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‘Foto finish’ en la alta montaña

Barguil gana al ‘sprint’ a Urán en Formigal y Nibali cede medio minuto a Purito y Valverde

Barguil, a la derecha, se impone a Urán en Formigal.
Barguil, a la derecha, se impone a Urán en Formigal.Javier Lizón (EFE)

El domingo, en Peyragudes, en la valla donde la señalización anunciaba 300 metros hasta la meta, esperaba el final de la etapa la madre de Warren Barguil. Era una de las pocas personas que se acodaban en aquellas vallas en aquella tarde soleada. Pero quien llegó fue su compatriota Geniez y la madre de Barguil, cuando vio que era un francés, pero no su hijo, se fue retirando hacia abajo acompañada por un pequeñajo que no paraba de jugar. En Formigal, con más gente en la llegada, seguramente estaba la madre de Barguil (Francia estaba al otro lado de las imponentes montañas), no se sabe si sorprendida, se sabe que emocionada, viendo la segunda victoria de su vástago, que mostró fuerza e inteligencia al cincuenta por ciento.

La carrera por delante iba desgranando las cuentas del rosario, que igual que se descosían se hilvanaban de nuevo: fugas masivas, controles alternativos del pelotón, fugas que se partían en dos, en tres, desordenadas, nerviosas, pura anarquía a la que Astana, Movistar y Euskaltel querían llevar al redil, pero los carceleros pertenecían a sindicatos distintos. Hasta que Barguil, la esperanza máxima del ciclismo francés, dijo ‘hasta aquí hemos llegado’ y se fue hacia la estación de esquí de Formigal con una cadencia rotunda, las manos colgando del manillar, el cuerpo arqueado, la mirada fija. El ciclista bretón es un ejemplo de tenacidad, pero también manifiesta inteligencia. A falta de dos kilómetros, Barguil se dio cuenta de que Rigoberto Urán venía como un misil y prefirió esperar para jugarse un sprint en vez de dispararle a las piernas. Su decisión fue productiva. Le esperó y ambos se jugaron un sprint en alta montaña. El francés le ganó en la foto finish.Nada extraño en esta Vuelta, donde un esprínter, Ratto, ganó en La Gallina.

Por detrás la carrera era otra cosa. Astana tiró lo justo, Movistar un poco más, Euskaltel se vació en los últimos kilómetros. A estas alturas, la hora de los valientes corresponde a los jefes, no a los empleados. Y el jefe que falló fue el líder. Nibali puso mala cara cuando Purito Rodríguez lanzó uno de sus cócteles explosivos. Valverde olió el miedo y mordisqueó al líder. Le tocaba a Nibali tener dolor de piernas. El líder daba hasta Formigal una sensación de comodidad que amenazaba con deprimir a sus rivales, pero el ciclismo de hoy se basa más en los problemas de los demás que en los aciertos propios. Si todo había nacido invocando a las etapas de Asturias, la invocación ha dado resultado y los dioses han atendido sus súplicas.

Una etapa ligera de montaña resultó más atractiva que las grandes etapas de Andorra y Francia. No es cuestión de desniveles. A veces lo liviano es complicado. La mejor parte de la trilogía pirenaica resultó más atractiva que los densos folletines anteriores. A menos páginas, mayor intensidad narrativa (aunque los editores piensen lo contrario). Y el Pirineo oscense a la postre decidió más que sus colegas andorranos o franceses. El alma del ciclista está por encima de los desniveles. Hasta Nibali reconoció que la “falta” de dureza en el final le costó perder 28 segundos con Purito Rodríguez y 25 con Valverde (que había logrado tres de bonificación en un sprint intermedio). Horner, el cuarentón impasible, también dejó rezagado a Nibali.

La partida de póquer se cobró una pequeña parte del tesoro de Nibali. Como en los premios a los actores en el sindicato vertical (“cada año le toca a uno”, dicen que le dijo Fernán Gómez a José Sacristán), en esta ocasión le tocó a Nibali la cuchara de madera.

Ahora tiene al batallador Horner a 28 segundos, a Valverde a 1m14s y Purito a 2m29s, con las dos etapas asturianas a la vista. Aunque vistas las fuerzas, los ánimos y los precedentes quizás Peña Cabarga escriba una parte del epílogo de la Vuelta. Lo sinuoso a veces es más tortuoso que lo imponente. Es como si el agradecimiento en las subidas resucitara en los ciclistas su alma guerrillera y las grandes cimas promovieran su cara más conservadora. Vaya usted a saber lo que pasa por la cabeza de un ciclista en estos casos. Se sabe lo que pasa por sus piernas, que se traduce en su cara. Y el de Nibali no era precisamente de placer. A falta de 50 metros, su mueca era similar a la de Purito, pero había una sensible diferencia: la del catalán era de ansiedad; la del italiano, de dolor. También los actores ríen hacia adentro cuando deben llorar. El protagonista fue Barguil, el chico listo, fuerte y sensato de la clase que ha devuelto el perfume francés a la Vuelta, algo olvidado hace años. Francia ha tomado España. Como si sintiera el viento de Aquitania por los cuatro costados.

Pase lo que pase en este novelón, a veces rutinario, a veces rítmico, a veces (pocas) explosivo, el bretón Warren Barguil es un protagonista destacado de la trama. No interviene en el final. El desenlace del misterio no cuenta con este ciclista espigado de largas pestañas, con cara de pillo, pero sin él la novela no tendría gracia. Quizás no haya dos sin tres.

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