Por cancha y por oficio
El conjunto azulgrana ha hecho de tripas corazón para derrotar a un equipo blanco con un estilo rápido y dinámico
Como si le hubieran dado la extremaunción, a Pablo Laso debió pasarle por la mente la película de toda la temporada en el último segundo del partido en el Palau (el único en el que ya estuvo dictada la sentencia), con los pasajes de lo que pudo haber sido y no fue en primer plano. Y en el banquillo opuesto, los nervios de Xavi Pascual, que confesó haber pasado las 48 más duras de su carrera tras la paliza que recibió su equipo en el tercer partido, debieron aflojarse como si hubiera alcanzado su nirvana.
El Madrid vio erosionadas sus posibilidades de concluir la temporada con un sobresaliente –cum laude no porque la pifió en la Euroliga- a causa de sutiles y, claro, evitables errores, aunque, eso sí, predominó su espíritu indomable, el que le hizo mantenerse vivo hasta ese último segundo.
Laso maldecirá para siempre el rocambolesco triple con el que Marcelinho le ‘robó’ el primer partido
El Barcelona, en cambio, acertó a darle la puntilla a un curso que iba camino de desembocar en el mayor de los desencantos: dos finales perdidas y una ‘final four’ desaprovechada. Vaya por delante que unos y otros han honrado el baloncesto con uno de los pulsos más emocionantes y bravamente disputados, con momentos de muy buen juego y derroche de alardes individuales y superación colectiva ante las dificultades que tan pronto lastraban a unos como a otros.
Laso maldecirá para siempre el rocambolesco triple con el que Marcelinho le ‘robó’ el primer partido de la final (81-80), de la misma forma que estará clavado en su subconsciente el despilfarro que llevó al Madrid a verse superado en el clásico de la penúltima jornada de la fase regular (83-80). Más lejos quedan derrotas ‘tontas’ como ante el Lagun Aro, el Valencia, dos contra el Bizkaia Bilbao, su particular bestia negra, o aquellas ya lejanas, en invierno, pero contables a todos los efectos ante Estudiantes y Joventut en la primera vuelta. Tal como pudo comprobarse en el quinto partido de la final, acabar en la primera posición de la fase regular y contar así con el factor cancha a favor no es un detalle menor.
El Madrid ha completado una de esas temporadas extrañas en que se puede ver la botella medio llena o medio vacía. Ha gustado su estilo, rápido, dinámico, por momentos con una pegada demoledora. Su máxima expresión se produjo en la final de la Copa que ganó al Barcelona y donde hace más daño, a domicilio, en el Sant Jordi.
El juego azulgrana ha carecido de los recursos y el gran acierto de cursos anteriores, por la configuración de su plantilla y por el estado de forma de algunas piezas claves
El Barcelona ha hecho de tripas corazón. Pascual y sus hombres han tenido que adaptarse a su realidad competitiva. No han sido el rodillo demoledor de temporadas precedentes, en parte por carencias propias, en parte porque el Madrid ha crecido muchísimo. El juego azulgrana ha carecido de la multitud de recursos y el tremendo acierto de cursos anteriores, por la configuración de su plantilla y por el estado de forma de algunas piezas importantes. Y encima se ha visto lastrado por lesiones, especialmente por la de Navarro, que ha conquistado su séptima Liga muy mermado de facultades.
Pero, si de algo puede presumir el Barcelona, es de su capacidad para reinventarse, para atrapar la victoria en el primer partido, para salirse de entre las cuerdas tras el tercero, para sacar a relucir una defensa en zona cuando menos lo esperaba el Madrid, para superarse con tres pívots, sin Ndong y Perovic, con nota para Wallace en el cuarto partido y para Vázquez en el quinto, y una continua lección magistral de Lorbek, al fin y a la postre MVP de la final. Lo gritó Mickeal concluida la tremenda contienda: “¡No hay equipo más duro que el nuestro, ninguno!”. Factor cancha y oficio, por ahí pasó el triunfo del Barça. El Madrid vendió muy cara su derrota, cierto, pero deberá entender que todavía le queda esa asignatura.
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