Caricias de Bilbao
El Bilbao Basket, en plena tormenta económica, afronta su primera final europea ante un Lokomotiv de talonario
En el asiento del avión que le llevaba de Bilbao a Bruselas, Raúl López, con su eterna cara de niño, a pesar de sus 32 años (hace 33 el lunes), que ya le hacen talludito en el baloncesto y en la vida, hacía esfuerzos por leer un libro. A su costado izquierdo, el joven Mamaodu Samb se había colocado unos cascos enormes, blancos, bajo su pelo ensortijado, negro, y transmitía la sensación de que lo mismo podía ir a New Jersey que a Bruselas. Más a la izquierda, Lamont Hamilton, fruto del madrugón o del poder balsámico de algunas músicas, sucumbió al sueño de morfeo, así con minúsculas, porque luego por sus gestos, al despertar, imitaba la guitarra de quien bien podía ser Angus Young o Jimmy Hendrix. Raúl López, con su media sonrisa, su descanso intelectual, se afanaba en leer una novela que llevaba por la mitad, más o menos, pero no podía.
No es que la novela fuera mala o densa, sino que los aficionados le requerían una y otra vez una foto, un autógrafo, un abrazo, “un recuerdo para una de mis siete cuñadas, que es fan tuya”, que le dijo uno. Raúl cerraba y abría el libro, reposándolo sobre sus piernas, como quien reposa un tesoro imposible, pero se debe a los placeres de los demás. Hamilton, en el otro costado de la fila, dormía y el público respetaba su sueño como se respeta el sueño del guerrero que sabe que le espera una batalla descomunal por la fe que su pueblo ha depositado en él. Vuelta a abrir, vuelta a cerrar el libro, mientras Vasileiadis, alborotaba el gallinero, fiel a su perenne optimismo, o Mumbrú daba clases de veteranía sin necesidad de decir nada, o Hervelle, que volvía a su país, a su gente, estiraba el brazo y transmitía al pasaje la sensación de que su brazo era interminable.
Así, en las filas centrales del avión, en las que permiten estirar un poco sus largas piernas, llegó el Bilbao Basket a Bruselas, a sabiendas de que Bilbao ha depositado en ellos toda la fe que una ciudad grande en historia, pero joven en el baloncesto, para que les entregue el primer título (21.00, ETB-1), además europeo, de una competición que Fotis Katsikaris, el entrenador, no se cansa de calificar como una Euroliga 2 y que además lleva aparejado pasar a la Euroliga 1. Lo que el fútbol no consiguió la pasada temporada, con el Athletic, que lo haga el baloncesto en la presente. Aunque sea un Bilbao Basket acuciado por los impagos del patrocinador (Uxue), por lo impagos de nóminas o fichas, por su difícil futuro, que el dueño del equipo, Gorka Arrinda, ha querido rebajar asegurando una inminente puesta al día. Si la procesión de los jugadores iba por dentro, iba muy por dentro, tanto que era imposible de adivinar. Mumbrú, Hervelle y Raúl López volvían al lugar en el que los tres con el Madrid en 2007 consiguieron la Copa ULEB, predecesora de la actual Eurocopa que ahora con el Bilbao Basket deben discutir con el Lokomotiv Kuban , un equipo que también sufrió los apuros económicos y que ahora ha puesto el dinero en el cajón para construir un ganador de la competición y la ansiada plaza de la Euroliga. Por eso tiene a Calathes, la sensación de la Eurocup, a Hendricks a Derrick Brown, incorporados durante la temporada, junto a tiradores como Baron y Jasaitis.
Pero el miedo del Bilbao Basket no es a sus enemigos, sino a su corazón. “Hay mucho detrás de nosotros, muchas esperanza, una afición volcada (que podría llegar a los 2.000 aficionados de los 6.300 que caben en el Spiroudome belga). Lo importante es saber que jugamos un partido de baloncesto de 40 minutos y hay que saber controlar las emociones”, insiste como un disco rayado Fotis Katsikaris para que a nadie le tiemble la muñeca ni nadie “se olvide del guion que hemos preparado para este partido durante una semana. Cuando salgamos, es baloncesto; antes y después hay muchos aspectos emocionales”. “Lo que sí sabemos es que por afición gana Bilbao”, dijo ayer Hervelle, belga, que “lamenta” tener que jugar ante su familia y sus amigos. “Mejor hubiera sido en otro país. “Para eso me tienes a mí”, terció Katsikaris, para que no desbarre el sentimiento.
“Estamos los dos que más nos hemos merecido estar en la final de un torneo tan complicado como éste”, dijo Katsikaris y entonces comenzó el período de piropos mutuos, de adorable respeto, entre Fotis y, entre Hervelle y Calathes, cada dos en un costado de la amplia mesa. Pero Hervelle zanjó el asunto: “Quien esté más en forma será el que gane el partido. Lo demás…”.
Luego ambos jugadores, ambos entrenadores, los dirigentes de la Euroliga, todos se fueron a velar armas en el mismo hotel. Los rusos de rojo, los españoles de negro. Todos insultantemente altos, todos menos altos de lo que mienten las estadísticas, todos aparentemente tranquilos, mientras Charleroi mezclaba chaparrones con soles de primavera como si no quisiera contentar a nadie, o a todos, que viene a ser lo mismo. No se sabe si a Raúl López le dio tiempo hasta el entrenamiento a avanzar en su libro en la habitación del apartado hotel, o si Lamont Hamilton despertó a tiempo para el último punteo de la guitarra. Tras las caricias al libro, a la guitarra, al valor del rival, llega el cuerpo a cuerpo.
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