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Un tiburón entre delfines

Nibali, el gran favorito, alcanza el liderato en la primera llegada en alto, donde se impuso Roche Samuel Sánchez y el colombiano Henao, candidatos a la victoria final, se hundieron

Nicolas Roche celebra su victoria de etapa.
Nicolas Roche celebra su victoria de etapa.Lalo R. Villar (AP)

Saliendo del mar, cosa difícil en Baiona, atestada de turistas a los que les huele el culo a bañador, como se suele decir cuando se quiere traducir la felicidad (algo siempre personal e intransferible), se puede alcanzar la parte alta de la ciudad donde antes de llegar a la ermita de Santa Liberata, venerada aunque fuera descanonizada en 1969 (¡vaya año!), hay un busto que festeja a un tal Alfredo Rodríguez Míguez, de profesión, conductor de ganado, primero; pescador, después y siempre utilero del Erizana, el equipo local que milita en la primera división autonómica gallega. Los ciclistas no le vieron porque pasaban por otro costado, pero probablemente no haya ningún utilero que tenga una estatua, obra de Manuel Quintas, peleando con ilustres entrenadores, abundantes jugadores y hasta presidentes futbolísticos con estadios a su nombre, porque las calles están vedadas a políticos en detrimento de escritores y demás gente de mal vivir.

Allí, en el Monte Da Groba, lejos de la playa donde huele a bañador y a ricas viandas, donde se aspira el aroma del albariño (no solo se aspira), circulaban los ciclistas, con toda la mar detrás en un puerto catalogado de primera categoría, seguramente por la decisión de algún sprinter despistado al que una tachuela le parece un obstáculo. Y ahí, con toda la mar detrás, ganó Roche, Nicolas, el hijo de Stephen, recibiendo la meta como quien encara a un miura hacia la zona de picadores, con tiempo de ajustarse el maillot, casi mirando el último tuit del móvil por si le llamaba la familia, mientras Dani Moreno, el intrépido, el sorprendente, miraba el dorsal 205 de Roche, cada vez más lejano, siguiendo sus taconazos que se escapaban como quien quiere llegar el primero a una fiesta.

Y por detrás, Nibali, sonriendo con su jersey rojo de nuevo líder, como el primer jefe de una carrera presuntamente sin dueño. Y Samuel Sánchez, pensando en cómo se pueden perder más de dos minutos en un puerto con apenas dos arrebatos en 11 kilómetros. E Igor Antón diciendo que se siente con fuerzas, tras haberse dejado 2,41 minutos en un puerto en el que había que negociar la rutina más que los sobresaltos. Y Sergio Henao, el colombiano del Sky, que se dejó el mismo tiempo, en un tránsito menos complicado que una rotonda.

Se trataba de medir al rival, de mirarle a los gemelos, la mueca, el blanco de los ojos

Fueron los damnificados. Los ilustres que se dejaron algún anillo en una etapa que era como un dedo flaco. El Monte Da Groba era un anuncio de lo que viene, es decir, eso, un anuncio, y cayeron tres posibles candidatos que mostraron todas sus debilidades y ninguna de las virtudes que les adornan.

En homenaje a todos los utileros del mundo, del que Rodríguez Míguez forma parte, la carrera les concedió más de 150 kilómetros a tres escapados singulares: Henderson, el instructor de la fuga en el kilómetro cero, Aramendia, el fuguista profesional, y Rasmussen, el danés que soñaba con ser líder, que lo fue por minutos, por horas, pero acabó devorado como un tiburón engulle un banco de peces agobiados.

Se trataba de medir al rival, de mirarle los gemelos, la sonrisa, la mueca, el blanco de los ojos. Y el de Samuel, el de Henao, el de Igor Antón tenían el visillo de la derrota, Por su balcón, en el Alto Da Groba no entraba la luz del sol —que lo había: 2,41 minutos para Samuel en el fino asfalto de la subida, era una penitencia excesiva. A Henao, el candidato popular, la sombra de Froome a la que por fin le iba a dar el sol, le dio una insolación y se quedó lejos de la autoridad. La autoridad que ahora ejerce Nibali, en la general, como se intuía, y que ejerció Roche, tras librarse de Dani Moreno, un buen chico, pero un mal compañero de fuga, porque es listo.

La Vuelta ya está sobre las espaldas del tiburón (aunque por estas aguas abundan más los delfines, jugando por las islas Cies, pequeños pero rotundos. Pero a ver quien le quita a Roche, Nicolas, la sonrisa de los delfines. O a Nibali. O... a nadie más. Quizás a Alfredo Rodríguez Míguez, quizás el único utilero del mundo con estatua que sonrió al ver ganar al más listo, al más fuerte, al más valiente... ¿Quién lo sabe? ¿Quién sabe cómo conviven los delfines con los tiburones? Quizás como los utileros con los protagonistas.

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