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FÚTBOL | EUROCOPA
Columna
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Memoria redonda

Pocas cosas como el fútbol son capaces de inmortalizar momentos de otra forma condenados al olvido

Van Basten, en el momento de marcar el segundo gol en la final de Holanda contra la URSS de 1998.
Van Basten, en el momento de marcar el segundo gol en la final de Holanda contra la URSS de 1998.

Mi suegro, que cada tanto me relata de carrerilla la delantera de Independiente de los años cincuenta (Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz), se suele jactar de haber presenciado en vivo dos pedazos grandes de la historia del fútbol argentino por haber estado de la mano de su padre en el estadio de River cuando Grillo le marcó a los ingleses en 1953 y, años después, haber presenciado también el zurdazo de Cárdenas con el que Racing derrotó al Celtic en el estadio Nacional de Montevideo para llevarse la Copa Intercontinental, en 1967. Lo que más llama la atención cuando lo cuenta no es su recuerdo de los goles o las formaciones, sino la lucidez con la que rememora hasta los más pequeños detalles de esos dos días. Días que quizá, sin esas emociones que los fosilizara en la memoria igual que a esos insectos que quedan atrapados en el ámbar, se hubiesen borrado para siempre.

El comienzo de la Eurocopa 2012 se trata para mí, antes que nada, de un disparador de recuerdos. Y lo hace por la misma razón que ahora, al escuchar la voz de Gianna Nannini en la banda sonora de una publicidad de Alfa Romeo, solo puedo pensar en Un’estate italiana y los penales que atajaba Goycochea en el Mundial 90. Quiero decir que, en algún momento, sin darme cuenta, comencé a medir el paso del tiempo a través del calendario futbolístico. Por eso pensar en la Euro que se viene me lleva sin escalas a la de 1992.

A esa Eurocopa le debo saber de memoria la triste fecha en que comenzó la guerra de los Balcanes, cuando Yugoslavia no pudo ocupar la plaza que luego llenaría con gloria Dinamarca; o enterarme que Moldova y Turkmenistan eran países que antes formaban parte de la CCCP. Nunca dejará de sorprenderme que gran parte de mi poca comprensión sobre ese laberinto cirílico que es el mapa político de la ex Unión Soviética se lo deba a un partido de la CEI y a un gol de Dobrovolsky en Norrkoping. A ese torneo pertenece también alguna lección adolescente: aprendí, por ejemplo, que los nombres no siempre representan lo que nombran (que, de hecho, a veces representan exactamente lo contrario) y que el hecho de que la Alemania Democrática ya no existiera era sinónimo de libertad, como también lo era que los jugadores llevaran por primera vez su nombre en sus espaldas.

Sin darme cuenta, comencé a medir el paso del tiempo a través del calendario futbolístico

¿Cómo no recordar aquella fría tarde porteña del 26 de junio de 1996 en la que Andy Möller, al otro lado del charco, despedía a los ingleses de su propia Eurocopa si apenas unas horas después estallábamos de alegría en el Monumental mientras River levantaba la Copa Libertadores con dos goles de Crespo? ¿Qué amante del fútbol no recordaría al menos un trozo del día que Van Basten soltó esa volea al ángulo contra la URRS? ¿Qué hincha de España olvidaría a quién se abrazó en el momento que Alfonso, montado en una aguja del reloj, marcó el cuarto gol contra Yugoslavia en la Eurocopa del año 2000?

Con resolución hiperrealista recuerdo (¿como podría olvidarlo?) el gesto de tristeza y la mirada perdida de mi madre mientras juntaba, lentamente, los restos del antiguo reloj de péndulo que colgaba en la pared del salón dos segundos antes de un zurdazo que había superado el sofá, usado de barrera, y que había fallado por un metro la manija de la puerta, inspirado directamente por el gol de tiro libre que Brehme le marcó a los italianos en mi televisor en un resumen del partido inaugural de la Eurocopa del 88. Será por eso que siempre que alguien se acuerda de un viejo gol o recita de memoria la formación de algún equipo histórico le suelo preguntar qué más recuerda de esos días. Porque pocas cosas como el fútbol son capaces de inmortalizar momentos de otra forma condenados al olvido.

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