Aluminosis en La Catedral
El Espanyol de Víctor Sánchez y Verdú abruma a un Athletic agrietado y blando en defensa
Los más viejos del lugar andan rumiando la historia deportiva y sentimental de San Mamés. Sensaciones, sentimientos, aquel día que…. De un estadio que agoniza por el paso del tiempo mientras su hijo predilecto va asomando la cabeza de un siglo nuevo. Por eso, quizás los más viejos del lugar no podían entender que Héctor Moreno, un central, rematase a placer, de cabeza, en el área pequeña, rodeado de rivales, un balón parado efectuado sin demasiada malicia por Verdú.
Los más viejos del lugar se acordaban que hubo un tiempo en que los porteros barrían esa zona con el rastrillo del barrendero y daba igual que en el recogedor del área apareciesen los restos deportivos de rivales y compañeros y que además el árbitro decretase falta al portero por acoso al futbolista más débil del encuentro. Para eso tenía su corpachón, habitualmente, sus largos brazos, la posibilidad de cazar o golpear con la mano y de arrollar al rival, si llegaba el caso de un acoso brutal con la aquiescencia del juez.
ATHLETIC, 0 - ESPANYOL, 4
Athletic: Iraizoz; Iraola, S. José, Laporte, Aurtenetxe (Toquero, m.59); Iturraspe, De Marcos, Ander, Susaeta, Muniain (Ibai, m.23) (Igor Martínez, m.54), Aduriz. No utilizados: Fernández; Ramalho, Castillo y López.
Espanyol: Casilla; Capdevila, Colotto, Héctor Moreno Javi López (Mattioni, m.67); Forlín, Victor Sánchez, Verdú (Christian Alfonso, m.81) Simão (Víctor Alvarez, min.52); Sergio García y Stuani. No utilizados: C. Álvarez; Longo, Rodríguez y Petrov.
Goles: 0-1. M.28. Héctor Moreno. 0-2. M. 56. Víctor Sánchez. 0-3. M.58. Stuani. 0-4. M. 69. Verdú.
Árbitro: Velasco Carballo. Amonestó a San José, Laporte, Simão, Stuani, Sergio García, Casilla, Capdevila, Víctor Sánchez y Forlín.
Unos 32.000 espectadores en San Mamés.
Y los más viejos del lugar recordaban que los defensas defendían por delante, a pecho descubierto, como mucho al lado, pero por dentro, y jamás por detrás. Bueno, pues Iraizoz, el portero grandullón, y Aurtenetxe, el defensa ágil y jovenzuelo, se cargaron la historia en un instante e hicieron todo lo que los más viejos del lugar no hubieran ni soñado. El meta no salió y el defensa durmió el sueño de los justos y entre medio se coló Moreno para poner la frente en contacto con el balón sin miedo al daño, sin miedo a fallar, sin miedo a fracasar. Luego vino la debacle, la demolición de un partido que parecía democráticamente apetecible para ambos equipos. Pero el martillo era del Espanyol y el martillo en el fútbol sigue siendo teconología punta.
Los mas viejos del lugar saben que San Mamés se desmorona y entienden que los sentimientos no hacen migas con el futuro. Lo que no sabían es que San Mamés, deportivamente, padece aluminosis, esa enfermedad rara que afecta a las estructuras de hormigón y las convierte, en toda su apoteosis de cemento, en algo sumamente débil, sutil como una pluma de cisne. Moreno fue el primero que sacó la piqueta, otro instrumento tecnológico del fútbol, para resucitar a su equipo que había comenzado atrevido pero se había acobardado con algunos punzones rojiblancos, mal golpeados por De Marcos y Susaeta que padecía ayer el día de la mala suerte. (Sería por el carnaval, pero el gol se le disfrazó a Susaeta de bruja de la mala suerte).
Y el Espanyol de Aguirre, que se limitaba a hacer los deberes, se encontró con un sobresaliente por una razón fundamental. Es muy complicado jugar al fútbol sin defensa y más aún sin defensas. Los 43 goles en contra que abochornan al Athletic no son fruto de la casualidad deportiva, ni arbitral, ni meteorológica, ni circunstancial, ni son obra del Tarot o del horóscopo. Son el fruto de la indisposición defensiva.
Hay detalles que explican los partidos. A los poquísimos minutos, Iraizoz, se trastabilló al intentar defender con el pie. Ya no fue el mismo. Casilla, el gigante feliz, el portero del Espanyol, se sacó dos paradas descomunales que le hicieron crecer por encima del larguero. No fue casual lo que vino después. El Athletic no creería en su portero y su portero no creía en los defensas y el Espanyol concedía córners a placer porque el Athletic no creía en los córrners a sabiendas de que el ogro de gris y blanco los machacaba con sus brazos.
No fue un partido espectacular del Espanyol. No fue orfebrería, pero sí artesanía clásica. Un equipo que tiene un libro de brujería y encuentra un artesano que posa en el pie la precisión de un cirujano. Víctor Álvarez necesitó unos pocos minutos para mezclar la alquimia que va de la cabeza a los pies, la que necesita un instante para recuperar el camino que va de su bota a la del compañero o a utilizar la suya propia. Primero asistió el gol de Víctor Sánchez en un error clamoroso del portero. (El tembleque del inicio estaba justificado). Dos minutos después le miró la ceja a Stuani desde la izquierda y le puso el balón en el costado de la bota para que desparramase a Iraizoz y a la defensa que dormitaba en el sillón del área. Y para culminar su catálogo de actividades fue objeto de penalti por parte de Iraola (dudoso) que lanzó Verdú, repelió (¡oh sorpresa!) Iraizoz pero envió luego a la red mansamente.
Era un día de perros en San Mamés: lluvia, viento, frío. Pero era un día de gatos en La Catedral. El Espanyol fue eso que en el argot se denomina un equipo que ha hecho un partido serio, que nunca se sabe si es que no ha hecho reir o lo han jugado aquellos actores de carácter de la época. El Espanyol fue un gran equipo, con los deberes hechos, manejado por Verdú y sostenido por el potencial físico de sus medios centros y la entereza de sus centrales.
El Athletic adivinó todos sus errores, pero siempre tarde. La aluminosis no está en la estructura sino en el equipo, demasiado agrietado, con más arena que cemento. Y los goles cayeron como la lluvia. Si Sabina le hubiera hecho la crítica musical hubiera cantado que se quedó "en mitad de la calle y desnudo". Y del Espanyol diría que salía de allí, "donde habita el olvido".
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