La sensibilidad de un genio
Tras su lesión, Nadal cambia el mango de su raqueta para ganar sensaciones en los golpes
En septiembre de 2012, el británico Andy Murray gana su primer grande (Abierto de EEUU) tras más de 4h 54m de batalla contra el serbio Novak Djokovic. En esa pista no hay huecos. Cada punto es una guerra. Los peloteos son una tortura que fotografía el tenis de la segunda década del siglo XXI: como nunca se defendió mejor, jamás fue más necesario atacar desde la excelencia. Rafael Nadal escucha el resultado y lo suma al resto de maratones que van disputando los mejores. Digiere los siete meses de su lesión sabiendo que cada día de baja vale por un mes y cada semana por un año. Cada segundo que él está parado, es un segundo en el que mejoran sus contrarios. En consecuencia, mucho antes de disputar su primer partido individual tras más de medio año en el torneo chileno de Viña del Mar (contra el argentino Del Bonis, sin comenzar al cierre de esta edición) toma una decisión arriesgada: introducir cambios en su raqueta, que ya desde 2010 llevaba un nuevo cordaje, más agresivo, y que le permitió protagonizar un primer semestre brillante el año pasado.
“En una raqueta estándar, de construcción clásica”, explican desde la marca que fabrica las raquetas del mallorquín; “hay un muro de carbono en la empuñadura”. “Eso”, cuentan; “implica una pérdida de información para el jugador, porque las vibraciones [tras el golpe] que son las que dan información al jugador, van al corazón de la empuñadura. Nosotros hemos quitado ese muro de carbono, de tal forma que las vibraciones, es decir, la información, van directamente a la mano del jugador. Así, el tenista puede tener más sensaciones, más sensibilidad”, añaden. “En el caso de Rafa, eso le permite sentir mejor su spin [efecto curvado que le da a la pelota]. El resto de aspectos de la raqueta, en cuanto a peso, equilibrio y composición, son los mismos”.
“Empezamos a utilizar esta raqueta cuando Rafael volvió a los entrenamientos, a finales de año”, explica desde Chile Toni Nadal, tío y entrenador del número cinco mundial. “Veremos cómo nos ha ido con ella cuando acabe el torneo”.
Hemos quitado un ‘muro’ de carbono de la empuñadura
Igual que un virtuoso de la música, Nadal es refractario al cambio. ¿Cómo dejar el violín con el que tocó más brillantemente sus mejores sinfonías? ¿Cómo arriesgarse a que la mano no reconozca el instrumento y desafine el concertista? Cambiar de cordaje en 2010 no fue cosa sencilla. Sin embargo, esta vez, según fuentes conocedoras del cambio, el mallorquín ha asumido con naturalidad el reto. Busca, como entonces, un extra de potencia, esa sensibilidad que le ayude a interpretar mejor la pelota para terminar antes los puntos y castigar menos la musculatura.
Durante siete meses, Nadal esperó al tenis, pero el tenis no esperó a Nadal. Mientras el mallorquín se recuperaba en Manacor de una rotura parcial de ligamento rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda, el circuito profundizó y agigantó los rasgos que exige a los futuros campeones de grandes: por encima de la raqueta, piernas, pulmones, más piernas y más pulmones. Nunca fueron más necesarios los tiros definitivos. Jamás necesitó tanto Nadal su afamado top-spin, esa pelota que pica tanto, el gigante de los seis metros, que lo definió Nicolás Almagro. De ahí, el riesgo. De ahí, el cambio. Una nueva raqueta para que Nadal cruce el puente del tiempo.
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