea europea de que las montañas no tienen dueños. Al respecto, el discurso de Mingma es contradictorio: “Una parte del Himalaya está en Nepal, pero no nos pertenece por ello. Todo el mundo es bien recibido. Pero sí es cierto que consideramos nuestro el Everest y el Himalaya de Nepal y sabemos que muchos extranjeros se han hecho ricos y famosos gracias a nuestras montañas. También nosotros los sherpas nos hemos beneficiado de la energía de estas montañas, que consideramos parte de nuestro patrimonio…”.
La vida de Mingma se ha complicado. El niño que cuidaba yaks se sabe ahora con influencia suficiente como para mejorar la vida de su país y confiesa que si pudiese cambiar algo haría todo lo posible por traer el desarrollo, por construir infraestructuras… “No haría falta tanto dinero, pero hay que ir haciéndolo. Lo cierto es que Nepal es un país pobre en todos los aspectos, también en lo que respecta a nuestra forma de pensar”, se queja.
Pero la forma de pensar de Mingma no es pobre: te clava los ojos cuando se le pregunta si es posible ayudar a un herido a 8.000 metros. Muchos occidentales defienden que no es posible, justificando el abandono de un compañero: “Si usted y yo estamos juntos y solos a 8.000 metros, y usted es menos fuerte, puedo ayudarle. Y si no puedes ni moverte y el tiempo es horrible, moriremos juntos. Una cordada es una cordada. Un compañero no abandona a su compañero. Eso es el alpinismo auténtico”.
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