Que vuelva Clemente
“Dígale, por favor, a Clemente que su equipo no se encierre atrás porque puede ser mortal… Dígale a Clemente también que hay mucho ambiente. Que vigile mucho”. Eran las recomendaciones del embajador de España en la Alemania Occidental, Eduardo Foncillas, al por aquel entonces relaciones públicas del Espanyol, Joan Segura Palomares, en los días previos al nefasto y glorioso 18 de mayo de 1988. Nos lo contaba Ramon Besa en la edición de este periódico de aquel día. Nefasto porque Clemente se fumaba un cigarrillo tras otro mientras los alemanes marcaban un gol tras otro, todos en la segunda parte; nefasto porque John Lauridsen estaba castigado en la grada por ser un señorito danés y no un obrero de los que se hinchaban a correr por el margen izquierdo del Nervión, garantía de triunfo según el rubio de Barakaldo.
"Este Espanyol no necesitará muchos retoques para poder optar al título de la Liga”. Dios Santo. Nadie se había atrevido a hacer público semejante delirio, ni siquiera un niño, un loco o un borracho
Fue un día glorioso porque fue una derrota mítica y fundacional, como la del 11 de septiembre de 1714 para Cataluña. Por eso el Espanyol es, sin saberlo, el club más catalán. Con aquella derrota en Leverkusen se fundó el mito de lo que pudo ser y no fue. Ya lo decía el entonces presidente del club Antoni Baró: “Ganando dejaríamos de ser el club modesto de Barcelona”. Perdimos, y continuamos siendo el club modesto de Barcelona. Lo que pudo ser, de haber ganado, se intuye en las imágenes del estadio de la avenida de Sarrià durante las eliminatorias previas, especialmente en la semifinal contra el Brujas y en el partido de ida contra el Bayer, lleno hasta la bandera, afición volcada, comunión total. La Copa de la UEFA tenía por aquel entonces un prestigio que la actual Liga Europa no tiene ni por asomo, así que media Cataluña y media España eran periquitas por una vez en la historia. La final de Glasgow en 2007 no tuvo el impacto de la de 1988. No era la primera final, ni la primera derrota, y el enemigo, el Sevilla, tenía la familiaridad de una chirigota, mientras que Leverkusen sonaba a ópera y bruma germánica, al más allá extranjerizante, allí donde Sigfrido perdió su anillo, el de los nibelungos.
“Estos tíos nos pueden machacar”, tal fue la charla técnica que Clemente dio a sus chicos en el hotel de Colonia aquel 18 de mayo de 1988, aderezada con un “los jugadores han de estar convencidos de que podemos perder”. Un genio de la motivación, Clemente. Los jugadores se limitaron a darle la razón, tal era el respeto que les imponía. El impacto de la derrota fue traumático y la temporada siguiente el Espanyol bajó a Segunda División, siendo destituido Clemente en la jornada 23. Era el mismo entrenador que había dicho, en vísperas del partido de Leverkusen, que “esta plantilla no necesitaría muchos retoques para poder optar al título de la Liga”. Dios Santo. Nadie, nunca, se había atrevido a hacer público semejante delirio, ni siquiera un niño, un loco o un borracho, por muy periquitos que fueran. Que vuelva Clemente.
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