Un adolescente ‘rompe’ la marcha
Álvaro Martín Uriol, de 17 años, aspira a ser seleccionado para Londres 2012
De las seis botellas que el entrenador José Antonio Quintana lleva al entrenamiento de sus cinco marchistas una se queda en la bolsa. Es la del logo de los próximos Juegos Olímpicos, a celebrar en Londres este verano. Al terminar cada una de las cinco series de dos kilómetros del ejercicio en la Casa de Campo de Madrid, Álvaro Martín Uriol (Llerena, Badajoz; 1994) prefiere el recipiente negro, liso, sin los dibujos de algo que está por llegar. El 18 de marzo, con 17 años, recortó en tres minutos el récord de España de 20km marcha júnior, vigente desde 1988. Lo consiguió en Suiza con 1h 22m 12s, la primera vez que corría oficialmente esa distancia, en un momento en que todo huele a Juegos. Por ahora la esperanza olímpica la mantiene guardada como la botella. Antes tiene que gastar sus suelas bajo otros logos, como el del Campeonato del Mundo de Rusia, en mayo, y convencer a la Federación de que merece ser uno de los tres marchadores que representarán a España en Londres. De momento, solo Miguel Ángel López y él cumplen los requisitos.
“Si no consigo una plaza me decepcionaré, pero lo tendré que asumir”, cuenta Martín, relajado tras recorrer durante una hora el parque madrileño. Allí esquiva jubilados que pasean, ciclistas, corredores y todoterrenos del Ayuntamiento, siguiendo el ritmo de su compañera Julia Takacs a lo largo de una recta carretera que, flanqueada por árboles, termina por curvarse. "Eso sí, dentro de cuatro años no vale la excusa de que soy demasiado joven", advierte. Saber que podría llegar a competir en unos Juegos con García Bragado, campeón del mundo en 1993, cuando él aún no había nacido, comenta, le demuestra que le queda mucha carrera.
Y empieza en este suave entrenamiento; se le exige marchar a menos de cuatro minutos y medio cada kilómetro. Antes de empezar el circuito las quejas sobre la condición física de esta mañana se suceden en el equipo, todos jóvenes. Martín apenas habla, aunque su entrenador asegura, mientras le mira alejarse, que también se queja normalmente. Para cuando empieza la primera serie, el joven ha recorrido dos kilómetros desde la Blume, el Centro de Alto Rendimiento en el que vive desde hace dos años gracias a una beca que complementa con otra de 8.900 euros anuales.
Fue subcampeón de España de 3.000m, pero cambió de prueba por las rodillas
Es un adolescente inmerso en la burbuja del deporte de élite. “Hay veces en que nuestra generación da pena”, reflexiona acerca de la “autodestrucción” de las drogas. Es un chaval alto de discurso en formación, que expresa ideal tras ideal mirando a los árboles desnudos que aún no se han enterado de la primavera. “Disfrutar”, “esfuerzo” y “humilde” aparecen constantemente en su conversación. Dice comprender la rigidez impuesta por esa vida que transita desde que a los nueve años empezase como corredor de fondo en una escuela de Llerena. La que se reforzó al convertirse en subcampeón de España de 3.000 metros a los 13, y que giró al caer en la marcha por unas rodillas que se quejaban al crecer.
Su día transcurre por un desayuno obligatorio, dos horas y media en un aula de segundo de bachillerato, tres de entrenamiento y otras dos de clase. “Cuanto mayor es la intensidad del entrenamiento mayor es el dolor de cabeza y peor la concentración en el estudio”, explica en su cuenta de Twitter. Su marca académica ronda el 6,25. Su vida nocturna la marca el toque de queda de la residencia, las once de la noche.
Tiene un minuto de relajación antes de la tercera serie. Se atusa el tupé y la emprende con un toque que inicia un cronómetro prestado. El suyo se lo robaron cuando se le cayó al suelo en la carrera de Suiza. No supo de la hazaña hasta la meta, donde lloró. Hoy mira su muñeca izquierda tres veces por serie. En la derecha lleva una pulsera con los colores de la bandera extremeña y gomas de colores. Juega con ellas al referirse al dopaje. Su opinión la muestra como un discurso aprendido de quien lo ve un problema ajeno. De su boca sale la palabra “decepción” cuando habla de Paquillo Fernández, en cuya casa se encontraron sustancias dopantes en 2009. “Llevo una tristeza como si lo hubiese hecho yo; es que al verle pensaba: ‘Este tío es grande”. No querer defraudar, dice, puede llevar a tomar alguna sustancia. “Pero es impensable; si no puedes, te retiras sin mancharte”, termina por afirmar convencido.
Se hace tarde, y esta vez su entrenador les devuelve en coche a la Blume, a la que suelen regresar marchando. Un compañero le menciona que se acuerde de los pobres cuando sea rico. “Si yo también soy pobre”, alega Martín. “Bueno, pues recuérdalo cuando dejes de serlo”, responde el otro. La botella de Londres, guardada en la bolsa de papel, se vislumbra desde fuera.
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