Paul Cayard, la bestia competitiva
El navegante estadounidense, ganador de la edición de 1997/1998 como patrón del EF Language, es un icono de liderazgo y uno de los grandes patrones de la historia de la vela
Detrás de ese rictus hierático, de ese líder altivo que emana autoridad y que actúa como una bestia competitiva, se esconde en el fondo un hombre con un toque bohemio. “Para mí, estar sentado en el sofá de mi casa, viendo un partido en el televisor, no es vivir a tope. Creo que me sentiré más satisfecho si a los 70 años puedo mirar atrás y saber que le saqué todo el jugo a la vida”, redactaba Paul Cayard (San Francisco, 19 de mayo de 1959) en este periódico, en 2005. Hijo de un escenógrafo de la Ópera de San Francisco, el estadounidense es tan apasionado como polifacético. Domina tres idiomas –inglés, francés e italiano–, se desenvuelve con acierto en la escritura y adora la adrenalina que le proporciona pilotar una avioneta. Es, dice él, un aventurero que ama el mar, la vela y el riesgo, y que teme el hastío de la rutina.
“Me encanta hacer cosas fuera de lo normal. Ya no siento la necesidad de ir a Nueva York, París o Saint Tropez. A esos lugares ya va todo el mundo. A mí me gusta ir donde no va nadie. A la Patagonia, a la Antártida… Lo paso mal yéndome de vacaciones”, expresaba años atrás en las páginas de EL PAÍS.
"No puedo soportar ser el líder y echarme hacia atrás. Quiero que les demos una paliza”, arengaba a sus tripulantes tras dejar escapar una etapa en la edición de 1998
Ese espíritu, esa necesidad permanente de explorar lo desconocido y de superarse, se expresó en Cayard con solo ocho años, cuando en 1967 comenzó a navegar y a poner los cimientos de una carrera extraordinaria. Un periplo que le ha permitido devorar infinidad de millas náuticas y labrar un currículo de fábula: siete triunfos en el Campeonato del Mundo, otras tantas participaciones en la Copa del América, dos Vueltas al Mundo (ganador en la edición de 1998 -fue el primer estadounidense en conseguirlo- como patrón del EF Languaje, y segundo en la de 2006, al mando del Piratas del Caribe) y su presencia en dos Juegos Olímpicos (1984 y 2004). Una ristra de éxitos que le convierten en uno de los sellos más reconocibles de la vela. En uno de los grandes.
Cabalgó sus primeras olas con solo ocho años. Después llegaron los triunfos, numerosos y diversos, en clase Star, Laser y Maxi. El cetro de la Copa Louis Vuitton a lomos del Il Moro de Venezia, las odiseas transoceánicas y su contacto con España, como director deportivo del Desafío. También la experiencia olímpica. Toda una vida en el mar, resumida en una frase cien por cien Cayard. "Estoy frustrado, triste, porque tuvimos la oportunidad de ganar la etapa y no lo hicimos, no apretamos el gatillo… Me queda un mal sabor de boca cuando soy el líder de algo y me empiezo a echar atrás. Simplemente no puedo soportarlo. Quiero que les demos una paliza”, arengaba el patrón estadounidense a sus tripulantes tras dejar escapar un triunfo en la edición de 1998.
Casado con Ulrika, hija del reconocido navegante sueco Pelle Peterson, conoce y domina todos los registros sobre una embarcación. No obstante, ha sido patrón, caña, trimmer y táctico. También todo lo que envuelve al fastuoso mundo de la vela y las empresas. Sus éxitos, en más de una ocasión, han levantado ampollas. “Son celos. Si tú eres Jordan o Schumacher muchos tratan de tumbarte. Soy un buen navegante, pero hay otras habilidades de dirección, de presentación, de venderse a los patrocinadores”, argumenta Cayard, tan odiado como admirado, un icono de liderazgo que encuentra inspiración en el personaje de Rusell Crowe en Gladiator. Tales son sus dotes de cabecilla, de gran jerarca, que rechazó una oferta de Ferrari para capitanear un proyecto en la fórmula 1. “Fue una decisión dura”, explicaba a este diario; “Montezemolo y Gardini, mi jefe por aquella época, querían que aceptase, pero no conocía los detalles del automovilismo. No creo que hubiese triunfado”. Entonces, se decantó por el mar. “La Volvo te da una experiencia de vida que no te da ninguna otra competición”, arguye.
Lector empedernido (“me gustan las historias bien escritas, como la de Ernst Shackleton”) y hábil con la pluma, colaboró durante más de una década con la revista Seahorse. En ocasiones, desde las penurias del océano. “Es duro porque estás en la línea de la muerte. Esperan que les traslades paz, pero a veces no te sientes bien para contar cosas buenas. Pero es fácil. Cuando estoy en el barco, entro en un estado positivo para escribir”, describe Cayard, el líder por antonomasia, aquel navegante de look ochentero y mostacho inconfundible. Una de las grandes figuras del mar.
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