Silbando como un ‘Cavendish’, una bala
El campeón del mundo inicia al ‘sprint’ el esperado festival del Sky en el fin de semana
Silbando como un Cavendish una bala recorrió en décimas la avenida de Léo Lagrange, en Brive la Gaillarde. Se adivinó, más que se vio, su paso por los destellos arcoíris que reflejó antes de detenerse en la meta, donde dejó de piedra a Luis León Sánchez, despeinado por el viento levantado por la onda expansiva del proyectil, los dorsales casi despegados del maillot, con cara, otra vez, de frustración y sorpresa. Así de rápido le superó Cavendish en los últimos metros al de Mula, que había arrancado unos kilómetros antes.
Terminó, así, la primera de las tres etapas que están de más en este Tour, las que se llamarán las etapas de la envidia, pues en ellas, en la de hoy, en la contrarreloj de mañana, el domingo en París, ganará uno del Sky, los que ganan, dicen los entendidos, por la ventaja psicológica que les supone saberse envidiados por todo el pelotón. “Cuando vemos su material, sus medios, sus sonrisas, su autobús y sus Jaguars ya sabemos que no tenemos nada que hacer contra ellos”, dice uno del pelotón de envidiosos. Lo dice consciente de que lo que hace daño no son las décimas de segundo que ganan los Sky con los rodamientos cerámicos en sus ruedas, por ejemplo, o con sus cascos-cebolla, o tapadera de olla vieja, como las cúpulas de las iglesias de la región, sino la certidumbre de que tienen lo que otros querrían tener, y se rinden: tienen lo mejor, lo último, correrán más, qué rutilantes sus maillots y afilados sus rostros, son imbatibles; qué vamos a hacer nosotros con nuestros trastos, con nuestras pintas. Algunos lo llaman guerra fría psicológica o cómo ganar el duelo sin desenfundar siquiera.
Ganará uno del Sky, los que ganan, dicen los entendidos, por la ventaja psicológica que les supone saberse envidiados por todo el pelotón
Dicen los fisiólogos que no es el oído el que se adapta a los cada vez más ruidosos ambientes, sino el cerebro, una señal más de que las células se hacen a todo lo dañino, incluso a cada vez mayores dosis de venenosa envidia, que no solo no paralizan la toma de decisiones sino que las aceleran. Para comprobarlo, basta con hacerse el inocente y decir cerca de un Euskaltel, jopé, parece que han repescado a su esprinter Koldo Fernández de Larrea (el alavés que este año está en el Garmin).
¿Por?, ¿por?, pican rápido. Por cómo tira el equipo del pelotón para echar la fuga abajo… Porque en efecto, parecía que al equipo vasco le iba la vida en lograr que la última etapa con derecho a fuga (y magnífico final tenía para un festival de dinamiteros como los que la integraban: el sanguíneo Vinokúrov, Boasson Hagen, Millar, Nuyens, Rui Costa, Popovych) acabara en sprint, como así acabó. “Es que no aguantaban que nuestro Rui acabara en la general delante de su Egoi”, decían del Euskaltel en el Movistar, focalizando toda la etapa en la lucha por la 17ª plaza entre el navarro y el lusitano; llevan todo el Tour así. Y en el Euskaltel, al revés: “Estamos hartos de que intenten echar abajo todo lo nuestro, así que tenemos derecho a que se enteren…”. Y así.
La jornada podría haberse llamado el gran ensayo olímpico, o un anticipo de lo que puede pasar en Londres el próximo sábado
Pese a lo que pueda creerse, Valverde, 20º en la general, acabó el día envidiando al 21º, un tal Coppel, pues él podía librarse del viaje en helicóptero con que obsequió el Tour a los mejores para que no se fatigaran mucho en el traslado de 400 kilómetros hasta la contrarreloj de hoy. “Pero yo quiero ir en autobús”, rogó el murciano, a quien dan pánico los helicópteros. Fue un ruego sordo: el viaje aéreo fue obligatorio para los 20 primeros.
A quien no envidia nadie es a Fränk Schleck, cuyo contraanálisis, ayer se supo, ha confirmado el positivo por un diurético que le hizo abandonar el Tour antes de tiempo. “Ahora, que se defienda”, dice, poco compasivo, su director, Alain Gallopin, uno al que el mayor de los Schleck no quería ver en el Tour. La defensa del luxemburgués pasa, según afirmó, por analizar minuciosamente todos sus movimientos y acciones del día del positivo, el 14 de julio, y de la víspera. Todo lo que bebió, comió, hizo, todos sus bidones, todo lo que le dieron, pues está seguro de que él no tomó la sustancia prohibida voluntariamente.
Fue el primero de los días de la envidia, pero también la jornada podría haberse llamado el gran ensayo olímpico, o un anticipo de lo que puede pasar en el Mall de Londres el próximo sábado, como resumió Cavendish, quien gracias al trabajo de Wiggins, inmenso de amarillo siempre, acabó con las esperanzas de Luis León, quizás la gran esperanza española en Londres. “Fue magnífico”, dijo el de la isla de Man, que ha perdido unos cuantos kilos y no hay repecho que se le resista. “Al final de una etapa dura, muy rápida [a más de 45 por hora recorrieron por las comarcales las colinas de la Dordoña], con viento de cara y un repecho duro cerca de meta, he demostrado mi capacidad de aceleración”.
Prólogo: Las variaciones Cancellara
Primera etapa: Los domingos generosos
Segunda etapa: Contra la melancolía, Cavendish
Tercera etapa: La construcción del personaje Sagan
Cuarta etapa: ¿Será Greipel el bosón de Higgs?
Quinta etapa: Y una montaña en San Quintín
Sexta etapa: Una guerra de guerrillas
Séptima etapa: El 'nuevo ciclismo' toma el poder
Octava etapa: Wiggins y sus 'enemigos'
Novena etapa: Wiggins, un Indurain muy locuaz
Décima etapa: Los maquis del Grand Colombier
Undécima etapa: Cuando el segundo es mejor que el primero
Duodécima etapa: Pedaleando en la luz
Decimotercera etapa: 14 de julio en Sète con Wiggins
Decimocuarta etapa: Luis León, la memoria genética y el instinto
Decimoquinta etapa: Una victoria sobre una garrapata
Decimosexta etapa: Wiggins, en su burbuja
Decimoséptima etapa: El derroche emotivo y Valverde
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