“A veces, la persona levanta al tenista”
Juan Martín del Potro, número cinco del mundo y campeón del Abierto de EE UU 2009, repasa su carrera y sus posibilidades en la Copa de Maestros
La conversación transcurre el sábado en un barco que surca el Támesis para unir el 02 con el puente de Westminster, que se ve desde el hotel en el que se aloja Juan Martín del Potro (Tandil, Argentina, 1988). El gigante (1,98m) estira las piernas y apoya los pies sobre el asiento de enfrente. En la distancia corta se parece poco al titán que reparte mandobles sobre la cancha. Es un futbolero que sonríe y habla sin mirar el reloj de por qué es el único que ha ganado un grande desde 2005 (Abierto de EE UU 2009) sin ser uno de los cuatro magníficos; de la lesión que pudo costarle la carrera; y del grupo de la muerte que le ha unido a Djokovic, Federer y Gasquet en la Copa de Maestros que empezó ayer en Londres.
Pregunta. “Es como el tren de las cinco: puntual e imparable”. Eso dicen de su derecha.
Respuesta. Es mi mejor golpe. Hace poquito, un matemático argentino amigo de mi entrenador hizo un estudio de las derechas más potentes del circuito, y la mía era la más veloz. Es algo que aplico cuando juego. Me gusta pegarle fuerte, que la gente sienta esa velocidad. Y la trabajo aún más. No recuerdo qué velocidad marqué en el estudio, pero sí que era 40 kilómetros más veloz que el segundo. ¡Eso es muchísimo!
P. ¿Cómo describiría el golpe?
R. Para las poesías soy muy malo, muy poco romántico.
P. Dicen que es muy futbolero, y que solo Chilavert fue capaz de calmarle cuando de adolescente lloraba en un aeropuerto.
Atacar, pegar fuerte y correr poco. Estoy convencido. Solo así se gana a los mejores
R. Era mi primer viaje en avión. Calculo que lloraba por eso, porque tenía miedo. En mi vida había estado en un aeropuerto, nunca había pedido un autógrafo, nunca había visto a una persona famosa. Y me crucé a Chilavert. Estaba yo con mis raquetas, que eran más grandes que yo, porque era muy pequeño… y me animé a pedirle un autógrafo. Me lo dio con mucho gusto.
P. Con lo grande que es usted, ¿sigue teniendo miedo?
R. Sí. Si bien soy grande y hago un deporte que exige ser muy maduro, estar pensando siempre como una persona más adulta de lo que se es, también tengo 25 años y puedo tener los miedos de cualquier chico. Por esta vida que llevo, hoy no le tengo miedo a un aeropuerto, no le tengo miedo a andar por cualquier ciudad, porque lo he hecho desde muy joven, pero sí le tengo miedo a la altura. Justamente [se ríe, refiriéndose a su 1,98m]. Tengo vértigo. A las montañas rusas no me subo ni loco. Esos son mis miedos.
P. ¿Y ha provocado miedo? Por ejemplo, en los niños que jugaban de central y se tenían que enfrentar a aquel delantero gigantesco.
R. Sí. De chico no era tan alto, pero sí grandote. Le pegaba fuerte a la pelota. Todos, chicos de 10, 11, 12 años… le tenían miedo a cabecear, muchos no cabeceaban en los centros. Yo le cabeceaba, le pegaba de 15 metros, y como era mucho más grande imponía un poco de miedo. Cuando jugaba de 5, en la mitad de la cancha, al ser grande todas las pelotas las tenía que tocar, me gustaba correr, no era tanto de patear al arco, sino de tocar. Mi entrenador siempre me decía: “Con la fuerza que tienes, hay que pegarle al arco”.
P. Ya no tendrá el osito con los colores de Boca Juniors…
R. Lo tengo.
P. ¿Viaja con él?
R. No viajo con el osito, pero lo tengo en mi casa de Tandil, en mi cama, esperándome para cuando voy. Imagínese, ¡25 años, casi dos metros y viajando con un osito! No queda muy bien.
P. En 2013 ganó a Nadal, Djokovic, Ferrer, Murray y Federer.
R. Es difícil de conseguir. Está en los papeles que soy el único que ha logrado eso, lo cual marca lo buenos que son los que están por arriba y lo difícil que es ganarles a todos ellos. Era uno de mis objetivos del año: poder pelearle a los mejores. Lo conseguí. Hay que tener no solo el tenis, sino una buena mentalidad, estar bien físicamente… Siento que estoy en una época que si no es la mejor de la historia, será una de las mejores. Ser parte de ello, pelearles, e incluso ganarles, es algo que me da mucho placer.
P. Su estilo es el palo y tentetieso. ¿Falta un plan b?
R. Lo difícil es marcar el estilo de cada uno. Una vez que eso está implementado, adquirido, que sale naturalmente, hay que seguir ese camino. De todas las opciones que a mí me puede presentar cualquiera, creo que la que más me favorece es la que yo juego. Atacar, pegar fuerte y tratar de correr poco. Estoy muy convencido. A los mejores se les gana así. Tampoco es muy difícil darse cuenta. Jugando un partido a cinco horas a Nadal no le ganas, a Djokovic tampoco, esperando que cometan errores tampoco. La única forma es ser más agresivo, pegarle más fuerte. Sigo trabajando en ser más agresivo, en no dejar de pegarle fuerte... y en saber mejor en cuál pegarle fuerte y en cuál subir a la red. Ese es mi plan B.
Nadal y yo tenemos en común el desafío de sobreponernos a cosas malas
P. Por alto, los mejores le buscan en la media cancha, terreno de sutilezas, con bolas bajas.
R. Otros lo intentan y puedo sobreponer mi juego, la diferencia es que ellos lo hacen muy bien y cometo más errores. Es donde más me cuesta, por mi complexión. Me cuesta agachar las piernas. Tengo que hacer un esfuerzo un poquito mayor que el resto. Si entro en su estrategia, ellos saben un poco mejor que yo. Debo sobreponerme por potencia. También, pelotas de Nadal que con su top-spin a cualquiera le quedan muy arriba, a mí me quedan muy bien para atacar.
P. Usted, que llegó a ser el 485 del mundo por una lesión de muñeca, y Nadal, que estuvo siete meses de baja, han vuelto a ganar. ¿Qué tienen en común?
R. Las ganas, el desafío de sobreponernos a cosas malas. Estuve casi un año sin jugar. El mayor miedo mío fue no poder volver. Perdí mucho tiempo porque no me encontraban el diagnóstico claro. Eso genera mucho miedo, mucho estrés, muchas dudas. Es realmente complicado. Todo pasa por algo. Fue una piedra muy grande en mi camino, una prueba a nivel personal, y la pude superar. Hoy vivo cosas incluso mejores que en años anteriores. Hay que encontrar un equilibrio en la personalidad. Ganando o perdiendo, yo nunca me siento ni el mejor ni el peor. En este deporte, tan exigente semana a semana, pasa todo muy rápido. Lo viví en carne propia. A veces, la persona tiene que levantar al tenista.
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