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EL CHARCO
Tribuna
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Superclásico

Con posibilidades para decidir si dominar el partido o rematarlo, River, superior en general, no eligió lo primero ni supo hacer lo segundo y Boca empató (2-2) en el descuento

Trezeguet se lamenta tras un fallo
Trezeguet se lamenta tras un falloALEJANDRO PAGNI (AFP)

Era esperable que la realidad no llegara a atarle los cordones a la expectativa. Era una ilusión imaginar que el juego podía estar a la altura del ambiente, de los cantos y de las banderas. De todo un país movilizado. De 17 meses de ausencia. River Boca llegaron al Superclásico en quinta y novena posición. Uno buscando volver, dentro de poco, a ponerse a la altura de la división y de su propia camiseta. El otro con un bache existencial de dos puntos en los últimos cuatro partidos, con roces internos y con el brillo de la ausencia de Riquelme en su juego creativo.

El arranque, sin embargo, prometía. En el primer avance de River, Mora, escorado a la izquierda, ganó un tiro libre lejano. Con pierna cambiada Ponzio saco un centro con seguro, de esos que si nadie toca en el camino van derecho al arco. La pelota bajó rápido, botó a tres metros del arquero y, como en esos saques con kick de los tenistas, se levantó de golpe, confundiendo a Orión.

Nada mejor que un gol de vestuario para romper el hielo de un clásico con urgencias. Al zapatazo de Ponzio se sumaron las lesiones de Ramiro Funes Mori y Aguirre; antes de los 15 minutos Almeyda se vio forzado a usar dos de sus tres cambios. Pero el partido ya se había abierto y River, siempre escorado a la derecha por carecer de un lateral y un volante por izquierda natural, se dedicó a esperar. Los tímidos intentos de Boca solo se esbozaban a través de Sánchez Miño que, sin socios en la zona creativa, rebotaban, agrandando la cancha para Mora y Trezeguet.

Con un equipo buscando ponerse a la altura de su camiseta y el otro en un bache existencial, una vez más, las emociones superaron al juego

Con Boca aturdido y sin referencias ni claridad en ataque River se precipitó en cada jugada durante la siguiente media hora. No afianzó el control que Boca le cedía ni tuvo precisión para hilvanar contragolpes claros. Antes de la media hora, Falcioni, que con el rival enrocado no veía beneficios, rompió el juego del espejo. Mandó a Chávez de enganche y a Erviti a la derecha y paso a un 4-3-1-2.

Con posibilidades para decidir si dominar el partido o rematarlo, River, superior en general, no eligió lo primero ni supo hacer lo segundo. La cantidad de córners que tuvo a favor en el primer tiempo explican ambas cosas: los espacios con que contó a espaldas de Alvin y Rodríguez y sus dificultades para desbordar o para achicar los espacios entre las propias líneas y dar apoyo a los delanteros.

Hay varias ventajas de mirar el partido en la cancha. Por ejemplo, entender por qué se pierde tanto de vista en el televisor la última línea de River: le cuesta demasiado achicar con velocidad. Otra es poder medir la distancia entre defensores y delanteros, que a veces ni el gran angular del HD llega a tomarla. Otra, menos técnica, es no depender del control remoto para escapar al monopolio del entretiempo.

Del descanso volvió mejor posicionado Boca. Falcioni cambió un lateral por un punta y cambió otra vez el dibujo. Viatri se retraso levemente para dar juego al 4-3-3. El resultado se vio rápido: Chávez desbordó a González Pirez y Viatri cabeceó cerca entrando desde atrás. Un minuto después pateó Somoza. Boca ya era más que todo el primer tiempo y se plantó en campo rival a buscar el empate. El envión le duro cinco minutos. Luego, el partido entró en una estepa de imprecisiones pareja. Ninguno de los dos se equivocaba menos que el otro hasta que a los 25 minutos apareció Trezeguet para convertir, con un giro y un pase simple, una pelota intrascendente en una jugada de gol. La gambeta larga y la definición de Mora parecían una sentencia para Boca, sin ningún argumento para permitirse soñar dos goles en 20 minutos.

La puerta la reabrió González Pirez que, ausente Botinelli (esperaba su reingreso tras un golpe), cruzó el área y sacudió a Acosta desde atrás. Un pelotazo frontal convertido en penal innecesario y luego en gol de Silva. Como en una repetición del primer tiempo, en los últimos 15 minutos River no aprovechó la subida desordenada de Boca ni para rematar ni para controlar. La última jugada del partido fue, quizá, demasiado castigo para River: un control altísimo de Silva, una defensa estática, un portero a mitad de camino y el postrero gol de Erviti.

Un clásico donde, una vez mas, las emociones superaron al juego.

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