Mestalla no es lugar para inmaduros
La política del Valencia de fichar jóvenes choca con la alta exigencia del público
El proyecto del Valencia, el pasado verano, sonaba bien. “Fichamos jóvenes talentos para que crezcan aquí y, si destacan mucho, los vendemos”, explicaban desde la dirección técnica, sin prever un aspecto fundamental: la presión de Mestalla, un público con expectativas muy altas sobre su equipo que quiere el máximo rendimiento desde el primer momento, sin atender a procesos de formación. Al perder 5-1 en Liga en el Camp Nou, el capitán Albelda miró a los rivales, gente tan experimentada como Xavi, Puyol e Iniesta, y después reparó en sus compañeros. Sin comparación.
Para paliar su descomunal deuda, el club se ha ido desprendiendo no solo de sus mejores futbolistas (Albiol, Villa, Silva, Mata, Joaquín), sino también de aquellos más preparados para lidiar con la plaza de Mestalla (Marchena o el portero César). Los capacitados para resolver las situaciones más complejas. La plantilla de Unai Emery no es de las más jóvenes (26 años de media), pero sí de las más inexpertas. Y el equipo ha entrado en una fase de inmadurez emocional de la que no encuentra la salida. Especialmente en casa, más vulnerable al dictamen de sus aficionados. Allí ha perdido cuatro encuentros y empatado dos, unas estadísticas propias de un conjunto de mitad de tabla en contraste con las notables prestaciones fuera de su feudo, solo por detrás del Madrid y del Barça.
El Valencia, además, es el equipo de la Liga que más veces ha perdido después de ir ganando (cinco) y el que más puntos ha extraviado después de empezar marcando (27). La tendencia se ha recrudecido en las últimas jornadas, metido en una espiral en la que disfruta de más ocasiones de gol que el contrario pero acaba perdiendo o empatando.
Le ocurrió el pasado domingo, en el derbi ante el Levante. El público la emprendió con Jonas, a pesar del gol y de ser uno de los destacados de la Liga, con excelentes prestaciones después de haber llegado en invierno de 2010 procedente del Gremio por tan solo 1,5 millones. Mestalla también cargó contra Rami tras alguna salida desnortada al ataque del central internacional francés. Tratado al principio de la Liga como una estrella, Rami no entiende nada. No sabía dónde venía. Barragán, procedente del Valladolid, o Piatti, del Almería, han sucumbido en ocasiones a la presión. La inmadurez de los jugadores está reñida con la regularidad. El rendimiento de la mayoría ha sido muy inestable. Incluso el más productivo, Soldado, sufrió una sequía de 11 partidos. La sorpresa positiva es Parejo.
En esa contradicción interna de la política del club, algunos jugadores maduran, pero otros se autodestruyen. Emery trató de reñir a la hinchada para que fuera más cariñosa con sus futbolistas, pero salió trasquilado. “Unai, la afición no se toca”, le respondió el periódico Superdeporte. “El cliente siempre tiene razón”, piensa el presidente, Manuel Llorente, según la máxima de su anterior empresa, Mercadona. En Mestalla hay 50.000 razones y Llorente acude cada 15 días con el miedo en el cuerpo por si el público le enseña el pulgar hacia abajo. De momento, todas las iras van contra el técnico y los jugadores. Pero la frustración se extiende. La obsesión de Llorente es ser terceros y asegurarse el dinero por la Champions, 20 millones. Emery, por su lado, quiere que la presión sea un acicate más.
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