“Acabé quemada con el esquí, lo que de verdad me gusta es el golf”
Blanca Fernández Ochoa, bronce en los Juegos de Albertville en 1992, recuerda una vida dedicada a su deporte "por imposición" y rememora la figura de su hermano Paco, "un toro bravo"
Blanca Fernández Ochoa (Madrid, 22 de abril de 1963) es uno de esos ejemplos de niños convertidos en deportistas por imposición. La niña a la que no le gustaba esquiar fue bronce olímpico en eslalon gigante en los Juegos de Albertville 92. Fue la vida que le tocó vivir después de que su hermano Francisco (1950-2006) ganara el oro en esa prueba en Sapporo 72 (ayer hizo justo 42 años). Entonces todo cambió para una niña llamada Blancanieves, el nombre que quisieron sus hermanos por el personaje de dibujos animados. Ellos dos son todavía los únicos medallistas españoles en unos Juegos invernales.
Pregunta. ¿Qué niñez tuvo?
Respuesta. Vivíamos en el Puerto de Navacerrada. Mi padre [Francisco] era gerente de la escuela española de esquí y mi madre [Dolores], la cocinera del edificio. Salíamos de casa y lo teníamos todo para hacer el salvaje. El esquí empezó como un juego. Luego pasó a ser una obsesión. Y más tarde mi profesión. Recuerdo una infancia muy dura. Fui seleccionada para el equipo español de promesas y me enviaron con 11 años internada a un colegio en Viella, en el Valle de Arán. Me alejaron de mis padres, de mi casa, de mis amigos y lo pasé francamente mal, lloré mucho, hasta que arranqué y empecé a vivir,
P. ¿Esa obsesión nació de usted o de todo lo que le rodeaba?
R. Nació impuesta. Se convirtió en una obsesión impuesta. A mí me enviaron allí. Éramos ocho hermanos y mi padre y mi madre tuvieron que repartirnos por todos los internados para poder trabajar ellos y pensando que era lo mejor para nosotros. Fue impuesta. Si me dan a elegir no me voy a 600 kilómetros de mi casa.
P. ¿Todo tras el oro de Paco?
R. Sí. Fue ganar el oro mi hermano y poco menos que investigarnos para encontrar en la familia otro gen campeón. Nos impusieron ir lejos de casa, a mí a Viella. Ni siquiera fueron unos tests de esquí. ¡Si yo casi no sabía ni esquiar ni patinar! Esquiaba como cualquier niño. Me hicieron unas pruebas físicas y en un año allí aprendí a esquiar. Luego evolucioné muy rápido. Mi hermano Juan Manuel dice que me pusieron el dorsal y me empujaron cuesta abajo. Me engañaron. No me gustaba esquiar ni pasar frío.
Paco era un toro bravo. Cuanto más peligro, más disfrutaba. Siempre rozaba el límite
P. ¿Perdió su infancia?
R. No la perdí, pero la viví de manera muy diferente de como la vive una niña normal. Yo maduré muchísimo antes. Desde muy pequeña tuve que asumir mucha responsabilidad, tomar decisiones difíciles. En muy pocas ocasiones he sabido lo que era un guateque o una discoteca. Me he tenido que cuidar muchísimo y tener una cabeza muy pendiente de mi objetivo.
P. ¿Esa infancia diferente le ha afectado para el resto de su vida?
R. Sí, por supuesto. Muchísimo. Sigo siendo la cabezota de siempre, perfeccionista, sigo teniendo inquietudes por viajar, por conocer gente. Es innato. Y sigo teniendo como el primer día ese espíritu de sacrificio.
P. ¿Cómo era Paco?
R. Como un toro bravo. Lo definiría como una persona noble, brava y con casta, en términos taurinos. Un deportista con un talento innato, con ambición y con ese puntito de los campeones divirtiéndose haciendo lo que hacen. A Paco no le vi nunca enfadado si no le salían las cosas. Decía. “¿Me ha pasado esto? ¡Pues se van a enterar a la siguiente!”. Tenía una cabeza privilegiada para eso, no se rendía nunca.
P. ¿Se parece a él?
R. En algunas cosas. Yo sufro más los golpes bajos. Los manejo de otra manera. Yo me cargaba enseguida de presión. Él no, disfrutaba con lo que hiciese: toreando a un bicho de 400 kilos, jugando al mus, esquiando, compitiendo en coches… Cuanto más peligro, más disfrutaba Paco. Siempre rozaba el límite y le encantaba hacer lo que se propusiera. Me dijo: “Ríete a carcajadas una vez al día por mí”.
P. ¿Qué hubiera hecho de no ser esquiadora?
R. Mi idea era dejar la competición después de los Juegos de Calgary 88 [sufrió una caída en la segunda manga cuando acariciaba el oro]. Quería estudiar Veterinaria. Eso fue una etapa de mi vida. No sé lo que hubiera hecho, pero lo hubiera hecho bien.
P. ¿Qué supone el bronce de Albertville 92?
R. El colofón de mi carrera, el pago a mi trabajo. Me cambió la vida. Si esos Juegos pasan sin conseguir una medalla, la que fuese, hubiera estado muy hundida. La medalla me pagó todo el esfuerzo de tantos años. Y yo empezaba a vivir de otra manera, a vivir bien.
P. ¿Supuso que ya era usted Blanca, por sí misma?
R. En Calgary ya tenía esa sensación de tener un nombre propio como esquiadora. Paco estaba allí, de comentarista. Y en Albertville ya no era la hermana de…
P. ¿Cómo analiza la situación del esquí español?
El esquí alpino español está huérfano. No se hacen bien las cosas desde la base
R. El esquí alpino español está totalmente huérfano. No somos un país alpino, no hay tradición, y no se hacen bien las cosas desde la base. Sencillamente por eso. Hay que buscar patrocinadores para apoyar y que tengan medios esos patinadores jóvenes. Algo falla desde abajo en el esquí español. Me han propuesto alguna vez colaborar pero no he querido meterme en ese ambiente. Estaba un poco ya quemada del esquí.
P. ¿Cree que ha sido demasiado buena persona?
R. Sí, por supuesto, por eso me han dado tantos palos en mi vida.
P. ¿Y ahora?
R. Me gusta mucho esquiar con mi gente, mis hijos. Disfruto, pero no es lo que más hago. Es también por trabajo, por esquiar con empresas, programas de incentivos… pero lo que realmente me gusta es jugar al golf. He cambiado el blanco por el verde. Me encanta. Es muy parecido al esquí: la visualización, el ambiente en la naturaleza, la concentración... Tuve que cerrar una tienda de esquí y ahora trabajo también organizando circuitos de golf. Sigo siendo una luchadora.
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