Un rico con deuda pendiente
Abramovich, obsesionado por un título europeo que se le escapó con un penalti de Terry al palo en 2008 y el zapatazo de Iniesta en 2009
A pesar de llevar el nombre de uno de los barrios más elegantes de Londres, el Chelsea ha sido históricamente un club un poco desabrido. Creado en 1905, no ganó su primera Liga hasta 1955 y si por algo había destacado hasta tiempos recientes era por la violencia de una buena parte de su hinchada en los años 70 y 80, aunque en aquellos tiempos eso era bastante habitual en el fútbol inglés.
Todo cambió para el Chelsea en 2003, cuando el oligarca ruso Roman Abramovich compró el club por un precio entonces récord de 140 millones de libras (170 millones de euros). Con el dinero de Abramovich, el italiano Ranieri empezó a forjar una plantilla competitiva que Mourinho convirtió en imbatible, al menos a nivel local, y llevó al Chelsea a conseguir la segunda Liga de su historia en 2005. El Chelsea no es un club especialmente simpático. Ni tiene un buen palmarés ni es arrolladoramente popular, aunque ha tenido históricamente arraigo entre los obreros sobretodo del oeste y el sudoeste de Londres. Un indicio de esa falta de chicha es que no está muy claro quién es su gran rival. Geográficamente deberían serlo el Fulham y el QPR, pero el bajo nivel de esos clubes convierten los derbies del oeste de Londres en un asunto casi familiar.
Con Abramovich llegaron los triunfos y el club se convirtió en el equipo de moda entre los nuevos ricos, además de calar entre los aficionados de Extremo Oriente, un factor económico importante para los clubes de la Premier. Sus vitrinas, que habían alojado una Liga y tres Copas de Inglaterra en 99 años, lucen ahora cuatro Ligas y seis Copas. Pero la sección europea sigue vacía. Y esa es la gran obsesión del ruso.
Y las obsesiones de Abramovich son en cierto sentido el gran problema del Chelsea actual. Sus deseos de jugar un fútbol más atractivo y alinear a grandes estrellas le llevaron a romper con Mourinho, un divorcio que la afición de Stamford Bridge, que sigue adorando al portugués, nunca le ha perdonado. Desde que compró el club en 2003, el desfile de entrenadores ha sido espectacular: Ranieri, Mourinho, Grant, Scolari, Hiddink, Ancelotti, Villas-Boas y, ahora, Di Matteo.
Di Matteo ha dejado el equipo en manos de la vieja guardia con la que triunfó Mourinho, la tripleta Terry-Lampard-Drogba
Curiosamente, el que más cerca ha estado de cumplir el sueño europeo ha sido el desconocido Grant. Durante años entrenador de Israel, llegó a Inglaterra en 2006 como director de fútbol del Portsmouth y en junio del año siguiente ocupó la misma posición en el Chelsea. Dos meses después, Abramovich le colocó en el banquillo para suplir a Mourinho y, ante la sorpresa general, llevó al equipo a la final de la Champions en Moscú, en 2008, contra el Manchester United. No la ganó por verdadera mala suerte. En la tanda de penaltis, Terry resbaló justo antes del lanzamiento que le podía haber dado la Copa al Chelsea y el balón se fue a la madera. La hinchada del Chelsea se aferra ahora a la circunstancia de que el equipo está otra vez en manos de un entrenador provisional, Di Matteo, para ver en ello un augurio de que pueden eliminar al Barcelona. Di Matteo ha dejado el equipo en manos de la vieja guardia con la que triunfó Mourinho, la tripleta Terry-Lampard-Drogba. Y con ellos le van mejor las cosas al Chelsea. El domingo barrieron a los Spurs para conseguir una plaza en la final de la Copa, tienen a tiro de piedra el cuarto puesto que les puede llevar a la Champions y sueñan con el milagro de apear al Barça, con el que sienten que tienen una deuda pendiente desde que, el 6 de mayo de 2009, también en semifinales, el zapatazo de Iniesta les dejó con la boca abierta y el corazón partido.
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