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“Fui demasiado débil con mis emociones”

El extenista alemán, ganador de seis títulos del Grand Slam, funcionó como un imán para atraer al público a las pistas gracias a su explosiva personalidad

J. J. M.
Boris Becker, en la final del torneo de Wimbledon de 1995, en la que perdió ante Pete Sampras.
Boris Becker, en la final del torneo de Wimbledon de 1995, en la que perdió ante Pete Sampras.AP

Boris Becker (Leimen, Alemania; 1967) no solo ganó seis títulos del Grand Slam (Wimbledon: 1985, 1986 y 1989; Estados Unidos: 1989, y Australia: 1991 y 1996), un oro olímpico (Barcelona 1992, en dobles, con su compatriota Michael Stich) y el número uno mundial, sino que revolucionó el tenis con su explosiva personalidad, que atrajo cantidades nunca vistas de dinero y público tras ser el campeón más joven de Wimbledon (17 años). Desde entonces es sinónimo de éxito y polémica. Una vez estrenó su unión con Mercedes-Benz estrellando su coche contra un histórico Flecha Plateada valorado en ocho millones de euros. Ahora se ríe al recordar ese episodio y luego habla de James Bond, de su vida de estrella y de su apodo de Boom-boom.

Pregunta. Fue un playboy. Ahora es padre. ¿Cómo ha cambiado?

Respuesta. Usted habla en imágenes, en titulares, y entiendo que lo haga. Nunca fui el mayor playboy ni soy el mejor padre. Desearía que alguno de los romances que me atribuyen fueran ciertos. Habría sido feliz. Sin embargo, una foto con una mujer no implica una relación. Estoy orgulloso de ser padre, pero, por trabajo y estilo de vida, no estoy todos los días con mis niños. Con la edad, te calmas, te vuelves más responsable. Si con 45 años sintiera que tengo que ir corriendo [detrás de las faldas] como cuando tenía 25, no habría aprendido nada. A mi hijo le digo: “Ten cuidado, ponte protección”. Pero tiene que hacer locuras. Si no las hace ahora, ¿cuándo? Si lo hace más tarde, le daré una ducha fría. Hay que hacer las cosas según tu edad.

P. ¿Qué aprendió de sus padres?

Conocí a Nadal de niño. No me gustó. Le dije que copiara a los buenos sacadores”

R. Me criaron como se debe criar a un niño. Me dieron los valores morales correctos. No necesitaban vivir del dinero de su hijo. Eso hizo el proceso menos difícil. Yo no jugaba por dinero. Eso es muy importante: la motivación de muchos es ganar su primer millón. La mía era diferente: ser el mejor. Lo que pasara fuera de la pista no me importaba. En cualquier caso, fue difícil: era un adolescente. Gané mi primer Wimbledon y leí sobre mí y mi novia en el periódico. Da vergüenza. Por eso es importante que alguien te explique que eso es parte del precio a pagar, que por tus triunfos parte de tu vida privada tendrá que ser compartida en público. Un asco, pero un precio que estuve dispuesto a pagar.

P. ¿Cómo digiere que no le consideren suficientemente alemán?

R. Ahora que soy mayor, puedo hablar con más facilidad. Cuando vives en los medios de comunicación, cuando tienes éxito en una profesión que depende de ellos, estás condenado a recibir críticas: o eres demasiado alto o demasiado bajo, demasiado alemán o demasiado poco alemán… Para mí, era muy fácil callarlas: ganaba otro torneo. Ahora es más difícil: no puedo ganarlo. Es una lucha imposible. No puedo gustar a todos. Vivir la vida bien implica aprender cosas e ir cambiando algunas opiniones. Sería preocupante pensar lo mismo con 25 años que con 45. Cuando voy por las calles de Madrid o Berlín, mucha gente me aplaude: habré hecho una o dos cosas bien, ¿no?

P. Sus bromas como jugador eran peculiares.

R. Siempre uso mi intelecto para las bromas. Entre los deportistas, no es muy común. Son más unidimensionales que bidimensionales. Soy la excepción. Pero los tenistas son inteligentes. Mis bromas se basaban en poner a los otros en situaciones difíciles. La gente no lo ve por la tele, pero, cuando me levanto, mido 1,90 metros, soy ancho de hombros y estoy musculado. Así, si un periodista había dicho algo malo de mí, si me había criticado, una de mis bromas era andar hacia él, ponerme frente a frente y preguntarle: “¿Recuerda su artículo de ayer?”. Normalmente, se ponía muy nervioso. Nunca toqué a nadie, pero eran... buenas bromas.

P. Se enfadaba mucho en la pista. ¿Le ayudaba eso?

R. No. Viví momentos de desesperación y frustración, especialmente al principio. Fui demasiado débil para esconder mis emociones. Eso mostraba a mis oponentes mis momentos de debilidad. McEnroe lo usaba como una ventaja, le animaba. Yo gritaba mucho, rompía raquetas…

P. Novak Djokovic, por ejemplo, ha aprendido a controlarse algo más. ¿Tiene eso que ver con la mejora de sus resultados?

R. Cuando se queja o lloriquea, no juega mejor. Al empezar, tenía talento, pero no era maduro para esconder sus emociones. Cuanto más las contienes, mejor juegas.

El que ha cambiado el tenis es Federer: belleza, técnica, coordinación...”

P. Alberto Berasategui se lesionó al enterarse de que tenía que jugar en Wimbledon contra usted. ¿Tanto miedo daba?

R. Tiene un gran corazón, pero la hierba no era su superficie. Yo la usaba en mi favor. El primero en llamarme Boom-boom fue un indio, Amritraj, el número uno de su país, conocido por salir en una película de James Bond. Usó esa expresión por mi potencia. Fui el primero en ganar por potencia. No estoy de acuerdo con que el juego es hoy mejor que antes. Ivanisevic, Sampras..., tampoco. Nos encantaría jugar con los que permanecen en la línea de fondo en Wimbledon.

P. ¿El mejor mentalmente?

R. Sampras. Era muy frío ante la presión. Era horrible jugar contra él y no tener ni un punto de break. Ahora, Nadal y Djokovic. El que ha cambiado el tenis es Federer: belleza, técnica, coordinación y juego de pies.

P. Conoció a Nadal de niño.

R. Con 14 años. Toni me lo pidió. Empuñaba la raqueta a dos manos con la derecha y revés. No me gustó. No ha habido un número uno así. El saque era una mierda. No era un arma, era defensivo. Tenía mala técnica. Le dije que copiara a los buenos sacadores. Una de sus grandes mejoras.

P. Seguro que él cambiaría su saque por el suyo.

R. Y yo su juego de pies por el mío.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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