El tipo que trabaja durmiendo
Tímido y sensato, de pueblo, Vilanova disfruta de la vida y el liderato en el torneo mientras trata de encajar su privacidad familiar con el cargo de entrenador del Barcelona
Hay frases que definen al personaje. “Todo irá bien”, les dijo a sus amigos, a sus cuatro y contados amigos, y a su familia antes de entrar en el quirófano para extirparse un tumor en la glándula parótida sin saber cómo saldría. Una frase que, claro, repite ahora, cada partido, enfrentado al mayor reto de su vida como entrenador del Barcelona. “Después de aquello, esto es un juego de niños”, admitió el día en que fue presentado como técnico de su equipo de toda la vida.
El sábado pasado, Tito Vilanova dejó otra frase que justifica su actitud vital. “Mañana no dedicaré un minuto a ver al Madrid. Me iré a comer una paella y al cine”, aseguró, después de ganar al Granada, cuando le preguntaron si ayer estaría pendiente del Rayo-Madrid. Habla rápido porque piensa rápido, pero suele tener actitudes que le definen más que la palabra: ayer, domingo de festa major, se fue a comer buena carne argentina en vez de arroz, consciente de que, si pisaba su habitual local en la Barceloneta y se comía el arroz caldoso que tanto le gusta, la situación se iba a hacer incómoda para su familia. Y eso, a estas alturas, es lo único que le preocupa: evitar que la gente a la que quiere pague las consecuencias de ser entrenador del Barça.
"Le irá bien o mal, pero cagarse no se cagará”, dice un buen amigo suyo
Eso y la posibilidad de hacer el ridículo. “Tiene un alto sentido de la vergüenza. Por eso, seguramente, es tan reflexivo y trabajador”, se le reconoce en su entorno. “Es de pueblo, sencillo, inteligente y recto. Entiéndalo así”, explican. Y eso, a Tito, le enorgullece porque siempre ha tenido claro de dónde viene. Adónde va lo dirán el tiempo y los resultados. Pero no parece preocupado. “Pase lo que pase, caeré de pie”, dice convencido de no traicionar jamás su ideario deportivo. Así es en el banquillo y la vida. “Recto y valiente, no se casa con nadie”, dicen los que le vieron de juvenil discutir con Carles Rexach, su entrenador entonces y seguramente su gran influencia deportiva junto a Pep Guardiola.
Francesc Vilanova llegó a los 14 años a La Masia procedente de Bellcaire d'Empordá, un pueblo de 600 habitantes en el corazón de Girona, en el que nació el 17 de septiembre de 1968. Así que acaba de cumplir 44 años aunque algunos se empeñen en hacerle un año más joven y él, coqueto, no lo desmienta.
Se le nota el origen en la mirada y en la conducta: tipo serio, sentido y sencillo, capaz de relativizar en la peor de las situaciones. “En el fútbol nunca pasa nada”, suele parafrasear a Jaume Olive incluso en la peor de las situaciones. Cuenta alguien que creció con Tito y Guardiola en La Masia que la gran diferencia entre ambos es que Pep, en medio de una tormenta, buscaría desesperado un paraguas mientras lamentaría no haber salido de casa con uno y probablemente lo encontraría, pero “Tito diría: ‘Tranquilo, va a escampar’. Y no se inmutaría. Si algo contagia es tranquilidad”. “Y valentía”, tercia otro amigo. “Es tremendamente valiente. Ya lo era antes de encarar la enfermedad. Le va a ir bien o mal. No lo sé, pero cagarse no se cagará”, cuenta uno de los miembros de su grupo de amigos, fieles como el propio Tito, al que reconocen como un tipo tremendamente responsable, “demasiado incluso”, perfeccionista, muy trabajador (“no le dedicaré más horas al Barcelona como entrenador de las que le he dedicado como segundo técnico”, avisó el día de su presentación; “trabaja dormido” dijo Andoni Zubizarreta) y vergonzoso. “Yo lo que no voy a hacer es el ridículo”, suele repetir, otra frase que le define en muchas situaciones.
Fue él quien llevó al vestuario a Coldplay y le gustan por igual Serrat o los Keane
Le gusta comer caracoles, setas y, especialmente, los canelones que hace su suegra. Su mayor pasión, reconocida, más allá del fútbol, es la música. Vilanova se recuerda a sí mismo comprando los discos de Julio Iglesias en tiendas de Barcelona para llevárselos a su madre. De gusto ecléctico, es él quien grababa la música que Pep ponía en el autocar camino del vestuario y fue él, en consecuencia, el que llevó al vestuario el ¡Viva la vida! de los Coldplay. Aunque ecléctico, se pirra por Serrat o los Keane, por ejemplo.
Tipo fiel, lo primero que le dijo a Zubizarreta cuando el director deportivo le ofreció el cargo es que no aceptaría jamás si eso ponía en peligro su amistad con Pep: “Tengo cuatro amigos y no perderé uno por ser entrenador del Barcelona”, avisó. Luego, consultó con cuatro médicos, con sus otros tres amigos y otra vez con Guardiola antes de aceptar. Por supuesto, habló con la persona que lleva compartiendo su vida desde los 18 años, Montse Chaure, una barcelonesa a la que conoció siendo jugador del filial del Barça y con la que se casó en 1992. “Haz lo que quieras”, le dijo Montse. Y eso hizo, tras darle muchas vueltas.
Montse, risueña diseñadora gráfica, acompañó a Tito de Barcelona a Figueres cuando dejó el Barça y después por Vigo, Badajoz, Lleida, Elche y Mallorca, allá adonde llevó a su marido la carrera futbolística. Con ella, según Tito “un regalo” que le hizo la vida, tuvo dos hijos. La mayor acaba de empezar la universidad y el pequeño juega en las divisiones inferiores del Barcelona. “A él le ficharon antes que a mí”, recuerda siempre. “Le incomoda que le reconozcan y sentirse observado, pero más por la gente que le acompaña que por él”, dicen en su entorno, conscientes de que le cuesta entender que la gente le grabe con el móvil bañándose en su playa de siempre como le sucedió el pasado verano.
A Vilanova le golpeó la vida el pasado mes de noviembre cuando en una exploración rutinaria en el oído (padece una enfermedad crónica) le detectaron un tumor en la glándula carótida. “Fue un puñetazo: no fuma, no bebe, se controla mucho... No lo esperaba nadie”, recuerdan en el entorno del entrenador. Eso, dicen, solo hizo que se acrecentara su mirada práctica de las cosas. “¿Miedo a ser entrenador del Barça? No. El reto es muy grande, porque quiero hacerlo bien, pero al lado de lo que he pasado es un juego de niños”, sostiene Tito.
Vilanova volvió a trabajar a los 18 días de ser operado cuando hay pacientes que pasan 18 meses de baja. En el vestuario todavía se acuerdan del mensaje que les transmitió aquella mañana, una declaración de optimismo vital, una invitación a disfrutar la vida, una inyección de ilusión, verdad y bondad muy propia de un tipo de pueblo, valiente, tranquilo y cabal.
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