La deuda que se cobraron Michels y Holanda
El padre de la famosa Naranja Mecánica y del fútbol total consiguió la corona europea en 1988
Perdura en la memoria por su fútbol en la derrota más que por sus sucesivos triunfos. Padre de la Naranja Mecánica, a Rinus Michels (Ámsterdam; 1928-2005) se le reconoce la autoría del fútbol total, de un equipo que revolucionó y embelleció el juego por su propuesta de toque y vocación ofensiva, además de una obsesión por la posesión de la pelota, por ensanchar el campo y por la exigencia de que los zagueros jugaran el cuero. “Un verdadero adelantado a su tiempo”, concede Charly Rexach, que lo tuvo como técnico en el Barcelona y que luego, junto a Johan Cruyff y en solitario, aplicó bastantes de las nociones que le enseñó en el banquillo azulgrana. “Recuerdo que ganamos la Liga fácil porque hacíamos la presión en todo el campo”, apunta Juan Manuel Asensi, pupilo suyo también en el Barça. Pero no siempre ganó Michels, perdedor con Holanda en la final del Mundial de 1974 ante la antigua República Federal de Alemania —“el fútbol es como la guerra: quien se comporta demasiado correctamente pierde”, reflexionó para la posterioridad—, por más que se ganara el eterno aplauso de todos. Tanto es así que a veces se difumina su nombre en las victorias, como el primer y único laurel conseguido por la selección oranje, el de la Eurocopa de 1988. Fue, también, el último gran triunfo de Michels.
El Sargento
● Quique Costas, futbolista que estuvo a las órdenes de Michels en el Barcelona, aseguró: "A escala personal, tenía un trato más que bueno con el vestuario. Aportó métodos diferentes, basados en la preparación física y en el control de todos los detalles. Pero en un desplazamiento, los jugadores nos reunimos en una habitación para tomar una copa de champán y Michels nos descubrió y nos echó una bronca monumental".
● El carácter del holandés, a quien bautizaron en Colonia como El Hombre de Mármol, fue la antítesis del estilo renano que se practicaba en el Colonia, donde reinaba el compadreo alrededor de los vasos de cerveza. Michels se granjeó las antipatías del equipo y fue despedido porque así lo exigió el grupo.
● "Era muy serio, profesional y responsable", recordó en su día el fisioterapeuta azulgrana Ángel Mur. "Difícilmente se podía acceder a él. Sin embargo, fuera del campo, era una persona maravillosa. En las comidas nos solía cantar ópera en holandés con su esposa".
Arrancó el torneo europeo en Alemania al tiempo que los intérpretes se restaban posibilidades, se sacudían la condición de favoritos. Consideró el técnico Azeglio Vicini que su Italia estaba verde; aseguró Irlanda que su objetivo pasaba por derrotar a Inglaterra en la fase de grupos; se le criticó a Franz Beckenbauer sus esquemas y resultados con la RFA; no se tomó en serio a Miguel Muñoz y su teoría de que España podría conquistar el cetro; no se creyó en la Inglaterra de Bobby Robson, descascarillada en el partido amistoso previo por Colombia; y se dudaba de Michels, que días antes había firmado por el Leverkusen un contrato de 60.000 euros por año y que concluía su segunda etapa al frente de la selección holandesa, sobre todo porque se le escuchaba decir por los pasillos que tenía grandes jugadores y poco equipo. Pero eso fue, sin embargo, suficiente para ganar.
Apodado Míster Mármol, El General y El Sargento de Hierro, a Michels le costó poco explicar el porqué. Ni siquiera dejó entrar a Arrigo Sacchi [entonces, técnico del abrasador Milan] en el hotel de la selección cuando quiso saludar a Rijkaard, Gullit y Van Basten. “Era muy exigente, te marcaba con la disciplina”, señala Esteban Vigo, que lo tuvo en el Barça. “Recuerdo que nos hacía subir la montaña con troncos a la espalda”, asegura Asensi. “Recto, alemán, un poco dictatorial”, le define Rexach. Sobre el césped de Alemania ocurrió lo mismo y a punto estuvo de costarle el torneo, sobre todo porque los jugadores se sublevaron. Nadie puso en duda su 3-5-2, con dos marcadores y un libre, pero en el primer duelo, ante la URSS, sentó a Van Basten en beneficio de Bosman, ciñó a Gullit a la derecha e impidió que Rijkaard ascendiera en los últimos instantes. El bloque de Lobanovsky, las paradas de Dassaev y una contra resuelta por Rats decidieron el encuentro. “Pero Rinus sabía ganarse el respeto del equipo”, recuerda Ronald Koeman. Y corregirse: no repitió los errores.
En el segundo partido, ante Inglaterra, Van Basten recuperó la titularidad. 88 minutos más tarde, Michels salió del banquillo, dio unos pasos y, a modo de disculpa, tendió la mano al 9, sustituido para recibir una ovación tras su triplete a Shilton, que cumplía 100 partidos con los pross. Victoria de galones y un último duelo de la liguilla ante la efervescente Irlanda, que, tras doblegar a Inglaterra, tenía una prima de 60.000 euros por superar a Holanda. No fue suficiente. El remate al palo de McGrath condenó a su equipo porque después Koeman empaló el balón desde fuera del área y el chut, mordido, botó y alcanzó la cabeza de Kieft, que lo peinó para darle un efecto inverosímil y enviarlo a la red a falta de ocho minutos. Holanda estaba en las semifinales.
Desde luego, nadie me enseñó más como jugador y como técnico”, dice Cruyff
“Han pasado muchos años, pero ni yo ni nadie olvida la final del 74 ante la RFA”, soltó Michels antes del encuentro con el ánimo de azuzar a sus futbolistas. “Cuando salté al campo”, recordó más tarde el portero, Van Breukelen, “solo podía pensar en devolverles el mal trago”. Funcionó.
Lejos de ser la Naranja Mecánica, ese equipo que firmó partidos para el recuerdo y quizá el mejor ejercicio futbolístico sobre el césped de cualquier Mundial —con permiso, entre otros, del Brasil de 1970— cuando abrumó a Argentina, cuando Cruyff felicitó al rival Wolf por ser el único en cruzar la medular en el primer acto y luego reconoció que, en vez de a meter el balón, se jugaba a ver quién le daba a la cruceta, la Holanda del 88 fue pragmática y definitiva. Y tuvo suerte. Sobre todo porque tras encajar un gol de Matthäus de penalti, el colegiado compensó con otra pena máxima que no erró Koeman. Y, a falta de un suspiro, en el minuto 88, un pase interior fue prolongado y desviado por Van Basten hasta que besó las mallas. Era el pase a la final, de nuevo el envite ante la URSS.
Michels volvió a tomar la palabra, por más que definiera hablar con los periodistas como “una pérdida de tiempo”. Fue claro: “Tenemos que salir lo más lejos posible de nuestra área porque cada paso hacia atrás que demos será un peligro; los soviéticos hacen buen pressing, rompen la iniciativa contraria e intimidan con duras entradas”. Acertó. “Nadie me enseñó más como jugador y como técnico”, le elogió en su día el propio Cruyff. Y todos los que le tuvieron ensalzan que, más allá de su exigencia, era una grandísima persona. “Era maravilloso. Sí, tenía personalidad fuerte porque siempre decía que se entrenaba como se jugaba, pero en las distancias cortas te ganaba”, explica Asensi. “Tenía muchos detalles con los jóvenes para darles confianza. Se le apreciaba mucho”, agrega Vigo.
En la final, Gullit apareció desde la segunda línea y marcó de cabeza. Luego llegó un gol sin parangón, la volea de Van Basten desde la línea de fondo y a la escuadra contraria, ante el pasmo de Dassaev y del estadio, que tardó segundos en reaccionar, boquiabierto ante semejante obra de arte. “Le di con todas mis fuerzas y entró”, señaló el delantero en el vestuario, ya con el trofeo entre las manos, después de superar el susto del penalti fallado por Belanov.
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