Al Barça no le basta con el piloto automático
Los clásicos de la Copa pasan factura en la Liga. Ayer se volvió a notar en el intenso y táctico partido de Mestalla. Al Barcelona le costó más que nunca alcanzar la portería del Valencia, no ganó prácticamente ni un balón dividido y suerte tuvo de Valdés. El portero respondió estupendamente a varios remates muy complicados, el último a quemarropa de Soldado. Valdés, de forma puntual y decisiva, y Busquets, omnipresente durante el encuentro, corrigieron los fallos reiterativos de las figuras, oxigenadas por el despliegue de Alba.
Busquets estuvo siempre en el lugar que demandaba la jugada, a veces para cortar y en ocasiones para tocar, siempre para ofrecerse al compañero o para responder al rival. Excelente en las coberturas, el mediocentro fue más requerido que nunca por la distensión —que no desinterés— del Barça. Al equipo se le notó excesivamente fatigado. Faltos de energía, a los azulgrana les costó tirar desmarques y dar continuidad a las jugadas, y por contra cometieron más faltas que en partidos anteriores, señal de que menguaron el físico y el juego de posición. El desgaste se notó sobre todo en la falta de profundidad y precisión. No funcionó el último pase ni el tiro: solo dos cogieron portería y Cesc, Pedro y Villa malgastaron sus ocasiones por no tener frescura ni finura.
El desgaste se notó sobre todo en la falta de profundidad y precisión
Vistas así las cosas, sorprendió la ausencia de rotaciones en la alineación de Valencia. A excepción de Mascherano, que actuó por Puyol, formaron los mismos que en el Bernabéu. Y, al igual que el miércoles, el entrenador tardó en mover el banquillo. El último cambio pareció incluso gratuito, desacostumbrado en un equipo como el Barcelona, como si la única intención fuera perder tiempo y no aspirar a ganar el partido hasta el último momento con un medio creativo como Thiago.
La sensación es que el equipo actúa con el piloto automático desde el encaje de Cesc con Iniesta. Las formaciones se repiten como las sustituciones y las convocatorias, sobre todo en los partidos de mayor calado, síntoma de estabilidad y también de previsibilidad. Hay tics que se repiten y por el contrario se echa de menos una mayor capacidad de sorpresa. A la espera de Vilanova, el riesgo es pensar más en gestionar los partidos que el talento. Aunque la ventaja en la Liga avala el trabajo, los empates con el Valencia, Madrid y Málaga —los últimos en la Copa— y la derrota en Anoeta invitan a la reflexión técnica y si conviene a la intervención más que a la contemplación.
La solución no es fácil porque Vilanova tardará en regresar de Nueva York y difícilmente se puede exigir una mejor tarea y dedicación a Roura y Aureli Altimira. Tampoco es cuestión de fomentar una mayor autogestión del plantel. El mérito del Barça es extraordinario. Ocurre que a veces no resulta suficiente para ganar partidos complicados como el de Valencia. No siempre alcanza con el piloto automático y los goles del Messi.
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