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Estados Unidos vuelve a volar

Wieber y compañía celebran el primer oro desde las ‘7 magníficas’ de Atlanta 96

Amaya Iríbar
Wieber, con la medalla de oro.
Wieber, con la medalla de oro.BRIAN SNYDER (Reuters)

Todo el que piense que la gimnasia no es un deporte serio, que son solo un montón de niñas dando botes sin sentido, debería pasarse por una final olímpica como la de ayer en el North Greenwich Arena e intentar ponerse en la piel de estas adolescentes. Porque aquí no se trata de correr o nadar unos minutos con tu rival al lado. Esto es una guerra psicológica que se alarga durante dos horas en el que deben mantener la máxima concentración. Porque lo fácil es fallar, caerse; porque todas las notas, 12 ejercicios, suman lo que reduce el margen de error; porque compartes aparato con tu máximo rival y le ves acabar una, dos, tres rutinas sin titubeos, y ahora te toca a ti.

Ese duelo mental y estratégico, pues los entrenadores colocan a las chicas en según que prueba, como si fueran piezas de un ajedrez, duró tres aparatos porque luego Rusia entregó el oro olímpico a Estados Unidos con dos fallos estrepitosos en suelo. Grishina, la menos experta, perdió la cabeza en una diagonal y fue incapaz de terminarla, y Afanaseva se despidió cayendo de bruces en su doble mortal carpado. Adiós. Tan evidente fueron estos errores que Viktoria Komova, que no salió en este aparato y ha sido en Londres la mejor de las rusas, empezó a llorar cuando aún faltaban las tres americanas por salir.

Antes, el duelo había sido precioso. Las estadounidenses volaron en salto con esas piernas prodigiosas y esa técnica que no parece poder copiar rival alguno. Wieber, a la que no pareció afectar su fracaso en su objetivo de luchar por el título individual, Douglas y Maroney clavaron sus amanares, ese salto que se ha convertido en medio triunfo porque vale siete décimas más que el más socorrido Yurtchenko con doble pirueta. Solo dos de las rusas tomaron el mismo riesgo y con peor fortuna.

Rusia entregó el oro olímpico a Estados Unidos con dos fallos estrepitosos en suelo

Las rusas devolvieron el golpe en las paralelas, aunque seguían por detrás. Herederas de un imperio gimnástico que dominó el concurso olímpico de forma ininterrumpida desde 1952 hasta 1992 (con el paréntesis obligado de Los Ángeles 84 por el boicot), seguían ahí, como diciendo: “vale, vamos a la barra a ver quién es mejor”. Y ahí emergió Kyla Ross, de 15 años, que abrió el aparato más temible con una actuación superior.

Ninguna de las contendientes se cayó de la barra, pero ahí empezó la derrota de Rusia, con más arte en sus composiciones pero más dubitativa. La rendición se firmó en suelo al ritmo de Hava Nagila, la música elegida por Aly Raisman que cerró la final, y bajo la atenta mirada de Larisa Latynina, musa de la gimnasia soviética y merecedora del récord de medallas olímpicas (18) hasta ayer. No es una medalla cualquiera. EE UU solo tiene en sus vitrinas un oro olímpico por equipos, el de las 7 magníficas de Atlanta 96. Las nuevas elegidas son solo cinco, tanto ha cambiado este deporte.

Cuando todo acabó hubo lágrimas para todas. De alegría para las ganadoras, de Komova en la derrota. Hasta de las chinas por perder el bronce. Porque en realidad son solo adolescentes, casi niñas, liberando la tensión.

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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