Nadal aplasta a Mónaco
Tras una exhibición ante Mónaco, que encajó un 17-0, el español cita a Almagro en cuartos e iguala las victorias de Borg en París (49)
En su eterna caza del sueco Bjorn Borg, con el que siempre le comparan todas las estadísticas de precocidad, Rafael Nadal se cobró ante el argentino Juan Mónaco una pieza de prestigio: tras arrollar (6-2, 6-0 y 6-0) al número 15 mundial en octavos de final, el mallorquín igualó las 49 victorias del hombre de hielo en París y prosiguió su tremendo esprint por desempatar la marca de seis títulos de Roland Garros que le esposan a este. En busca del séptimo, Nadal jugará ahora los cuartos de final contra Nicolás Almagro, al que domina por 7-0 en sus enfrentamientos particulares.
La tarde era de pesadilla. Negros nubarrones cubrían el cielo. Chispas de agua empapaban la tierra. Los elementos recordaban la jornada mágica del sueco Robin Soderling, allá por 2009, cuando el gigante se convirtió en el primer y por ahora único tenista capaz de derribar a Nadal en París. En 2012, el titán fue el mallorquín. El que sufrió fue Mónaco. El argentino tuvo un espléndido arranque. Fueron cuatro juegos intensos, plenos de fuerza por su parte, y en los que la cinta de la red decidió un par de puntos clave a favor del mallorquín igual que los pudo decidir en su contra. Desde el 2-1, sin embargo, Mónaco encajó un 17-0. Por comparación a lo que había enseñado hasta entonces, un tenis punzante, agresivo, cargado de sentido en la búsqueda de las debilidades de Nadal (siempre el revés como objetivo), estuvo desconocido.
No pareció mediar lesión. Fue una paliza espectacular, por el escenario (Roland Garros), las circunstancias (pista húmeda y lenta, que no debería haber favorecido los golpes ganadores) y la valía del contrario (Mónaco, campeón de dos títulos en arcilla en 2012 y capaz de dominar set arriba y break arriba a Novak Djokovic en Roma). Pero, sobre todo, por el electrónico. Nunca había perdido Nadal tan pocos juegos en un partido de un torneo grande. Fue su victoria más contundente. Siguiendo los razonamientos previos del español, se deduce que el mallorquín compitió a fondo porque considera lo contrario una falta de respeto hacia el adversario. No valoró que Mónaco sea uno de sus mejores amigos en el circuito. Quizás el argentino hubiera preferido otra cosa. De su boca salieron mil demonios, todos dirigidos contra sí mismo. Acabó mirando a su toalla en el banquillo. Roto, derrotado y perdido.
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