El Tour del ‘nuevo ciclismo’
Valverde y Samuel, esperanzas españolas en una carrera que solo habla de Wiggins y Evans
De Tim Kerrison pensaba Juan Antonio Flecha que era el “chico de los ordenadores”, uno más de los varios frikis que se pasan el día en los lobbies de los hoteles en que se aloja el Sky. “Y luego me enteré de que no, de que ese chico era el cerebro, la teoría detrás de Wiggins, detrás de la tercera vía”, dice el ciclista español, quien faltará al Tour por primera vez desde 2003 y ya sabe como los supervivientes que el Tour, como la vida, acaba siendo un aprendizaje de la pérdida, de cómo vivir sin saber con quién hablar, de quién hablar, de quién escribir. “Kerrison, un australiano que viene de la natación, es un sabio. Mirando los datos de su ordenador es capaz de predecir el tiempo exacto que tardamos en una contrarreloj, segundos y todo”.
Hasta ahora, cuando el Tour cumple 99 ediciones, se reconocía dos tipos de corredores entre los 59 ganadores que ha habido. Estaba, por un lado, la mayoría, el perfil más habitual, aquellos que, como Indurain, como Armstrong, como Thévenet, adaptaban su cuerpo, su cabeza, a lo largo de los años a las exigencias del Tour y empezaban a ganarlo en la madurez. El último ganador, y favorito para repetir, Cadel Evans, forma parte, por supuesto de este grupo. Su experiencia es su fuerza. Y estaban, claro, los únicos, los pocos que se podía decir que eran el Tour, que desde su nacimiento su cuerpo, su cabeza, contenían ya el Tour y todos sus misterios. Son Coppi, Anquetil, Contador, Merckx… Los genios.
Bradley Wiggins no ha ganado aún el Tour, pero es, compartiendo cartel con Evans, el favorito de 2012. Si lo hiciera, su figura larga y veterana no encajaría, sin embargo, en ninguno de los dos modelos. La suya sería la victoria de la arrogancia, de la suya y de la de Kerrison, pues pasaría por hacer al Tour adaptarse a su cuerpo. Sería como si Kerrison hubiera con su ordenador y su inteligencia capturado la esencia del Tour, convertido en programa sus valores mesurables —puertos, longitudes, pendientes, porcentajes, kilos, vatios, rozamiento, rebufo, contrarrelojes, aerodinamismo, hemoglobina, los valores de los rivales…— y también los intangibles, los imponderables —el miedo, las caídas, el estrés, el viento estúpido, el valor, la duda…— y a través de un cable y una ranura USB practicada en el cuello de Wiggins se lo hubiera insuflado al británico diciéndole: ahí está el Tour adaptado a tu cuerpo, formando parte de él, corriendo por tus venas, y todos los días lo disfrutarás mirando simplemente la pantalla de tu SRM, de tu medidor de vatios…
Con el esplendor de esto, con el llamado nuevo ciclismo, se encontrará Alejandro Valverde en su regreso a una carrera que por sanción no disputa desde 2008. Ausente el sancionado Alberto Contador, serán el murciano y Samuel Sánchez quienes encarnen no solo las esperanzas de los españoles sino también, y para decirlo de una forma ciertamente grandilocuente, las del ciclista humano. Son los que, dicho en palabras de su director, Eusebio Unzue, conforman “la segunda línea de favoritos”, junto a gentes de su calibre: Nibali, Hesjedal, Froome, Menchov, Gesink… “Somos los que lucharemos por un puesto en el podio”, dice Valverde.
Mientras Samuel Sánchez (34 años, cinco Tours, sexto, cuarto y quinto en los tres últimos que ha disputado) es un ejemplo de adaptación al medio Tour, de inteligente conquista de la regularidad con alguna mecha brillante de vez en cuando, se podría decir que el Valverde actual (32 años, cuatro Tours, sexto y octavo), es un hijo regular de las circunstancias. Comenzó el año brillante en Australia, pero la primavera más ha sido una larga depresión —“enfermé en la París-Niza y no supe parar”, dice, “forcé la máquina más de la cuenta y me vine abajo más mental que físicamente; pero he parado y he recuperado la frescura”— que un camino de felicidad.
La irrupción de corredores como Peter Sagan, imbatible, o eso parece, en los repechos, le ha quitado al murciano de la cabeza pelear por las victorias de etapa que antes le placían, como la de mañana en Seraing; la enormidad de contrarreloj planteada este año —101 kilómetros— le hace asumir de entrada una pérdida de minutos en relación a Wiggins y Evans. “Pero estaré, digo yo, a la altura de Nibali o Menchov”, dice el pupilo de Unzue, que le protege y vigila, consciente también de que ya no se hacen en la montaña las diferencias de antaño. “Habrá que buscar en las etapas duras la manera de recuperar lo perdido. No sé dónde ni cuándo, pero habrá que intentarlo”.
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