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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rosell, el entorno y los opositores

Sandro Rosell, durante una conferencia de prensa.
Sandro Rosell, durante una conferencia de prensa.ALBERT GEA (REUTERS)

El anuncio del adiós de Josep Guardiola a finales de abril agitó las aguas culés más rápidamente de lo previsto. El movimiento fue casi simultáneo, como si su alejamiento hubiese desprendido la tapa que contenía, aprisionándolo, al entorno o, mejor, a los entornos, que son diversos, como demonios encadenados, y el barcelonismo se vio inmerso en un pim, pam, pum inesperado, pero familiar. Luego, se calmó, fuese por exagerado y extemporáneo, fuese por la proximidad de la final de la Copa de Rey, aunque su rol debió de jugar el propio Guardiola y su petición de “a mí, me dejen de lado”.

Todo resultó un tanto grotesco. Hubo tres lecturas perversas, al menos. La primera fue sugerir, qué digo, dar por supuesta la coordinación de las reacciones. Los periodistas demandamos declaraciones, solicitamos entrevistas y escribimos artículos de opinión y, luego, juntado todo, adivinamos una acción coordinada y perfectamente sincronizada. No veo yo pactando ni tácticas ni estrategias a Joan Laporta con Marc Ingla, por ejemplo, dos de los notables que salieron a la palestra.

La segunda perversidad consistió en ignorar cuatro años de ruido ensordecedor. Guardiola se habrá llevado de manera excelente con los presidentes Laporta y Rosell, como el mismo aseguró por enésima vez en su última rueda de prensa. Sin embargo, cuatro temporadas han generado suficiente runrún y han dejado un poso notable de maledicencias como para, llegado el momento, argumentar malestares a discreción.

Guardiola, durante el último partido con el Málaga.
Guardiola, durante el último partido con el Málaga.DAVID RAMOS (GETTY)

Y la tercera perversidad se ejecuta cuando se pasa por alto el trecho que va del “lo de Tito no es una decisión mía, sino de Zubizarreta; me he enterado hoy mismo de que mi sustituto era Tito” del día de su adiós, al “fui yo quien avisó a Tito de que le propondrían entrenar al Barça tras la derrota con el Chelsea. Zubizarreta me lo advirtió en noviembre, cuando me lo propuso ante mi renuncia”. Si no hay contradicción, tampoco hay desmentido en las dos afirmaciones de Guardiola.

El adiós del técnico azulgrana ha generado una segunda lectura, no perversa esta sino ingenua. Se dice que sin Guardiola de chico para todo, a Sandro Rosell le tocará ejercer de presidente de verdad y que el reto le desnudará de una vez para siempre. Califico la lectura de ingenua porque, según me parece, Rosell lleva desde 2003 dirigiendo al barcelonismo, ya sea en calidad de candidato, vicepresidente, opositor en la sombra, candidato y presidente; más registros parecen difíciles de pergeñar.

También se ha dicho que la decisión de nombrar a Tito Vilanova sucesor de Guardiola es fruto del pánico. Lo dijo el expresidente Laporta. Ahí creo que el calificativo más adecuado es el de crédulo (véase Sobre la ilusión, de Enrique Lynch).

Analizar la ideología de Rosell requerirá de otro artículo

Como sucedía con las perversidades, también son tres las ilusiones barajadas por el sector contrario a Rosell. No sabría si adjudicar ingenuidad o credulidad a la tercera, quizá artificiosidad, puesto que pretende un punto de sofisticación. Consiste en afirmar que el actual presidente del FC Barcelona va a quedar desnudo delante de los socios y aficionados puesto que se trata de un personaje ideológicamente vacío.

En primer lugar, cabe aplicar la máxima física según la cual todo vacío ideológico tiende a ser ocupado por otra ideología, de manera que no es cierto que el actual gobierno azulgrana carezca de ella. Sucede que no es un pensamiento fácil de clasificar, pero ello es porque quienes pretenden encasillar a Rosell y sus directivos mantienen la vieja teoría de las dos almas azulgrana.

Analizar la ideología de Rosell requerirá de otro artículo. Baste por ahora apuntar una sola hipótesis: partiendo de la tesis que el posmodernismo no llega a ser una ideología, sino una condición, Sandro Rosell sería el primer presidente posmoderno de la historia del FC Barcelona.

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