El gigante elástico
Sterbik, que a pesar de sus dos metros y casi 120 kilos se mueve con gran agilidad, es el puntal a partir del que se construye la selección
Camina al compás que marca el crujir de sus huesos. Unos andares que cuesta concebir sean los mismos que los del grandullón que en la pista demuestra una agilidad y una rapidez de la que gozan muy pocos porteros de su tamaño. Los 200 centímetros y 118 kilos de Arpad Sterbik (Senta, Serbia, 1979) son el hormigón a partir del cual se construye la selección.
“Cuando está bien, España solo puede pensar en ganar”, asegura sin tapujos Daniel Saric, su compañero en la mejor portería del mundo, la del actual Barcelona. Antes coincidieron en la selección serbia, donde fueron pareja desde las categorías inferiores. “Cuando llegó, yo ya debía de ser júnior; él, cadete. Todo el mundo hablaba maravillas de él. Era igual que ahora: un tío grande, enorme, aunque todavía no le triscaban los huesos”, bromea Saric.
Nacionalizado español en 2008, Sterbik llegó a la selección para ocupar el puesto que dejaba el jugador que más partidos ha disputado hasta ahora con el equipo, David Barrufet. Una leyenda del balonmano español que se rinde ante el actual guardameta. “Creo que una de sus grandes virtudes, además de su agilidad en la pista, que llama mucho la atención, es que lee muy bien los partidos”. “Trabaja muchísimo los vídeos, algo que la gente no ve. Se obliga a saberse perfectamente cómo y por dónde suelen lanzar los rivales”, ahonda Víctor Tomàs, capitán del Barça y compañero en la selección.
“No me molestan los balonazos. Me da fuerza ver a mis compañeros felices”, dice el portero
Hijo de un jugador de balonmano, mamó este deporte desde pequeño y acabó en la portería casi por obligación, sin darse cuenta, casi sin poder evitarlo. “Siempre se entrenaba con jugadores mayores que eran más fuertes que yo. Me tiraban a la portería... y ahí me he quedado”, rememora Sterbik.
Después de tres años en el Veszprem, en 2004 puso rumbo a Ciudad Real, reconvertido ahora en Atlético de Madrid, el equipo con el que lo logró todo. Tras una temporada empañada por un problema de corazón y marcada por las lesiones, a una semana del comienzo del curso actual fichó por un Barcelona que ya le había tocado en alguna ocasión. “Ocho años en un equipo son muchos. Recuerdo que cuando \[Olafur\] Stefansson decidió dejar el Ciudad Real, no me lo podía creer, le dije que no lo hiciese, pero me contestó que necesitaba sentir algo de nuevo. A mí me ha pasado lo mismo”. Y es que para Sterbik no existe más clave que la motivación. “Un portero no tiene por qué ser grande. También los hay bajos y rápidos. O que se muevan lento, como yo. Lo principal es tener la cabeza centrada en lo que estás haciendo. Sin un día o dos no paras, se crece el resto de jugadores, así que hay que hacerlo bien todos los días”.
Sterbik llega en un gran momento de forma, aupado por la tremenda temporada del Barcelona, invicto en todas las competiciones. “Cuando volví de los Juegos de Londres pensé que iba a ser un año más duro desde el punto de vista físico, sin apenas descanso. Pero con Saric me estoy repartiendo los partidos, como hacía con Jota \[Hombrados\] en el Atlético. Además, la Liga es más flojita y no he tenido partidos tan fuertes. Me ha venido bien el cambio de club”, opina sobre su inicio de campaña. El guardameta promedia un 45% de acierto en los lanzamientos que recibe desde los nueve metros; un 44% desde la línea de seis, y para un 43% de los penaltis que le lanzan. Es decir, repele casi uno de cada dos balones que traspasan la defensa en dirección a la portería.
“Trabaja mucho los vídeos, sabe cómo y por dónde le lanzan”, dice Víctor Tomàs
Aunque se atreva a bromear con la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, a la que en un entrenamiento esta semana aseguró que era manchego, quienes le conocen hablan de Sterbik como alguien tímido. “No disfruta siendo el centro de atención, solo habla cuando cree que tiene que hacerlo, y siempre acierta”, asegura Saric, apoyo de Sterbik también fuera de la cancha.
Cuando se le plantea la leyenda de que todo portero de balonmano debe tener un punto de locura para someterse al lanzamiento de misiles durante 60 minutos, Sterbik hace un gesto de indiferencia. “Qué va, a mí me gusta, no me molestan los balonazos. Me da mucha fuerza ver a mis compañeros felices cuando paro el balón. Nosotros, en realidad, jugamos un partido diferente a ellos, estamos a seis metros de distancia. A mí eso me encanta”, dice, sabedor de que por delante de él cuenta con una de las mejores defensas del Mundial, algo tranquilizador para un guardameta. Aparentemente, claro. “A veces, estos de dos metros no están cuando tienen que estar”, suelta socarrón Sterbik, que no tarda en volver a su tono habitual: “La verdad es que son luchadores, lo dan todo. Siempre tienen hambre”.
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