Un viaje a las raíces
Cada vez que Messi encara nos regala un pasaje a los recreos en el patio del colegio
Lunes a la mañana. Una naranja, una entrevista a Iniesta y La Tierra sin Humanos de fondo, en el Canal Historia. “En una semana sin humanos los sistemas de refrigeración se han apagado para siempre y toda la fruta se descompone”, se escucha. Apoyo la naranja en el plato y la tele muestra lo que parece un antiguo estadio, colonizado por vegetación, mientras el narrador habla de KEO, una cápsula de tiempo construida dentro de un satélite que será lanzado al espacio para que la memoria, objetos y mensajes del presente puedan ser conservados intactos y encontrados por generaciones futuras.
“No he perdido esa sensación infantil al disfrutar cuando juego”, dice Iniesta, que no necesita desenterrar cajas del pasado para encontrar hoy, en la cancha, las mismas sensaciones de sus primeros años. Es un raro privilegio el de Iniesta, entre otras cosas porque no es suficiente solo con proponérselo sino que requiere un gran talento poder compaginar el placer natural por el juego con la dureza competitiva de ciertos niveles del profesionalismo. Los tres finalistas del Balón de Oro, que se entregó ayer, comparten ese privilegio, ese don, haber logrado adaptar el profesionalismo a ellos y no a la inversa.
Cada vez que Messi encara nos regala un pasaje a los recreos en el patio del colegio, un atajo en el tiempo
Una muestra clara de la escasez de ese tipo de talentos lo vemos en la poca alternancia que ha habido en los finalistas de este premio durante los últimos seis años. Ayer fue la quinta vez que Cristiano Ronaldo ocupó el podio (lo hizo después de ponerse el Madrid al hombro, marcar dos goles y disputar un partidazo el domingo) y la segunda de Iniesta, que en las últimas ediciones, como si extendieran los relevos que se hacen en el campo, se alterna la presencia con Xavi.
Messi, presente en esta votación entre los tres mejores futbolistas del mundo en las últimas seis ediciones, se llevó ayer su cuarto Balón de Oro consecutivo. Una hazaña. Un récord para la historia. Más allá de que este tipo de premios siempre generan controversias hay un factor clave difícil de rebatir: de los tres finalistas, Messi es el jugador más influyente para el éxito del juego de su equipo. Una verdad que parece contradictoria si tenemos en cuenta que el Barcelona representa a día de hoy para el mundo del fútbol el paradigma del juego coral.
Ningún otro jugador es capaz de resolver las complejidades tácticas que presentan los partidos
Por eso me resultó imposible, después de ver el documental de la mañana, no pensar cómo sería para el Barcelona un mundo sin Messi. Me pregunté si seguiría todo igual o, como las naranjas en el documental, su juego no tardaría en descomponerse. ¿Empezaría la vegetación a crecer descontrolada en los alrededores del área? ¿Seguiría igual de aceitado el mecanismo de ataque o quedaría atascado el último engranaje por el moho y la corrosión? ¿Sería el mismo equipo arrollador o, con 90 goles menos al año, colgarían del travesaño enredaderas? También me fue imposible no pensar en Messi tras leer las declaraciones en esa entrevista de Iniesta. Porque, más allá de los gustos y subjetividades, ningún otro jugador ha combinado de manera más natural la competitividad del fútbol profesional con la espontaneidad del fútbol callejero. Ningún otro jugador es capaz de resolver tan a menudo las complejidades tácticas que presentan los partidos como si estuviera jugando en el fondo de su casa. Y ningún otro ha ensamblado de forma más perfecta lo cuantitativo y lo cualitativo. Ver a Messi jugar es cavar un atajo en el tiempo: cada vez que agarra la pelota y arranca abre una rendija por donde asomarnos a espiar la esencia del fútbol. Cada vez que encara nos regala un pasaje a los picados del barrio, a los recreos en patio del colegio, a las canchitas de tierra. Un viaje a las raíces mismas del juego, a esa libertad infantil del juego por el juego en sí, al que le entrega en cada acción toda su energía, como si en él estuviera contenida la memoria lúdica del mundo.
KEO, que pretende poner a salvo de nosotros mismos la memoria del mundo, se lanzará en 2014 y orbitará alrededor de la Tierra unos 50.000 años antes de volver a caer. Llevará una gota de sangre humana dentro de un diamante, un disco de Maria Callas y un compendio enciclopédico del conocimiento humano. No estaría de más incluir algunas muestras del ADN de Messi, para que los humanos o extraterrestres del futuro vean de qué iba la cosa. Es más, como amante del fútbol propongo que, para no perder material genético, embalemos directamente a Messi en el KEO y lo lancemos al espacio ahora. Así los madridistas nos garantizamos 50 milenios de tranquilidad y, de paso, reabrimos la Liga.
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